Podía ser buena la noche si lo primero que pasó en el partido fue la consumación de un episodio irrisorio, indigno de la Primera División? El árbitro, Pablo Lunati, advirtió que el color de la camiseta de Hilario Navarro podía confundirse con la suya, así que obligó al arquero de Estudiantes a cambiarse el buzo. El papelón se armó cuando, a falta de algo mejor en la utilería, decidieron ponerle una pechera de entrenamiento por encima de la camiseta. Y colocarle con cinta el número 1... En el segundo tiempo, al fin apareció una camiseta oficial para Navarro.
Era como si el equipo local no pudiera despegarse de la malaria que lo atraviesa. Porque en todo el primer tiempo, ante un Racing sin tantas ideas, a Estudiantes se le notó demasiado su falta de confianza. Solo Ezequiel Cerutti se corría unos pasos del estado general de imprecisión que gobierna este momento del plantel.
Racing tomó el partido en la medida de sus necesidades: las suyas van por el lado de la Libertadores, sencillamente. Por eso, por ejemplo, Diego Milito salió no bien empezó el segundo tiempo. Y en ese tramo Estudiantes llegó al gol, mitad por un buen movimiento ofensivo de Leo Jara, mitad por cómo pasó la pelota entre varias piernas hasta quedarle a Juan Sánchez Miño, que definió con justeza.
No tardó demasiado en empatar Racing, después de que a una arrancada de Brian Fernández le siguiera una tapada de Navarro y la definición del iluminado Gustavo Bou.
Después del gol la Academia se retrasó, como si ya le fuera suficiente con no perder. Y esa determinación lo acercó más a la derrota, paradójicamente. Saja lo salvó con un manotazo espectacular, pero no hubo demasiado más que eso. El final igualó al que no pudo mucho con el que no quiso tanto.