El estadio Chateau Carreras de Córdoba hierve porque Talleres, el local, espera a un equipo que viene de ganar todo. Boca llega al 21 de octubre de 2001 con el bicampeonato de la Copa Libertadores en el bolso y la certeza de que a fin de año volverá a Japón para medirse ante el Bayern Munich por la Copa Intercontinental, que ya obtuviera el año pasado frente al Real Madrid.
El Virrey habla en la previa del encuentro ante un grupo de jugadores entre los que se encuentran pesos pesados como Juan Román Riquelme, Marcelo Delgado, Oscar Córdoba y Mauricio Serna, entre otros. De costadito, casi como un invitado a aprender, mira todo un pibito de 17 años que promete mucho, pero que ni siquiera se anima a hablar. Carlos Tevez piensa que el 9 será Roberto Colautti y que eso, tal vez, le permita colarse en el banco de los suplentes y, con un guiño del destino, concretar al fin su debut en Primera. También analiza la lista de los presentes y cuenta hasta 17 jugadores, lo que lo hace concluir que lo más probable es que el más joven, es decir él, sea quien quede afuera del grupo de relevos. “Igual está bien”, piensa. Venir hasta acá con todos estos ídolos ya es una escena de película que le contará a sus amigos del barrio.
Cuando Bianchi abandona la palabra y el grupo se relaja, el pibito de Fuerte Apache se levanta del asiento donde piensa que no le tocará cambiarse y camina hacia la parte de los baños del vestuario, a unos veinte metros de donde está. Hay alguien que lo está mirando y que va detrás suyo. Bianchi sabe que Tevez es un jugador distinto a todos los grandes jugadores que tiene desde que fue a verlo a la séptima división y desde que, deslumbrado por su “hambre” dentro del campo, pidió que lo suban a Primera con urgencia. El Virrey se dice a sí mismo que es cuestión de tiempo para que explote y que simplemente hay que acompañarlo. Por eso es que monitoreó de cerca su ingreso al plantel de la reserva del club, en agosto de 2001. El destino lo sorprendió cuando en el primer vuelo que los futbolistas profesionales compartieron con la reserva, en el viaje hacia Córdoba para enfrentar a Belgrano en la primera fecha del campeonato, un tímido Carlitos apareció desde el fondo del avión y caminó hasta el asiento en el que se encontraba Bianchi. “Disculpe, pero mi mamá me pidió un autógrafo suyo”, le soltó en voz baja. El técnico, gentil, le firmó la hojita con una sonrisa.
Dos meses después, en la previa de un duelo importante, Carlos (Bianchi) caminará detrás de Carlitos (Tevez) hacia el baño. Va a darle la noticia de su vida. Tevez está orinando en el último mingitorio de la fila. Está ensimismado, pensando que ya le tocará, que se muere por entrar a la cancha con la camiseta de Boca, pero que todo eso que le está pasando por sí solo es un regalo demasiado grande. Bianchi llega taqueando con los zapatos sobre la baldosa, en un ruido que no saca de su mundo al pibe que sigue en lo suyo a un par de metros. El Virrey se pone a orinar a su lado y recién ahí llama la atención del chico, que le tiene tanto respeto que siquiera se anima a entablar conversación con el entrenador. Los dos están orinando, pero hay uno que está a punto de hablar. “Mire Carlos, le quería contar que usted va a jugar de titular en la delantera al lado de Marcelo Delgado. Queda avisado”, le suelta Bianchi a Tevez, que empieza a temblar. Todavía no terminó de orinar pero tiembla y tartamudea casi sin saber cómo seguir con vida después de esa frase. No dice nada. Balbucea. Lo quiere abrazar, pero no puede ni acomodarse el pantalón. Quiere decirle que va a dejar todo para devolverle la oportunidad, pero las palabras se le traban todas en la mitad de la garganta. No sabe si llorar, si gritar, si ir a llamar a los suyos o si quedarse en ese baño para toda la vida. Bianchi sonríe y vuelve a la carga. “Usted quédese tranquilo que va a salir todo bien. Estas cosas son para disfrutarlas. Juegue como sabe y va a andar bárbaro”, le enuncia e intenta calmarlo. Tevez a duras penas logra cerrarse la campera de Boca y solo levanta la cabeza para decir una palabra: “Gracias”.