El fantasma de Avellaneda. De jugar en Avellaneda. Una cancha que en este torneo era más complicada para el local que para los visitantes. Una cancha que resistió al entrenador Jorge Almirón, que se llenaba de murmullos desde los primeros minutos. Anoche, Independiente espantó ese espectro. El secreto estaba en una conjunción que no siempre funciona: un gol temprano, un puñado de jugadas interesantes, algún lujo. De esta manera, el Rojo le ganó 2-0 a Arsenal, un equipo que generalmente le complica la vida, y le dio una semana de paz al técnico.
Dos minutos tardó el alivio. Una combinación dentro del área entre Riaño y Albertengo derivó en una aparición inesperada de Mancuello por izquierda. Y el volante de selección, con la parte externa de la zurda, clavó la pelota en el ángulo del arco de Limia. Golazo. Diez minutos después, un centro de Méndez, preciso, medido, le cayó en la cabeza a Riaño. Dos a cero. Ahí sí, el Rojo respiró. Hasta se aflojó un poco, lo que provocó un par de arremetidas de Arsenal. La más complicada para el Ruso Rodriguez: un cabezazo de Silva.
Cuando a los veinte del segundo tiempo Albertengo punteó un pase exquisito de Méndez, otra vez Méndez, el partido se cerró. Lo más notable es el coro que siguió al tercer gol: “Ole, ole, ole”, desde los cuatro costados. Esas mismas tribunas que hace dos fechas cuestionó todo lo cuestionable, anoche disfruto de los toques del equipo de Almirón. Sobre el cierre, un cabezazo de Cuesta cerró la cuenta en cuatro. El Libertadores de América, por primera vez en el año, fue una fiesta. En la ciclotimia futbolística que padece Independiente, anoche le tocó el pico de buen juego y euforia. Y no fue momento para recordar bajones. Todavía no. Faltan dos semanas para que vuelvan a jugar en Avellaneda. Y será sin fantasmas.