Habría que empezar este comentario con dos cuestiones que no tuvieron nada que ver con lo que pasó adentro de la cancha. Porque en Rosario hubo público visitante –y bienvenida esa noticia en este fútbol desangelado–, pero eso tuvo una novedad complementaria: del dinero de los cinco mil hinchas de Independiente que estuvieron en el estadio Marcelo Bielsa, Newell’s sacará parte del dinero con el que le pagará el sueldo a Mauro Formica, la gloria repatriada que no pidió tanto como lo que ganaba en México, pero que tampoco quería jugar gratis. El otro punto, también gratificante, fue la bienvenida con aplausos que le dio el equipo rosarino a su rival, reciente ganador de la Copa Suruga Bank. Fue un buen gesto, una buena manera de copiar lo mejor de otros tiempos.
Adentro, en la cancha, también hubo situaciones para contar. Porque el partido fue parejo, divertido y dinámico de lado a lado. Y eso, en definitiva, quedó reflejado en el resultado: porque nunca estuvo sellado –por más de que Independiente se puso en ventaja en dos oportunidades– y hasta el final hubo incertidumbre.
Todo empezó desde bien temprano, cuando a los dos minutos Meza hizo una jugada propia de mundialista y dejó solo a Gigliotti para que marcara. Todo lo bueno que exhibió Meza lo replicó Víctor Figueroa, que dejó a Fértoli mano a mano con Campaña para que empatara. El primer tiempo ofreció ese ida y vuelta. Y también esa igualdad en todo sentido: desde la posesión de la pelota hasta las llegadas. Sin embargo, en los goles, Independiente marcó uno más por un error en el despeje de Ferroni.
Pero Newell’s, a su modo, entre desprolijo y avasallante, fue y lo empató, ya en el complemento, con un golazo de Fontanini, que andaba dando vueltas por el área. Después de eso, entre la expulsión de Amoroso, la falta de aire de los jugadores y la intención de ganar que tuvieron ambos equipos hasta el final, el partido se rompió. Y todo, lentamente, empezó a diluirse hasta que el árbitro determinó el final.