Cuando terminó el Mundial 2014 escribí, aquí mismo, que Argentina nunca más ganaría nada importante a nivel de Selección y que cada vez les resultaría más difícil conquistar cualquier cosa a los países “tradicionales”, los que hasta hoy ganaron siempre. Como esperaba, no hubo empatía de casi nadie con ese comentario. Apenas y que yo sepa, entre los colegas, Fernando Niembro se asoció a esa idea.
Ya no se gana con la camiseta. Ni con técnica, y ése es uno de nuestros inconvenientes. Por estos tiempos se vence con otras aptitudes, que requieren menos del talento, del ingenio, de la individualidad y de los amagues desequilibrantes. Hoy vale el juego asociado aunque sea poco imaginativo como lo vemos en Rusia 2018.
Los argentinos tenemos muchos problemas, infinitamente más de los que nos permitimos reconocer. Tantos que hoy “somos el problema”. En el fútbol y en casi todo, sino ya en todo. Si nos detenemos nada más que en el fútbol y en particular en este Mundial, el primer ejercicio que tenemos que trabajar es psicológico: renegar de la creencia cuasi-infanto-religiosa de que Messi es un Dios todopoderoso que puede resolver por él y por los demás siempre que la situación lo exija. Esa máxima es un sofisma, un engaño, un remedio lleno de contraindicaciones. Messi es el mejor de los nuestros (no del Mundo: coincido con Diego Simeone y ya –también– lo escribí aquí años atrás; Cristiano Ronaldo es superior, más completo técnica, física y mentalmente) pero Messi, aunque disparado sea nuestro mejor exponente, no es ninguna divinidad.
Pero Messi nos clasificó. Messi y solo Messi la noche del 10 de octubre pasado. Argentina no merecía estar en esta Copa. Solo Mascherano, Di Maria y Messi lo merecían; tres, son muy pocos acreedores para tamaño premio. Más, Messi fue a Ecuador en la última y de-sesperada fecha y en agónica tentativa nos regaló la clasificación. No la supimos aprovechar.
La AFA, sin gobierno real como está, con candidatos de oposición que solo ameritan rating televisivo, no percibió que Sampaoli dejaba pasar las señales que la inefable realidad nos enviaba. Alertas rojos llamativos como la goleada sufrida ante Nigeria –amistoso– que fue justificada porque “ese día no actuó Messi”; o la media docena que nos encajó España que relativizamos “porque ya no había tiempo para cambiar nada”. Otra falacia: siempre hay tiempo para cambiar como la mismísima España cambió a su entrenador Lopetegui por falta de ética profesional, a horas de iniciarse el Mundial.
Llegamos al Mundial sin la revelación local, Lautaro Martínez y con una revelación que se enteró que lo era en el propio Mundial, Meza. Sí, llegamos llenos de dudas y desconfianzas, superados por los caprichos de Sampaoli. Y así, en Rusia y hasta ahora, shakespereanamente no resolvimos el famoso “ser o no ser”, no supimos ser quienes somos, nada más fuimos más Meza que Messi, una contrasentido que se transformó en el principal dilema a revertir. That is the question.
“Eso” es Sampaoli; cuesta decir “ése” es Sampaoli. Tan desconcertante como improbable y mediocre de A a Z. Vulgar en el mejor de los casos.
Ahora bien, creer que todos nuestros males son culpa de este hasta ayer ignoto casildense, es oscurantismo, maldad pura aplicada a un técnico sin carisma y con matices de gnomo convulso. Su chance de dignificarse es renunciar. Y si así no lo hiciere en el próximo minuto, que la AFA lo demita y la patria lo demande… Lo mejor que puede hacer Sampaoli en favor de su equipo es no intervenir más, apartarse. Y la AFA de Tapia (dureza) dejar que Mascherano, quien más conoce a la Selección, el representante de mayor personalidad y prestigio, la única unanimidad nacional –en ese sentido es más que Messi, claro– se haga cargo como Fernando Hierro se hizo de España: forme el equipo, diga quiénes tienen que salir a jugar la final del oprobio, que es el partido con Nigeria y san-se-acabó. Y rezar para que Messi tenga una tarde inspirada. Y que el improvisado DT Mascherano ponga a Armani en el arco, impida que Otamendi pegue por pegar y ubique a Di María en la posición correcta y no en un rincón de la punta izquierda como lo condenó el desastrado Sampaoli ante Islandia…
Mi equipo, 4-3-3 clásico, para enfrentar a la temeraria Nigeria es el que subsigue:
Armani; Mercado, Otamendi, Fazio y Tagliafico; Di María, Mascherano y Acuña; Messi, Dybala y Pavón.
Así, tal vez, tengamos la chance de pasar a Octavos de Final y demostrar frente a Francia (que con certeza ganará el Grupo C) que somos irregulares pero no los peores del mundo. Aún no lo somos, simplemente estamos reuniendo méritos… En tanto, y por si acaso Musa –el nigeriano que le metió los dos goles de nuestra sobrevida a Islandia– quiera ahora complicarnos, no hará mal rogar a San Expedito, el santo de las causas urgentes, para que interceda por nosotros. Todo vale en estas horas. Amén.
*Autor de Archivo sin Final (Selección Argentina), en español; Gloria Roubada (los fraudes en los Mundiales) y Penta (Brasil 2002) en portugués, entre otros. La columna completa en 442.perfil.com