—Si fueses un hincha de Nalbandian, ¿qué pensarías? ¿Que se trata de un crack, de alguien que logró muchísimo, o de alguien que ganó menos de lo que podía?
—Si hubiese ganado la final de Wimbledon, sería un crack. Y como no la gané, soy alguien que ganó mucho, pero que podría haber ganado más. Te digo: a mí me motivan más los partidos importantes que el torneo en sí. Un 500 del mundo, por ejemplo, no me motiva. Pero sí Federer, Nadal, los buenos. Contra ellos podría jugar todos los días.
Con 27 años, el cordobés es hoy un muchacho que está en Unquillo, en su casa, mirando tenis por TV y parado. Se trata de alguien con una meta cercana: recuperarse de una operación de cadera que le hizo ponerle stop a su carrera.
—¿Ya pensaste en tu regreso?
—Todavía me falta mucho, no me puedo plantear un objetivo. Tengo que evolucionar físicamente y ver cómo estoy, para ahí ver adónde apunto.
—¿Vas a poder pelear entre los top ten?
— Y... Yo creo que sí, aunque no sé si estaré para pelear el puesto tres, el dos, el diez o el cincuenta, porque por ahí quedo mal. No creo que eso pase, pero bueno. Es cuestión de entrar a la cancha, ver si me duele algo, qué limitaciones tengo.
—¿Fantaseaste con la idea de no poder volver a ser el de antes?
—No. Estoy lejos del regreso; hoy por hoy, no estoy para jugarle ni a mi sobrino de cinco años. Y el año que viene va a ser difícil hacer una temporada pareja en cuanto a resultados. Tengo que empezar de a poco y apuntar a Roland Garros y Wimbledon, pero creo que podré ser el de antes.