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Socrates, el entrenador de hinchadas

La Democracia Corinthiana fue impulsada hace casi cuarenta años y duró poco, pero representa un capítulo fundamental en la historia del fútbol.

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La Democracia Corinthiana fue impulsada hace casi cuarenta años y duró poco, pero representa un capítulo fundamental en la historia del fútbol. Fue uno de esos momentos inevitables, tentadores, que da gusto recuperar. Es como volver a ver la final de un Mundial que ganó tu selección o como hojear un álbum de figuritas viejo. Vale la pena insistir: hubo un tiempo en que el Corinthians se manejó de manera horizontal, que todas las decisiones se tomaban en asamblea, que el voto mayoritario de jugadores, cuerpo técnico y dirigentes definía todo, desde los horarios de entrenamientos a los nombres de los refuerzos. Fue una auténtica democracia. La autogestión llevada al fútbol. Y le fue muy bien: Corinthians ganó el campeonato paulista en 1982 y 1983, logró sanear su deuda y dejó una reserva de 3 millones de dólares. Algo tan revolucionario no podía durar demasiado y el propio fútbol se lo devoró.

El gran referente de ese movimiento fue Sócrates, un jugador exquisito que además de haber participado en dos mundiales para Brasil se interesaba por temas políticos y devoraba libros de filosofía y de socialismo.

Pero antes de impulsar la Democracia Corinthiana, Sócrates protagonizó un episodio extraordinario con los hinchas. Hacía poco que había llegado al club de San Pablo y el equipo no arrancaba. Después de una derrota ante Guaraní en el Pacaembú, los hinchas se hartaron y acorralaron a los jugadores. Estuvieron dos horas encerrados en el vestuario escuchando insultos y amenazas. Esa apretada violenta a Sócrates no le gustó nada.

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—Esto no va a quedar así –les comentó a sus compañeros.

Después de esa tarde, el Corinthians empezó a ganar. Un partido, y otro, y otro. Todos con goles de Sócrates. Lo notable es que él no los festejaba. Clavaba un tiro libre en un ángulo, definía ante la salida del arquero o le pegaba de media distancia, la cuestión es que la pelota entraba y él se limitaba a agachar la cabeza. Después del tercer triunfo sin festejos, a los hinchas les cayó la ficha de que algo no funcionaba. Entonces fueron a buscar al ídolo para pedirle explicaciones.

—¡Cómo voy a gritar los goles! ¡Hace unas semanas ustedes me querían pegar y ahora me quieren abrazar!

Los hinchas quedaron mudos. No hay respuestas para un cuestionamiento semejante. Y siguió Sócrates:

—Pretenden que el equipo funcione al ritmo de ustedes, y tiene que ser al revés.

Los compañeros pensaban que estaba loco. ¿A quién se le puede ocurrir plantear un cambio de actitud de los hinchas? A Sócrates le gustaba hablar y disfrutaba de escuchar. Estaba convencido de la fuerza del diálogo. El encuentro funcionó y logró lo que parecía imposible: los hinchas empezaron a tenerle paciencia al equipo, le hacían el aguante sin reclamos violentos. Se convirtieron en una versión paulista de la Guardia Imperial. Debe ser el único caso de un jugador que entrenó a la hinchada.

Sócrates murió en 2011, afectado por una cirrosis. Esta semana hubiera cumplido 65 años. El almanaque es una excusa, de todos modos. Cualquier momento es válido para recordar a ese jugador que usaba vinchas con consignas políticas y festejaba los goles con el brazo derecho levantado.