"¡Animals!", les gritaban los hinchas ingleses faltando poco más de una hora para el comienzo del partido en Old Trafford, mientras ellos, los jugadores de Estudiantes, hacían sin inmutarse el calentamiento previo en el mismísimo césped de aquel estadio donde de algún modo ya allí, en esa jugarreta pergeñada por el DT Osvaldo Zubeldía para quitarles miedo, comenzaban a ganar su final ante el poderoso Manchester United por la Copa Europeo-Sudamericana de clubes.
Corría el 16 de octubre de 1968, y todos daban como favoritos a los locales para llevarse el trofeo. Razones no faltaban: con un director de orquesta como Bobby Charlton -quien venía de liderar dos años antes a la selección inglesa campeona del mundo- y un solista de la talla del irlandés George Best -considerado uno de los mejores delanteros europeos de todos los tiempos-, aquel Manchester parecía demasiado para los 11 esforzados gladiadores de Zubeldía.
Para colmo, en La Bombonera la final de ida sólo había terminado 1-0 a favor de los platenses, por lo que con ganar por una diferencia no muy abultada los Reds conseguirían aquel trofeo creado en 1960 y que hasta allí sólo dos clubes europeos (el Real Madrid y el Inter de Milán) habían logrado.
Por el lado de Sudamérica, en tanto, ya habían sido campeones intercontinentales Peñarol en dos oportunidades, el Santos de Brasil (o de Pelé) en otras dos y el famoso "Equipo de José" de Racing en la edición de 1967. Pero tratándose de Estudiantes, esa leve supremacía no contaba como un detalle que realmente influyera en los análisis previos a aquella final de 1968.
Es que el Pincha era un equipo bien humilde, que recién un año antes había quebrado la hegemonía de los "grandes" en el fútbol argentino profesional ganando un título para el que tampoco había sido candidato. Un conjunto hecho a fuego lento, sin grandes estrellas, fruto de un trabajo que no reconocía antecedentes en el fútbol argentino en cuanto a su seriedad y al esfuerzo que demandaba a sus jóvenes protagonistas.
Ese proceso había empezado concretamente en 1965 con la asunción como DT de los pinchas de Osvaldo Zubeldía, quien ya era un reconocido entrenador para ese momento pero nunca había podido aplicar aún sus ideas con el tiempo, la autoridad y -sobre todo- los muy adecuados intérpretes que encontró en aquellos muchachos sedientos de gloria que venían surgiendo de las inferiores del club.
A ellos, entre quienes se destacaba un puntero izquierdo al que apodaban "La Bruja" por su nariz grande y torva, el técnico les sumó apenas unos pocos pero importantes refuerzos para conformar aquel campeón local de 1967. Y así, con una amplia mayoría de jugadores llegados a Primera desde su semillero, el club había logrado también ganar la Copa Libertadores de 1968, con una estrella que para entonces ya tenía nombre y apellido bien conocidos: Juan Ramón Verón.
Fuera de la magia que el padre del actual crack pincha y de la Selección podía aportarle, Estudiantes no era mucho más que el orden, la disciplina y la tremenda fuerza moral y colectiva aquilatada a lo largo de innumerables charlas y trabajos, que terminaron definiendo esa identidad de equipo guerrero y solidario con la que el club lograría también la Libertadores en 1969 y 1970.
Todo eso, sin embargo, no era muy tenido en cuenta a la hora de asignar chances a uno y otro luego de aquel 1-0 de los de La Plata sobre el Manchester con gol de Marcos Conigliaro en La Bombonera, en una final de ida que había dejado también como dato importante la expulsión del inglés Norbert "Nobby" Stiles por una de las tantas brusquedades que acostumbraba emplear desde su puesto de volante defensivo.
Pero si los Reds tenían a Stiles y a varios otros jugadores con el temple necesario para dejar todo en rodeo ajeno, Estudiantes no le iba a la zaga: allí estaban Bilardo, Malbernat, el arquero Poletti, Aguirre Suárez, el marcador de punta tucumano José "Tato" Medina, Pachamé y Togneri, quien, llegado ese mismo año al club desde un recordado equipo de Platense, jugaría el partido decisivo como marcador estampilla de Bobby Charlton por toda la cancha.
Así fue que los locales poco pudieron hacer ante la fuerza avasallante de un Pincha que, como para demostrar que la cosa iba en serio, se puso en ventaja ya a los 7 minutos gracias a un cabezazo de Verón. Y que siguió manteniendo esa diferencia hasta el minuto 44 del segundo tiempo, cuando Morgan estampó un 1-1 que ya nada cambiaba en aquella noche neblinosa de Old Trafford. Esa en la que, contra todo y contra todos, Estudiantes se trepó a la cima del mundo.
(*) De la redacción de Perfil.com.