DEPORTES
día de la memoria por la verdad y la justicia

Fútbol e identidad: las señales que unen a tres nietos recuperados con sus equipos

Ignacio Montoya Carlotto eligió ser músico e hincha de River, cuando en su familia apropiadora no había indicios de bandas musicales ni bandas rojas. Cuando los hermanos Manuel y Gastón Gonçalves se encontraron por primera vez, el tema que los acercó fue Boca. Francisco Madariaga recuperó su identidad y se hizo hincha de Independiente en el mismo momento, a los 32 años. Tres historias que reflejan lo determinante que suele ser el fútbol en la reconstrucción de una identidad, a 48 años del último golpe de Estado cívico-militar.

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Homenajes. Ignacio Montoya Carlotto en el Monumental; Francisco Madariaga Quintela en el Libertadores de América. | JUAN SALATINO

—¿De qué cuadro sos?

La pregunta no es ingenua. Ese interrogante universal ahora funciona como una prueba de identidad. Ni siquiera deberían intervenir la casualidad o la fuerza del destino: en este momento el color de la camiseta es una seña, una marca indeleble. Un puente que debería unir dos historias que acaban de encontrarse.

—¿De qué cuadro sos?

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Gastón pregunta con la certeza de que conoce la respuesta. No lo intuye: lo sabe. Si tuvieron el mismo padre, si están ligados por la sangre, entonces hay un 99,99 por ciento de probabilidades de que sus pasiones sean compatibles. Está tan convencido Gastón que ni siquiera contempla la posibilidad de que otra respuesta pudiera enturbiar el encuentro. Se la juega. Pone cinco delanteros y pregunta.

Manuel era Claudio Novoa. Eso fue lo que le dijeron durante 19 años. Sus padres lo adoptaron cuando era un bebé y lo llevaron a vivir por Quilmes, Llavallol y Guernica. Allá, en el sur del Gran Buenos Aires, creció sin saber que su padre, militante de la JUP, había sido asesinado el 24 de marzo del 76 en Garín y que su madre, también miembro de Montoneros, fue fusilada en San Nicolás el 19 de noviembre del 76, cuando él solo tenía cinco meses.

Claudio Novoa, se supone, no debería tener rastros de Manuel. Eso creen sus apropiadores. La puesta en escena es eficaz. El silencio funciona. O eso creen. Porque a ese silencio lo entorpece la música. Al muchacho le gusta Los Pericos. No es la única banda que escucha, por supuesto, pero entre Soda, Cadillacs y Sumo, suenan Los Pericos. Tiene discos de Los Pericos, pósters de Los Pericos, va a los shows de Los Pericos y una noche que tocaron en un boliche hasta compartió el camarín con los músicos de Los Pericos. Todavía es un fan más de la banda, ni siquiera sospecha que ese reggae criollo tiene rastros de su sangre.

En 1995 el Equipo Argentino de Antropología Forense identifica los restos de Ana María, la madre biológica de Manuel, en el osario público del Cementerio de San Nicolás. Ese mismo año Abuelas lo encuentra y le relata su verdadera historia. Le dicen quién es, le describen la tragedia de sus padres y le explican que tiene un hermano siete años mayor, que es músico y toca en una banda: es el bajista de Los Pericos.

Ese hermano músico es Gastón Gonçalves y necesita conocerlo, hablarle, abrazarlo, recuperar tantos años perdidos, pero antes quiere hacerle una pregunta.

El encuentro es en la sede de Abuelas. Manuel llega antes que Gastón. Hasta que se abre una puerta y aparece Gastón. Silencio. Por la cabeza de Manuel se cruzan todas las frases que pensó para este momento. Intenta acercarse, pero Gastón lo frena con un gesto rígido. Entonces lo mira fijo a los ojos y con tono solemne le pregunta:

—¿De qué cuadro sos?

—De Boca –titubea Manuel.

—¡Entonces sos mi hermano!

Y se dan el primer abrazo.

Millonario. Ignacio viaja en colectivo hacia Lanús. En el asiento de al lado un pasajero escucha el partido que River juega, precisamente, con Lanús. Para el Millonario es una final: si pierde deberá jugar la Promoción por primera vez en su historia. Ignacio no está al tanto del padecimiento de su club. Hace más de diez años que le perdió el rastro. Estudió música, armó su banda y se alejó del fútbol. El fanatismo por el equipo de Ramón y la devoción por Francescoli quedaron en el recuerdo de aquel adolescente que vivía en Olavarría.

Cuando se subió al colectivo, Ignacio ni siquiera había registrado que esa tarde River se jugaba su historia en el Monumental. Pero lo que escucha por la radio lo impacta: la derrota por 2-1, la promoción, la posibilidad concreta del descenso a la B Nacional lo dejan en un trance nostálgico. Como un adicto que enfrenta una recaída, River se le vuelve a inocular. Ignacio todavía ignora que sus padres no son en realidad sus padres y ni siquiera sospecha quién es su auténtica abuela. Pero cuando baja del colectivo ese 17 de junio de 2011 está convencido de algo: River volverá a ser parte de su vida. Sin el Enzo, sin el Muñeco ni el Burrito. Con los que estén, no importa. Si el club está a punto de caer en desgracia, necesita de todos.

Tres años después protagoniza la noticia más esperada: ese muchacho que se había presentado en Abuelas para hacerse los estudios genéticos es hijo de Laura Carlotto y Walmir Montoya. Es decir, nieto de Estela de Carlotto, la presidenta de Abuelas. Ahora sí: sabe que por delante tiene una historia para reconstruir. Se entera de que Laura, su madre, militaba en Montoneros y fue secuestrada el 26 de noviembre de 1977, cuando estaba embarazada de dos meses y medio; que Oscar, su padre, también militaba en Montoneros, también está desaparecido desde noviembre del 77, también era hincha de River y en su adolescencia había tocado la batería, y que su abuelo paterno se llamaba Bergel Montoya, era español, trabajaba en YPF y tocaba el saxo en la banda del yacimiento.

El árbol genealógico de Ignacio Montoya Carlotto está atravesado por la música y por River. Dentro de la familia apropiadora nunca hubo rastros de bandas musicales ni de bandas rojas. Al contrario: el hombre que lo crió era hincha de Boca. Pero como un mandato no escrito Guido Montoya Carlotto se hizo músico y de River, cuando todavía era Ignacio Urban y ni siquiera sospechaba de su verdadera identidad. 

El resultado de las pruebas genéticas de Ignacio Montoya Carlotto fue anunciado el 5 de agosto de 2014. Ese mismo día la Legislatura porteña distinguió a Enzo Francescoli como Personalidad Destacada del Deporte. Un reconocimiento para ese extraordinario jugador que durante años fue inspiración y póster de aquel muchacho que vivía en Olavarría. Exactamente un año después, el 5 de agosto de 2015, River ganó la Libertadores. Y mientras en el Monumental el Muñeco Gallardo y el plantel del Millonario levantaban la copa, Ignacio Montoya Carlotto celebraba su primer año.

Rojos por la memoria.

—Yo te acompaño a Abuelas, pero vos me acompañás a la cancha de Independiente.

Cuando Juan hace esa propuesta, intuye todo: el resultado de los estudios de ADN y el impacto que tendrá en su amigo conocer el estadio del Rojo. Juan sospecha que serán dos caminos sin retorno, que la vida de Francisco será otra a partir de esas dosis de sangre roja.

Francisco tiene 32 años y duda de su identidad. Necesita resolver esa incertidumbre, confirmar de una buena vez esas sospechas que lo acosan desde hace tiempo. Lo de la cancha lo verá después. Jamás fue a ver un partido, ni siquiera es hincha de un equipo. El tema puede esperar. 

—Bueno, vamos –responde convencido.

El 24 de febrero de 2010 Abuelas hace el anuncio: Francisco es hijo de Silvia Quintela, médica y militante de Montoneros, secuestrada en enero del 77 con un embarazo de cuatro meses, y de Abel Madariaga, que logró exiliarse y fue secretario de Abuelas hasta que falleció hace veinte días.

Francisco cuenta situaciones espantosas que padeció con su apropiador, Víctor Alejandro Gallo, un capitán del Ejército que lo había anotado como hijo propio: le pegaba, le gritaba, lo maltrataba y hasta le daba clases de racismo. “Fueron 32 años de angustia, de una historia oscura”, confiesa.

En ese 2010 de identidad recuperada, Francisco pisa por primera vez el estadio de Independiente. Se deslumbra. Descubre un universo que lo protege: “El fútbol salva. Te hace sentir más vivo. En el fútbol hacés amigos, compartís una cerveza. Se arma una familia de verdad, una familia que uno elige”. Ese año el Rojo gana la Sudamericana, ese año Francisco gana su primera copa.

Unos años después Francisco vive el momento más intenso como hincha del Rojo. Es el 31 de marzo de 2018 Independiente juega con Godoy Cruz y sus amigos Juliana y Mariano lo llevan engañado a la cancha. Hay una sorpresa: antes del partido el club le va a hacer un homenaje. Entonces Francisco sale al campo de juego, recibe una camiseta de regalo y una ovación de las tribunas. Así selló el pacto de amor con el equipo que irrumpió en su vida junto con su identidad.