Fue creado en 1945, tras la Segunda Guerra Mundial, con el objetivo de prestar dinero a países con desequilibrios en sus balanzas de pagos. La Argentina ha sido gran tomadora de deuda del FMI, aunque no solo para cubrir dicha balanza; durante los períodos de crédito abierto al país, financió el gasto público y distintos procesos políticos.
Desde las décadas de 1970 y 1980, el FMI exige un acuerdo sobre los programas económicos de los países asistidos. Se denomina condicionalidades y, en el caso argentino, por aquel entonces apuntaban al ajuste del déficit fiscal y a la prudencia en los aumentos de salarios. Como en cualquier operación económica, el que presta quiere saber cómo evoluciona la situación de su acreedor, cómo gasta el dinero, y si va a poder devolverlo. Sin embargo, los programas de ajuste acordados con el FMI y las condicionalidades de esos acuerdos, han estigmatizado para siempre al organismo como el único responsable del ajuste económico permanente. Es el argumento de la izquierda política y del falso progresismo instalado entre intelectuales y la mayoría de los medios. Se demoniza al FMI para cuestionar las políticas económicas que tienden al libre mercado, a asociarse con los Estados Unidos y con la Europa democrática. Un país jardín de infantes donde el FMI, los acreedores, los bancos, la deuda –en definitiva, el capitalismo todo– representan a los malos de la película. El discurso anacrónico anti-FMI de los sectores de izquierda es muy taquillero aún en la actualidad. La verdad es que, tanto hoy como ayer, los reclamos de mayor seriedad en el manejo económico no son del FMI. Es lo que pide en el país todo el sector privado que paga impuestos y quiere invertir sin inflación, ni impuestos ni devaluaciones permanentes. El FMI señala siempre lo mismo: las inconsistencias de este modelo de Estado gigante, trucho e ineficiente, con impuestos altos que ahogan a las empresas y a los trabajadores. Claro que los que llegan al gobierno y manejan presupuestos estatales millonarios tienen una visión distinta. Desde la recuperación de la democracia en 1983, los dirigentes políticos culpan a los demás –sobre todo a los que estuvieron antes– de los dramas sociales. Ninguno asume la responsabilidad del desastre macroeconómico, ni del populismo, ni del gasto público imparable que fogonea la crisis de la Argentina. Incluso durante el gobierno de Mauricio Macri, destinado a ser un ejemplo hacia el mundo capitalista, la Argentina jardín de infantes cayó en la misma trampa. Cuando el déficit no bajaba y el país se quedaba sin crédito, la Argentina acudió al FMI para concretar los ajustes que había intentado postergar. Parece que necesitamos un tutor internacional para hacer lo que la mayoría de los países vecinos ya han comprendido: bajar el déficit para no tener inflación.
En mis comienzos en el diario Ámbito Financiero, cubrir las reuniones del FMI era uno de los momentos más esperados del año. Era el equivalente a un campeonato mundial de fútbol para un periodista deportivo. Para aquellos especializados en Economía y Finanzas constituía una gran oportunidad para estar entre colegas. La sala de prensa reunía a setecientos u ochocientos profesionales de todo el mundo; también a jefes de Estado, ministros de Economía y banqueros. En 1994 la reunión se realizó en Madrid. Junto a un grupo de colegas, todos llegados con dos días de anticipación, visitamos las instalaciones en plena etapa de armado y organización. Allí nos topamos con una bandeja donde estaba todo el correo para el gobierno argentino. En aquellos tiempos los informes del FMI sobre cada país se revelaban durante la reunión. No dejamos escapar la oportunidad. El informe era muy crítico contra el principio del Plan de Convertibilidad que Carlos Saúl Menem en la presidencia y Domingo Cavallo en el Ministerio de Economía habían puesto en marcha en 1991, y exponía el problema del país: el déficit fiscal.
Desde el fin de la convertibilidad en 2001, el FMI y la deuda externa alimentan una posición política, filosófica e ideológica que es medular en mi mensaje como periodista. Gracias a aquellos debates sobre quién era el culpable del estallido surgió la idea de Somos Nosotros, la marca con la que trabajo hace décadas, el nombre que llevan mis programas de radio, televisión y redes. Afirmo bien claro que los problemas son nuestros. Basta de buscar culpables. No es el FMI, ni los acreedores, ni los bancos ni el capitalismo que están confabulados contra la Argentina; tampoco son los extranjeros los que quieren arruinarnos. ¡Somos Nosotros! Incapaces de organizarnos razonablemente, y con conductas muy complicadas en términos económicos. Por lo tanto, aproveché la demonización del Fondo y de la deuda y todo el mensaje de la izquierda argentina para iniciar un camino del que este libro también forma parte. Somos Nosotros: discutamos qué nos pasa hacia adentro, sin buscar ni señalar enemigos externos.
*Autor de Somos nosotros, Editorial Sudamericana (fragmento).