El secreto eran ellos dos. Apenas llegó a Boca, Carlos Bianchi enfocó su mirada en la dupla que aún no entraba en la categoría de histórica. Guillermo Barros Schelotto, todavía, era bandera de Gimnasia. Martín Palermo, de Estudiantes. El siete y el nueve jugaban en Boca, pero les costaba romper con las identificaciones pasadas; romper con sus propios asuntos personales.
Bianchi los soñó como sus Batman y Robin. Y les bajó el mensaje: “No me importa cómo se llevan afuera de la cancha, pero adentro quiero que sean los mejores amigos”.
Al final, Guillermo y Palermo fueron la fórmula de ataque del método Bianchi. Discípulos de su maestro, mañana se enfrentan como entrenadores. En sus primeras experiencias, ambos dirigen equipos que protagonizan el arranque del Torneo Final. Lanús marca el ritmo. Godoy Cruz no afloja el paso. Con mezcla de impronta bianchista y particularidades, los amigos se vuelven a ver. Batman y Robin se disputan el legado del Virrey.
Purista. “Al principio lo veíamos verde”, disparó Mario Regueiro, con honestidad brutal. El uruguayo desnudó al entrenador delante de los periodistas. El reto posterior no fue de Guillermo. El presidente de Lanús, Nicolás Russo, convocó al jugador y al técnico y los conminó a solucionar el tema. Regueiro, al final, aprendió la lección y pidió disculpas; la casa en orden.
Si para Diego Simeone lo que no se negocia es el esfuerzo, para Guillermo es la conducta. La disciplina es el eje central de su trabajo, dentro y fuera de la cancha. Cuando Lanús jugó en Rosario ante Newell’s, algunos amigos de Silvio Romero se alojaban en el mismo hotel en el que estaba concentrado el Granate. A la hora del almuerzo, se acercaron a saludar al delantero. El entrenador observó la escena en silencio, mientras los amigos de Romero se mezclaban entre los jugadores de Lanús. Después, el Mellizo lo encaró con firmeza: “Usted está concentrado, nunca más hace algo igual”. Guillermo no tutea a sus jugadores. Aquel día, Lanús le ganó 3 a 0 a Newell’s. El primer gol lo hizo el que ya no saluda a los amigos mientras esté con el plantel.
Quienes conocen a Guillermo dicen que cambió el color; ya no está verde. Ahora mira el partido completo y no sólo sigue el movimiento de la pelota. Para trabajar, su modelo es el de Bianchi: se apoya en lo físico para desarrollar su táctica y el cara a cara con el jugador prefiere delegarlo. Su Julio Santella es el profesor Javier Valdecantos; su Carlos Ischia, Gustavo.
Tacticista más que motivador, pondera el ejemplo sobre la prédica. Con los futbolistas no tiene charlas extensas, pero es capaz de quedarse casi una hora después de las prácticas para patearles tiros libre a los arqueros. Algo que a Bianchi no le salía tan bien.
Manual de estilo. No parece un equipo suyo. Al menos, uno que tenga su sello de jugador. En su debut en el Inicial pasado, Godoy Cruz empató 0 a 0. Y en siete partidos que lleva como entrenador, su equipo hizo la misma cantidad de goles: un promedio de uno por partido. Poco ante la evidencia contrastable. Palermo fue el máximo goleador de la historia de Boca. Sin embargo, el Loco intenta que Godoy Cruz sea palermista. Todavía no consiguió ese estilo, pero se muestra ecléctico: “Me gustan cosas de Bianchi, de Bielsa, de Basile y de Maradona”.
La motivación es su costado fuerte. A Mauro Obolo lo sostiene como su nueve a pesar de que convirtió un solo gol en su ciclo.
Cuando asumió, Palermo dijo: “Apuntamos a venir y colaborar en un club serio. Iré conociendo al plantel, a los jugadores y les transmitiré mi idea de juego. Nos urgen los tiempos”. Dicen los que están en el día a día de Godoy Cruz que ahora Palermo está más relajado. Que los resultados lo blindan de una seguridad que al principio no tenía. Y que, de a poco, empieza a ser él mismo. Eso sí, hay resabios de Bianchi que no abandona. Ante los periodistas habla una vez por semana, y en conferencia de prensa. Con los futbolistas trabaja la pelota parada; le gusta sacar ventaja con la planificación.
Los jugadores reconocen haber absorbido la mentalidad ganadora de quien Bianchi definió como “el optimista del gol”. En tanto, el entrenador trata de asumir su rol y saltar la barrera del futbolista, para que sus jugadores lo vean como técnico y no tanto como el nueve de Boca.
Rodrigo Salinas es centrodelantero, surgió en Villa San Carlos. Es uno de los que escuchan al hombre que quiere tener un currículum exitoso, como su mentor. A Salinas sus compañeros le dicen Titán; el apodo tiene que ver con su
ídolo.