Viernes destemplado, raro, indeciso, sobre una Buenos Aires que toma prestado su pronóstico de los cabildeos y rumores que el fútbol genera. Las tres de la tarde. El parte que le entregan los informantes a su Jefe es preocupante. Los jugadores van a reunirse en algún lugar. No se sabe si Kirchner en persona habló con Verón, o son brujas que se corren. Habla con los de Agremiados. Qué está pasando, qué barbaridad, es contra mí, vayan a ver qué pasa. No, no sé dónde es, pero averigüen y vayan. Ahora le informan que habló Passarella al mediodía y con mucha altura lo tiró debajo de un tren. “Pena me da cómo está el fútbol”, manifestó el Káiser, en respuesta a lo que Grondona dijo antes del propio Passarella. “Me dieron pena sus declaraciones”, dijo Grondona cuando Passarella denunció el campeonato como una vergüenza.
Aun en desacuerdo con los propios dirigentes de River, neogrondonistas de fierro, Passarella expulsa su disgusto en una catarsis que el Jefe sabe que lo tiene como destinatario. En medio del escándalo de los jugadores, que por afuera del gremio intentan parar el fútbol, la aparición del ex técnico de la Selección parece una cachetada en el rostro de alguien con las manos atadas. “Hay más, Julio”, expresa un secretario de Punto Gol. “Qué pasa ahora”, pregunta con los ojos fijos en la ventana y en aquellos nubarrones cargados de presagios. Le comentan entonces una encuesta de La Nación on line. El 93% de la gente quiere que te vayas, y el 67% que eso suceda ya mismo. Sonríe levemente, como los hombres justos cuando la masa no los entiende. “Está armado eso, hombre, no te das cuenta?”, responde sin apartar la mirada del cielo. “Sí, ya sé, pero es La Nación, viste”. Tres y media. La noticia es que los muchachos de Agremiados llegaron al Hilton. “Teneles fe. ¿En el Hilton están?, miralos...” En la espera tensa, las especulaciones.
Dicen que el Gobierno instruyó a Verón, que no lo quieren más al frente del fútbol. Otros aseguran que fue Passarella. Que habló con Gallardo, el Muñeco con Verón, Verón con el Kily. “Pero háganlo sin Agremiados, que esos muchachos están vendidos a Grondona”, era la indicación de Kirchner o de Passarella. Todo parecía un gran disparate a las cuatro menos cuarto. Enumera Grondona, y se mira el anillo. “¿Me incluye el todo pasa? ¿Estoy pasando yo también?” Reelabora los hechos como quien analiza las fuerzas de un ejército rival: Passarella, un par de periodistas, quizás el Presidente (por qué él, si ambos amamos lo mismo...), la encuesta de La Nación. Uno que maneja la estática le hace saber que Estudiantes no viajó y que Merlo liberó a los jugadores. ¿Pero qué es lo que quieren?, grita por primera vez. Le responden que no se sabe y no saben que a las cinco de la tarde, cuando todo termine, tampoco se sabrá. Sin embargo, aún falta para no saber nada: son las cuatro y media y como el Minotauro en el tortuoso laberinto de Dédalo, percibe el acecho. Los vasallos están hartos y lo intuye. Pero temen atacarlo por miedo a no salir jamás del laberinto. ¿Tendrán ya el ovillo para desenrollar en el camino?
Cinco menos veinte, más o menos. En la pantalla se ve a Marchi cuando sale de la reunión. Alguien corre hacia el control remoto y sube el volumen. Agremiados lo ha hecho. El paro, que parecía decretado, se posterga. Arrastrándose por el fango el campeonato quiere llegar a la orilla y la promesa de una reunión para el lunes coincide con un claro en el cielo de la ventana del Jefe. Marchi tranquiliza a Grondona, la televisión, Punto Gol, los rusos, e impacienta a los periodistas. El ex jugador quiere explicar los hechos, pero no puede escapar del laberinto. Menciona una buena idea, pero desprolija, y no se sabe cuál era esa idea. Las cinco: Grondona se aparta del televisor, acaricia el anillo con el pulgar de la misma mano, y con la otra se quita la transpiración. Ya pasó... ¿todo?