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Ese puente divino que va del Padre Massa al Papa: San Lorenzo

El campeón y una historia signada. Aquí, un extracto del capítulo “Farro, Pontoni, Martino, Massa y Bergoglio”, del libro “Dios es cuervo”, de Pablo Calvo.

Partidario. El Papa y los colores de su vida. A partir de su fanatismo, el club tomó una dimensión internacional incalculable.
| Cedoc Perfil

Dos cometas sobrevolaban el cielo santo en la década del ‘40, el cura Lorenzo Massa y el joven Jorge Bergoglio. Pocos saben que fueron contemporáneos 13 años, caminaron las mismas baldosas y rezaron los dos al pie de María Auxiliadora, la virgen abrigada por un manto azulgrana.
Los dos disfrutaron del fantástico equipo de 1946 y fueron a la cancha cada vez que pudieron. Si los tablones del Viejo Gasómetro hablaran, se confirmaría rápidamente que Massa y Bergoglio estuvieron cerca uno del otro varias veces en la vida.
Es que el cura Lorenzo vivió hasta 1949 y Bergoglio tenía por entonces 12 años, una edad en que las emociones tallan para siempre la memoria.
Las fotos que reviso en el archivo, para tratar de encontrar al cura Lorenzo y al joven Bergoglio juntos, no dan pistas, aunque regalan la postal de una época en que los hombres iban a la cancha con sombrero, traje y corbata.
De repente, aparece una imagen que sí los vincula, aquella foto fundacional de 1908 en la que Massa posa cruzado de brazos, en medio de los primeros 24 integrantes del plantel.
Se ve a Antonio Scaramusso (primer presidente de San Lorenzo), José Coll (arquero), Federico Monti (carbonero, albañil y líder del grupo), Luis Gianella (wing izquierdo, recaudador del dinero con que se hizo el sello que les permitió inscribirse en campeonatos) y Francisco Xarau (el primer centroforward), narradores de los orígenes de San Lorenzo, fundadores de la pasión.
Ellos alimentaron relatos que, en el boca a boca de los barrios, o en plumas extraordinarias, como la de Jorge Göttling, convirtieron el entusiasmo de unos pibes en leyenda.
Bergoglio hizo enmarcar esa foto de la primera vez junto a una del Viejo Gasómetro, visto desde las alturas. Era su modesto tesoro, que exhibió en su morada mientras fue cardenal.
El cuadro le permitía mirar a Massa a los ojos y viajar a los años en que los evangelizadores apelaban al deporte para sacar a los chicos de la calle, evitar que los atropellara un tranvía, y usar el anzuelo de la pelota de cuero para lograr que fueran a misa.
Cuando Bergoglio se paraba frente a ese cuadro, el tiempo se le arremolinaba… Murmullo dominguero, olor a garrapiñadas, la voz del estadio que anunciaba la formación de los “santos” y Jorgito que respiraba ansioso sobre la avenida La Plata.
No había nada en el mundo mejor que ese instante. Nada más emocionante que sentir la mano de su padre tomando con firmeza la suya, para empezar a subir esa escalera al cielo que era la tribuna.
Jorgito iba a la cancha con sus hermanos Alberto, Oscar y Marta. María Elena, la más chica, era una beba y más tarde se haría hincha de River.
Los llevaba su padre, Mario José Francisco Bergoglio, que jugaba al básquet debajo de las tribunas y en un playón que estaba al costado del estadio.
Massa y Bergoglio, fundador y “refundador” de San Lorenzo, transitaban momentos en espejo.
Los dos tuvieron ancestros italianos. Y ambos, alguna raíz de la región de Piamonte, al norte de la bota que dibuja el mapa italiano.
El papá de Massa vino en barco desde Turín, mientras que los Bergoglio llegaron desde Portacomaro. La madre de Jorge, Regina María Sívori, era argentina, con ascendencia genovesa.
¿Dónde pueden haberse conocido los padres de Bergoglio, allá por 1934? Coincidencia o destino marcado: Mario y Regina intercambiaron miradas durante una misa en el Oratorio San Antonio, el lugar donde toda esta historia comenzó.
Hay más puntos de contacto entre el cura que le dio vida a San Lorenzo y el Papa que la multiplicó.
Los dos aprendieron las malas palabras de los dialectos que trajeron los inmigrantes. Las pensaban seguido, aunque no las decían.
El salesiano acompañaba a los jugadores de San Lorenzo en tranvía cuando les tocaba de visitantes. Si participaban de disturbios, hacía gestiones personales para sacarlos de la comisaría. El jesuita llegaba en subte al lugar adonde lo necesitaran. Y si alguno de sus muchachos tenía problemas, también los auxiliaba.
Massa fatigó las veredas de Almagro y Boedo, fue maestro, fundó el primer batallón de Exploradores de Don Bosco y un colegio de Artes y Oficios en Tucumán. Bergoglio dio sus primeros pasos muy cerca de allí, en el barrio de Flores, también fue docente y promovió tareas de capacitación laboral para desocupados. Luchó contra el trabajo esclavo y fue rector del Colegio Máximo de San Miguel.
Los dos tuvieron carisma y llegada a los jóvenes. Los dos se sobrepusieron a dificultades. Los dos se emocionaron hasta las lágrimas con aquel fabuloso equipo del ’46, integrado por Farro, Pontoni y Martino, que es como decir hoy Messi, Xavi e Iniesta, los astros del Barcelona; o como ver una película protagonizada a la vez por Al Pacino, Dustin Hoffman y Robert De Niro.
La admiración de Bergoglio por Lorenzo Massa quedó plasmada en una carta que envió, el 20 de octubre de 2009, “A las autoridades de la Subcomisión del Hincha”, con motivo de la inauguración de la Casa de la Cultura del club.
Bergoglio confesó allí de su amor por San Lorenzo y reivindicó la acción social desplegada por el cura Lorenzo. Dice textualmente: 
“De mi mayor aprecio en Cristo: Los saludo cordialmente y en la grata oportunidad de la inauguración de esa Sede, les envío mi cordial saludo y fraternos sentimientos de afectuosa cercanía, a todos los que participan de esta obra social que está dirigida especialmente a la integración y a la pertenencia digna de nuestra niñez en la sociedad.
Este objetivo es fiel a los ideales del Padre Lorenzo Massa, fundador de este prestigioso club, que consagró su vida para que los niños del barrio, especialmente los más pobres, crecieran sanos de cuerpo y espíritu, y de este modo pudieran abrirse al amor de Dios y al servicio del prójimo.
Que la Virgen nuestra Madre, María Auxiliadora, los cuide y los aliente. Les pido, por favor, que recen por mí. Que Jesús los bendiga y la Virgen Santa los cuide. Cordialmente. Cardenal. Jorge Mario Bergoglio”.
Publiqué esta carta en Clarín el 22 de marzo de 2013 y de inmediato fue traducida al inglés, porque la historia de San Lorenzo, nacido como un club de barrio, había despertado interés mundial, gracias a los gestos futboleros del Papa Francisco.
Hablamos con mis compañeros de redacción, en especial con el Pampa Gambini y el Gato Aulicino. Recordamos una frase del padre Massa dicha en 1947: “Si yo hubiera sospechado la grandeza que alcanzaría aquel humilde San Lorenzo, no habría aceptado esa denominación. El nombre que yo habría encontrado acorde a la grandeza actual es ‘Don Bosco’”.
Pero nosotros pensamos que, si la discusión por el nombre del club se diera hoy, la asamblea tendría que considerar la posibilidad de llamar al club “San Francisco de Almagro”.
Una evocación de Bergoglio le saca lustre al pasado: “Recuerdo la brillante campaña que el equipo hizo en 1946 y aquel gol de Pontoni que casi merecía un premio Nobel. Eran otros tiempos. Lo máximo que se le decía al referí era atorrante, sinvergüenza, vendido… O sea, nada en comparación con los epítetos de ahora.” Es un párrafo que figura en el libro “El Jesuita”, escrito por los periodistas Francesca Ambrogetti y Sergio Rubín.
Se puede ambientar aquella época con imágenes muy variadas, pero hay una, desconocida para muchos, que da cuenta de la popularidad que tenía el club: es una foto de Eva Perón con la camiseta de San Lorenzo, publicada en la revista La Cancha el 24 de junio de 1942.
Ella era una actriz dramática y de comedias costumbristas, y se desempeñaba en teatro, cine y radio, el medio que más llegaba a los hogares.
La casa de Bergoglio se envolvía de ese ruido a transistores, de ese murmullo de ondas que, de pronto, hacían aparecen la voz de un relator de fútbol o de un cantante de ópera magistral.
Evita había debutado en La señora de los Pérez y había desempeñado papeles de reparto en La dama, el caballero y el ladrón y en las películas Segundos afuera y La carga de los valientes.
Cuando la convocaron para ponerse la camiseta azulgrana, aceptaba incursiones en medios gráficos como modelo publicitaria.
En la foto de la revista deportiva, Eva luce sonriente la prenda, con pantaloncitos bien cortos, medias de San Lorenzo y suecos claros. Está apoyada sobre su pierna izquierda, con los brazos rectos, las manos inclinadas y la mirada atenta a una pelota de gajos que le viene de arriba. El epígrafe corona la escena: “Evita Duarte en un recio cabezazo ‘langarístico’”.
El recorte fue conservado por el archivo del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Eva Perón-Museo Evita. Y el adjetivo del cabezazo daba cuenta del virtuosismo de Isidro Lángara, un jugador vasco que llegó a San Lorenzo en 1939, cuando España se desangraba en la Guerra Civil.
El día de su debut, Lángara le metió cuatro goles a River. Y cuando se despidió de San Lorenzo, en 1943, ya había convertido 110 goles. Bergoglio tenía entonces cinco años, la edad en que empezaba a patear la pelota en la plaza Herminia Brumana, de Flores.
El enero de 1944, un terremoto destruyó la ciudad de San Juan y provocó la muerte de 8.000 personas. Se convocaron a artistas y deportistas para recaudar dinero y ayudar a la reconstrucción. Eva Perón, aquella mujer que vistió la azulgrana, fue una de las actrices que invitó a los porteños a llenar las alcancías. Y San Lorenzo albergó a damnificados en sus instalaciones. El legado solidario del cura Lorenzo se cumplía.
Como los Massa y los Bergoglio, mi abuelo Luis también había cruzado el Atlántico en busca de un futuro. Llegó desde Oviedo, España, con dos tarros de aceitunas y una boina que lo protegía de cualquier tempestad. Lo tomaron para hacer sándwiches de miga en la pizzería Las Cuartetas, a 120 metros del Obelisco, y cada tanto veía a futbolistas que paseaban por la ciudad.
Vivió en González Catán, un barrio colmado de portugueses, y nos recibía los domingos con pan, queso y aceite de oliva, un manjar.
Fue en una de esas picadas que me contó sus recuerdos de “El San Lorenzo”, como dicen los españoles:
—Nos hicimos hinchas por Lángara y Zubieta, porque querían jugar siempre. Para mí, ellos representaban la paz, porque la España que dejamos estaba siendo invadida por la violencia y la tristeza. Los dos se peinaban con raya al costado y corrían con el pecho inflado. En esa época, usaban el pantaloncito blanco por arriba del ombligo. Me acuerdo que Lángara se pasaba los cordones por debajo de la suela, entre los tapones del botín, y que la pelota era mucho más pesada que las de ahora. Zubieta no quería salir nunca. Le pedía al técnico que lo pusiera todos los partidos y nunca se cansaba, y eso que era mediocampista defensivo y tenía que marcar.
Zubieta se llamaba Angel y no podía defraudar al equipo de los santos. Debutó en 1939 y jugó 375 partidos para el club, una de las permanencias más prolongadas de su historia. Zubieta fue contratado para hacer publicidad de las pinturas Colorín, bajo el eslogan “Yo defiendo los mejores colores”.
Con los aportes europeos y raíces criollas, San Lorenzo fue armando su legendario equipo de 1946, aquel que el Papa Francisco sabe pronunciar de memoria: “Blazina; Basso y Colombo; Vanzini, Grecco y Zubieta; Imbellone, Farro, Pontoni, Martino y Silva”.
Armando Farro era el más sacrificado de la delantera, porque era el que armaba la jugada. Era un “entreala”, según el lenguaje de entonces, y le decían “El Chueco”.
A Pontoni le decían “Huevito”, porque había quedado huérfano de niño y empezó a trabajar en el reparto de huevos junto a su hermano. Venía de Santa Fe y en 1945 estuvo a punto de ser transferido a México, pero se hizo una consulta popular que determinó que era el mejor centrodelantero de la Argentina y San Lorenzo lo compró por 40 mil pesos y dos jugadores. “Si quiere ser un estratega como René, empiece por los botines”, decía el aviso de la firma Sportlandia que describía su estilo.
También lo llamaban “La Chancha” -como a Jorge Rinaldi décadas más tarde- por su físico morrudo.
Martino era italo-argentino y lo apodaban “Mamucho”, una broma por la forma en que pronunciaba su habitual expresión “más mucho”. Por su elegante gambeta, fue considerado en el país como uno de los mejores jugadores de la historia.
“Farro-Potoni-Martino” son las palabras mágicas que transportan a los hinchas de San Lorenzo a un tiempo de ensueño, blindado a las críticas, abierto al fervor de los abuelos de los actuales hinchas, a un Massa que iniciaba su ocaso y a un Bergoglio que recién empezaba su camino.
El equipo salió campeón, con 90 goles a favor y sólo 37 en contra, en 30 partidos. Tres goles por domingo, un placer para la vista y el recuerdo.
En busca del gol de Pontoni que dejó impresionado a Bergoglio, revisé colecciones de diarios ya amarillos por el paso del tiempo y encontré la descripción de un tanto a Racing que bien podría ser el tesoro rastreado. “Pontoni marcó un gol como para pasarlo en el Colón”, tituló Clarín del 21 de octubre de 1946, que incluía la crónica del 5 a 0 del Ciclón sobre la Academia. Era el gol que había marcado para siempre la memoria de Bergoglio. No se lo olvidó ni cuando llegó al trono de Roma