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Puerta 7 promete fútbol, poder y barras pero no da un pase bien y pierde por goleada

La serie de Netflix y Pol-Ka intenta contar las miserias del deporte y pifia en casi todos los aspectos. Un gran esfuerzo para una producción fallida.

Puerta 7 Netflix
Puerta 7 Netflix | Netflix Argentina

La presentan como la historia que desnuda a fondo el accionar de las barrabravas en el fútbol. Claro, tan a fondo como pueden ir Pol- Ka y Netflix, profundos como un charco. Se trata de una serie supuestamente realista donde se dirime la acción entre dos actores impávidos, que tienen el mismo rictus cuando aman y cuando odian (Esteban Lamothe y Dolores Fonzi), y otros dos, que tienen la colección completa de morisquetas (Carlos Belloso y Juan Gil Navarro). En el medio, quedó el último Sandro (Antonio Grimau), que se lo llevaron de Telefé porque vieron que funcionaba, y ahora es presidente. De un club, porque Netflix y Pol-Ka podrían decir, como el personaje de Diego Capusotto, “tengo hasta ahí”.

La historia de esta serie comienza cuando el presidente de “Ferroviarios” decide contratar a una abogada como jefa de seguridad, para cambiar las cosas, hasta que eso se le vuelve en contra también a él. Puerta 7 se queda en el club, y no entiende que un club está lleno de vínculos con el resto de la sociedad. Acá los periodistas sólo hacen preguntitas, los policías obedecen a un exmilitar que quiere más venganza (vaya a saber por qué) que arreglar las cosas, y mágicamente decide, con la jefa de seguridad del club, todo lo que tiene que ver con el operativo de seguridad en la cancha. ¿Y el operativo de seguridad que despliega en estado en cada partido y pagan los clubes? ¿Lo decide un empleado del club? ‘Te lo debo, es una ficción’, van a repetir a coro cada vez que se señale alguno de los tantos errores que tiene el relato. Tampoco la política aparece. ¿En serio no hay ningún interés de la política nacional o local en un club que fue campeón de la Libertadores? Parece un chiste, pero no lo es.

"Puerta 7", la serie de Netflix sobre las barras

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Después están el buenito, que es hincha pero nunca fue a la cancha, que después de probar un trabajo en el que lo maltrataban, se metió a chofer del lugarteniente del capo de la barra, que tiene una novia buena, un padre bueno que una vez le pegó a su esposa y está deprimido porque lo abandonó, y que termina mal, claro. Porque los buenos son los primeros en caer en este relato sensiblero.

Está llena de episodios ilógicos. El capo de la barra llega a la cancha los días de partido con una supercamioneta que lo deja en la puerta del estadio entre la gente. ¿No hay vallado de seguridad? El tesorero corrupto mete una valija en el estadio y hacen volar las instalaciones de luz del estadio. ¿No es obligatorio tener un generador eléctrico? ¿Nadie se lo pregunta? La barra secuestra al centroforward antes de un partido en el propio estadio y como el reemplazante empezó a hacer goles, nadie más habla de ese episodio. Y así, varios más.

La resolución de la historia no puede ser peor. La conclusión que deja Puerta 7 salpica a todos, pero claro, todo es hasta ahí. Muy pobre. Muy impostado. Muy livianito. Muy parecido a “Las barras bravas”, la película de Enrique Carreras. La historia de esta serie recopila todos los lugares comunes y todos los prejuicios sobre el fútbol que pueden tener quienes conocen el tema gracias a los comentarios del noticiero de la tele. Y no tienen la menor idea de lo que hacen y sienten los que mantienen viva esta pasión que lleva más de un siglo: los hinchas.