“En la lucha de uno contra el mundo, hay que estar de parte del mundo.” De ‘Consideraciones acerca del pecado’, Franz Kafka (1883-1924)
Como en el enamoramiento, cualquier revolución, un parto o la buena poesía, en Racing la felicidad duele. Hay dolor en casi todo. En la explosión de júbilo, en la bronca acumulada, en la sensación de que sólo una fuerza perversa y atroz podría atreverse a desafiar tanto insensato amor, en la entrega sin razón ni pausa. Es el mundo contra Racing, siempre. Todos contra el club más melancólico que jamás haya existido.
El viernes pudo ser drama pero terminó, oh sorpresa, en fiesta incontrolada. No es algo desconocido para el iniciado académico. Ocurre, de tanto en tanto. Caprichos de un destino exótico que se empeña en desmentir cualquier presunción. El mismísimo equipo de José de 1966, nada menos, arrancó como un vulgar rejuntado y llegó a campeón del mundo. Wow. Nunca se sabe con ellos. El infinito laberinto borgeano es el jardincito de este club de dementes. Y su noble corazón, El Aleph. Dios mío, ¡amo a esos tipos!
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