DOMINGO
LIBRO

Comenzó la segunda guerra

Alberto lanzó su propia ofensiva contra Clarín.

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En una investigación profunda, Martín Sivak reconstruyó la guerra mutua entre el kirchnerismo y el Grupo, tras años de armonía. Alberto F, clave en aquella sociedad, fue ahora contra el negocio TIC de Magnetto. | juan salatino

Kirchner recibió a Magnetto en la Casa Rosada. Alberto Fernández fue testigo de ese encuentro. El presidente le explicó al CEO qué quería hacer en su gestión; Magnetto trazó un mapa general del estado de la política y la economía. Casi no se manifestaron diferencias en el diagnóstico y en las soluciones.

Hablaron también de los piquetes y de la precariedad que transmitían cuando se los veía en los canales de noticias. TN podía prestar un servicio al respecto, como había hecho durante toda la presidencia de Duhalde.

Kirchner sabía cómo halagar a Magnetto. Dijo, según la versión del CEO, que tomarían la renegociación de la deuda del Grupo Clarín como una referencia: entonces estaban en marcha la del multimedios y la de la Argentina. Como el editorial y el discurso inaugural, el presidente y el número uno encontraron en persona un repertorio especular: desendeudamiento, crecimiento y paz social.

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Ante Fernández, Kirchner imaginó una convivencia con el Grupo: la Casa Rosada comandaría la política y Magnetto los medios, como dos campos independientes que nunca colisionarían.

Del mismo modo que sumó simbólicamente al Grupo, hizo lo propio con la CGT de Hugo Moyano, con gobernadores e intendentes del peronismo, con organizaciones de derechos humanos: así relativizó su 22% de votos en las urnas.

Para Kirchner, los lectores de Clarín eran sus votantes. Lo mismo sucedía con los oyentes y televidentes de sus señales de radio, televisión y cable. Por eso designó dos cancilleres: Rafael Bielsa para el mundo y Alberto Fernández para el mundo Clarín.

En una primera etapa Fernández publicaba las reuniones que mantenía para hacer transparentes las acciones de gobierno. Llamaba la atención la gran cantidad de encuentros con personajes del mundo del periodismo, desde redactores hasta propietarios de medios. El ábaco le falló al contar las reuniones con los directivos de Clarín: de cada diez se publicaban dos, reconocen en la empresa. Se construyó un vínculo permanente e intenso, apoyado en el interés que empezarían a desarrollar el presidente y el CEO.

En el mundo práctico de esa relación durante los primeros meses de gobierno surgieron dos prioridades: conseguir que la ley de bienes culturales se sancionara (todavía faltaba la votación en Diputados) y que el Grupo completara la renegociación de su deuda privada.

Por primera vez apareció una poderosa voz parlamentaria disidente: Carrió se opuso a la ley de bienes culturales.

Según la empresa, Rendo pidió la intermediación del diputado mendocino Gustavo Gutiérrez, amigo del directivo y compañero de fórmula de Carrió en las presidenciales de 2003, para persuadirla. Carrió contestó que pidiera audiencia por conmutador o a través de su secretaria. Pero nada funcionó.

La diputada pronunció un discurso vehemente contra la ley pocos días más tarde de la asunción de Kirchner. Aunque la empresa llevaba veinte años de influencia, por primera vez en un debate parlamentario trascendente un dirigente político con votos se refería a la corporación de Magnetto.

Si Ámbito Financiero había bautizado la derogación del cram down como la Ley Clarín, Carrió llamó a la de bienes culturales la Ley Clarín y La Nación. Su alocución alcanzó altos decibeles.

“Señor presidente: votamos por unanimidad la modificación de la Ley de Quiebras. Luego de eso vino una exigencia del FMI para que se incorporara el cram down, mediante la modificación de la modificación que habíamos hecho a la Ley de Quiebras… Lo que se está haciendo acá tiene nombre y apellido, y nosotros lo queremos decir muy claramente. Se trata precisamente de respetar la dignidad nacional de los señores diputados nacionales y el interés nacional de todas las empresas nacionales, no solo de(l Grupo) Clarín y La Nación. Un Parlamento que hace dos días dijo que iba a cambiar no puede dictar una ley que otorgue un privilegio a empresas con nombre y apellido en desmedro de las restantes empresas nacionales. Esto último nos torna indignos a nosotros y nos hace dictar una ley claramente inconstitucional. (…) ¿Cuál es la razón para excluir del cram down a La Nación y a(lGrupo) Clarín y no al sector agropecuario o al metalúrgico, cuando además el cram down no es salvataje en la Argentina sino el medio para que los bancos se apoderen de las empresas argentinas?”.

Carrió preguntó de qué interés nacional se hablaba: en su perspectiva, los negocios de las empresas periodísticas no respondían al interés nacional, que entre otras cosas –agregó– esos grupos nunca habían defendido. Por último denunció ante la Cámara “el lobby escandaloso, de carniceros”, que se había desplegado durante meses.

La ley de bienes culturales quedó aprobada el 18 de junio de 2003. El multimedios consiguió su objetivo con un gran consenso entre las fuerzas políticas y el campo periodístico. Ámbito Financiero, el más anticlarinista consecuente, y Carrió resultaron las escasas excepciones de peso. Ni las empresas agropecuarias ni las metalúrgicas reclamaron el privilegio que había invocado Carrió. Peronistas y radicales alfonsinistas que por años habían rumiado contra el Grupo contribuyeron a salvarlo en nombre de la defensa del empresariado nacional. Fue también la primera caricia de Kirchner a Magnetto.

En la secuencia de hechos resonaba un eco de lo sucedido en 1989 con las licitaciones de los canales de televisión. Aquel año la Argentina también había sufrido grandes turbulencias. Las modificaciones claves para la expansión de Clarín –la ley de reforma del Estado que derogó el artículo 45– y para la supervivencia del gigante corporativo –la ley de bienes culturales– se dieron en el contexto de las dos peores crisis económicas desde la recuperación de la democracia: la hiperinflación de 1989 y la debacle de 2001.

En ambos casos Magnetto supo sacar provechos particulares en nombre de un interés general: la democratización de los medios a través de la privatización de los estatales y el rescate de los nacionales de las garras foráneas en tiempos en que la máxima autoridad eclesiástica, el futuro papa Francisco, alertaba que la Argentina se hallaba al borde de la disolución.

Si en la década de 1980 Clarín se había tomado ocho años de lobby lento y constante como una larga maratón para crear las condiciones de la privatización, en 2002 el Grupo contó con escasos meses para convencer al PEN y al Legislativo. Tres gobiernos peronistas concretaron el reclamo: el de Menem y luego los de Duhalde y Kirchner.

En esos veinte años de democracia la empresa de Magnetto reclamó a los gobiernos por temas variados, pero ninguna petición tuvo la importancia de esas dos normas. Una ley fundamental para crecer. Otra ley para no perder el control del portaaviones.

Héctor Horacio frente a Cristina Elisabet

El 19 de febrero de 2010, el día que cumplió 57 años, Cristina Fernández de Kirchner comentó que, durante la presidencia de su esposo, Magnetto había compartido la mesa en la quinta de Olivos diez o doce veces.

En la versión de Magnetto, esas comidas con el matrimonio le resultaban una pérdida de tiempo porque nada se definía. Hablaban de generalidades y Néstor se distraía: les daba a los perros la comida de la mesa. Las cosas importantes, para el hombre de Clarín, se hablaban a solas.

En su biografía autorizada, la presidenta ofreció su relato de uno de esos encuentros. Le dijo a la periodista Sandra Russo (autora, entre otros títulos, de No sabés lo que me hizo): “Magnetto había ido a ver a Néstor a Olivos y le había dicho que no me quería como candidata. Se lo decía a todo el mundo”. En el piso de 6,7,8 el ex presidente agregó una frase de Magnetto para impugnar a su esposa: “Es mujer”.

Según Magnetto, Kirchner le advirtió en un encuentro en la Casa Rosada que Cristina se presentaría como candidata mucho antes de que lo hiciera público. El presidente tomaba una lágrima; el CEO, un té. Magnetto no conseguía entender las razones para no presentarse a la reelección con los altos niveles de adhesión y buena marcha de la economía. No le convenció el argumento que escuchó: “Estoy cansado”. Creyó adivinar que en ese esquema los Kirchner se preparaban para sucederse y gobernar dieciséis años seguidos. No se lo dijo.

La única reunión a solas entre la presidenta y Magnetto fue en la quinta de Olivos, poco tiempo después de que ella hubiera asumido. Fernández de Kirchner no contó aquel encuentro en su biografía autorizada. Magnetto dijo que el ex presidente ofició de productor: armó la cita, lo esperó en la puerta, los dejó a solas. La jefa de Estado habló gran parte de la hora y media. Al final, Néstor apareció para la despedida. Cuando se quedaron solos, siempre según la versión empresaria, el santacruceño le dio una indicación: -las cosas importantes hablalas conmigo.

Los Kirchner y Magnetto, en general, han brindado narrativas opuestas de sus conversaciones, influidos todos por la necesidad de negar los tiempos de armonía. En los hechos, la relación con el Grupo, que llevaron adelante Néstor y Alberto Fernández, consistió en procurar un buen vínculo para que sus medios acompañaran la gestión. El oficialismo le otorgó beneficios y, al mismo tiempo, intentó leves formas de contrapeso, como alimentar con fondos y prerrogativas a sus competidores locales e invitar a jugadores grandes de afuera (como el Grupo Prisa de España y el mexicano Carlos Slim) a disputarle el mercado al multimedios.

Esos diálogos hipotéticos se conocieron ya iniciado el combate mayor de la política argentina desde 2008 hasta la campaña electoral de 2015.

Aunque siempre funcionaron en tándem, los Kirchner encarnaron dos facciones distintas. Néstor interactuaba intensamente con Clarín, desde los redactores hasta el CEO: procuraba un diálogo en el cual generar el give and take. Cristina interactuó mucho menos con el mundo del Grupo, incluso en los momentos de armonía: tanto los periodistas como los directivos conocieron su distancia.

Durante el conflicto con el Grupo Clarín, Kirchner se centró en buscar el modo de dañar materialmente al multimedios, y ejecutó ese plan. Su esposa prefirió concentrarse en el marco legal y la retórica: la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (y sus derivados) y el discurso sobre la lucha contra las corporaciones y la democratización de las voces.

Aun en guerra, Kirchner siguió en diálogo con la empresa. Cristina se negaba a cualquier negociación o acuerdo: desde la pelea con el campo hasta el final de su gobierno nunca quiso detener la escalada o pactar.

Los Kirchner repitieron las dos corrientes de pensamiento sobre cómo tratar a Clarín que pugnaron en los gobiernos de Alfonsín y Menem: pactistas y confrontadores. Cuando optaron por la guerra, lo hicieron con igual esmero y decisión; una cuidadosa división matrimonial del trabajo. Muerto su esposo, ella se hizo cargo, también, de los daños materiales. Pero llevó la hostilidad a extremos desconocidos en los años de Alfonsín a Néstor, lo cual le valió el rango de la mandataria que menos habló con el CEO del Grupo Clarín: solo una vez (…).

 

El 7 de diciembre, el último día hábil de su presidencia, Néstor le regaló al multimedios un primer 7D, el del amor, ya que el de 2012 sería el del odio: autorizó la fusión de sus dos empresas de cable, Multicanal y Cablevisión. Con esa compra de 2006 la corporación de Magnetto pasó de facturar 2.100 millones de pesos a 3.600 millones, y se quedó con el 51% de la televisión por cable. Se trató –señalaron Esteban Rafele y Pablo Fernández Blanco– de la operación más importante realizada entre empresarios argentinos desde la salida de la convertibilidad.

La aprobación tuvo costos internos en el gobierno. José Sbatella, de la Comisión de Defensa de la Competencia, se negó a firmar la fusión: llevaba varios meses de oposición a esa medida, e incluso publicó Problemas de competencia en el sector de la distribución de los programas en Argentina. Un año antes, también la fiscal Alejandra Gils Carbó había fallado en contra. Los empresarios de la industria se quejaron en varios mostradores estatales.

El secretario de Comercio, Guillermo Moreno, por instrucción de Kirchner, le ordenó a Sbatella que votase a favor, como el resto de la comisión: los abogados del holding pretendían un dictamen único que aprobara la fusión para que en el futuro no se la impugnasen legalmente, como ocurriría. Pero Sbatella emitió un dictamen de minoría, en el que exigió que el Grupo Clarín se desprendiera de los derechos de televisación del fútbol y que vendiera activos en las localidades en las cuales Multicanal y Cablevisión eran los únicos proveedores del servicio. Al poco tiempo fue desplazado de su cargo.

Kirchner firmó la fusión en el último día hábil de su presidencia para absorber los costos políticos de una decisión que contribuía decisivamente a la concentración del mercado y, sobre todo, para que el multimedios recibiera a su sucesora con la mayor dulzura posible. Días más tarde reunió a su esposa con Magnetto. (…)

El martes 1º de abril, después de veinte días de paro de las organizaciones del campo que rechazaban el aumento de las retenciones, el gobierno organizó un acto en el cual Cristina eligió los trazos con los que comenzaría a delinear el retrato de Magnetto.

—¿Qué te pasha, Clarín? –provocó Kirchner, que no habló en esa ocasión. El protagónico correspondió a la presidenta: “Tal vez muchos no lo recuerdan, pero un 24 de febrero de 1976 también hubo un lockout patronal. (…) Esta vez no han venido acompañados de tanques, esta vez han sido acompañados por algunos generales multimediáticos que, además de apoyar al lockout al pueblo, han hecho lockout a la información, cambiando, tergiversando, mostrando una sola cara”. Todavía pretendía sutilezas: habló en plural y no lo nombró. Pero había un solo general multimediático. 

Cristina y el gobierno apostaron a los casos de Papel Prensa y la adopción de los hijos de la señora de Noble para reforzar esa idea vital en los siguientes años: Magnetto era la dictadura. Había sido aliado y cómplice y volvía con los tanques nuevos. O nunca se había ido. En ninguna de las dos causas aportó nuevas evidencias de importancia a las ya conocidas durante los tiempos de armonía.

La presidenta se convirtió en una anticlarinista intransigente: más dura e ideologizada que su marido. En presencia de Lidia Papaleo le reprochó su vocación negociadora. Cristina no participó de las conversaciones durante el combate entre Kirchner y la empresa.

Cuando ya trabajaba en el Grupo, Jorge Lanata contó que el ex presidente se siguió reuniendo con Rendo a lo largo de varias batallas y hasta agosto de 2009. Con Kirchner vivo, los directivos y los periodistas jerárquicos de Clarín consideraban que alguna forma de convivencia, por lo menos, se podía lograr. Pero tras su muerte la pax clarinista se volvió imposible.

Magnetto ha sido taxativo en el análisis con editores de su diario: 

—Ella empezó a ser presidenta el día que murió su esposo.

Desde la crisis del campo Fernández de Kirchner desplegó en público una exégesis del diario: durante siete años se refirió a omisiones, errores, tergiversaciones. Clarín se volvió una lectura de Estado, un tema de Estado, una obsesión de Estado, un hostigamiento de Estado.

El gobierno dedicó buena parte de su tiempo y su capital político a dañar al Grupo en su patrimonio y en la confianza de su público. Impulsó la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, anuló la fusión de Multicanal y Cablevisión que había autorizado, le quitó la transmisión del fútbol (que entregó a la televisión pública), envió inspecciones impositivas intimidatorias, impugnó la conformación de la empresa Papel Prensa (denunció penalmente a directivos de Clarín y La Nación por delitos de lesa humanidad), redujo la publicidad oficial en sus páginas, sumó causas judiciales por evasión impositiva y lavado de dinero, entre muchas otras acciones.

Se publicitó que Moreno recibía a sus visitantes en la Secretaría de Comercio con café y alfajores de dulce de leche marca Clarín Miente; en mayo de 2012, durante la visita oficial a Angola de la presidenta, un integrante de la comitiva del funcionario entregó medias con la misma leyenda a niños descalzos de Luanda.

La Ley Audiovisual fue, en la tipificación kirchnerista, la madre de todas las batallas. El objetivo del gobierno era desmembrar al Grupo Clarín: su tupacamarización. Dos artículos, el 45 y el 161, lo afectaban decisivamente. La desinversión lo obligaba a, por ejemplo, desprenderse de licencias de televisión: tenía 237 (158 operativas) y debía quedarse con 24. Limitaba a 35% la porción del mercado de Cablevisión (que tenía casi el 60% entre cable e internet). Disponía que quien tuviera un canal de aire abierto, como el 13, no podía tener señales de cable, como TN, y que un operador de cable no podía tener más de un canal pago (el Grupo tenía 9).

Desde la aprobación de la ley, en octubre de 2009, hasta el fallo de la Corte que la convalidó, cuatro años más tarde, Clarín pudo mantener la desinversión en suspenso porque la Justicia avaló las medidas cautelares; una muestra, también, de la notable influencia que había conseguido en los tribunales.

Tras el fallo, el holding debió presentar un plan de adecuación que lo dividía en seis partes mal llamadas miniclarines. Un año más tarde, sorpresivamente, la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca), el organismo a cargo de hacer cumplir la normativa, impugnó la adecuación por considerar que el plan del multimedios burlaría parte de la reglamentación. Una manera de extender el conflicto en el espacio y en el tiempo.

La ley fue efectiva, como otras decisiones gubernamentales, para dañar a Clarín en el plano económico y en el simbólico. El kirchnerismo incumplió una parte central de sus propios estatutos: aumentar la participación de la sociedad civil y de los medios públicos en un mercado concentrado. Prefirió la propaganda oficialista y la prensa afín.

Martín Becerra señaló que de esa manera se estableció una división original:  algunas corpos buenas y una corpo mala. Las corpos buenas como Telefónica, Fintech, Telmex y DirectTV han sido beneficiadas con la nueva ley de telecomunicaciones e indirectamente con el daño que se causó al Grupo Clarín. Otras corpos, como la de Cristóbal López o la del dúo Sergio Szpolski-Matías Garfunkel, han recibido ayudas públicas decisivas: en el primer caso, se aprobó la compra de Radio 10 y C5N con varias irregularidades; en el segundo, se brindó una extraordinaria ayuda oficial constante para su financiamiento.

En el conflicto, Clarín perdió sintonía con la época. Le auguró finales catastróficos a Fernández de Kirchner, apostó abiertamente –con la fuerza de otros tiempos– por candidatos improbables, perdió equilibrio y matices, y asumió que el grito, la réplica ostentosa, era la única manera de responder a los ataques del Poder Ejecutivo.

Magnetto recibió muy poco apoyo del empresariado argentino y menos de lo que esperaba de la dirigencia política, seguramente por la desconfianza y el rencor que había acumulado en su contra a lo largo de un cuarto de siglo de directrices agresivas y comportamientos altivos. También por temor a las represalias de los Kirchner.

Varias veces le han preguntado a Magnetto por qué no procuró una tregua. Siempre ha respondido lo mismo: que no existía ya vínculo razonable posible.

Aunque llegó tarde al antikirchnerismo, el CEO de Clarín reclama una condición de pionero. Cree que sus medios anticiparon lo que iba a pasar y lo enorgullece que mucha gente lo vea ahora. 

—Prefirieron frivolizar el conflicto: pensaban que estábamos enojados porque nos sacaron el fútbol. Pero nosotros no peleábamos por el fútbol. Estaba en juego todo –no se cansa de repetir–, hasta las libertades individuales.

Poco menos de veinticuatro horas después de que apareciera el cuerpo sin vida del fiscal Alberto Nisman, la principal acusada por la denuncia de encubrimiento subió a Facebook una carta: “AMIA. Otra vez: tragedia, confusión, mentira e interrogantes”.

A partir de allí, y a lo largo de casi veinte párrafos, la presidenta habló sobre ella. Y a continuación recurrió a tres tapas de Clarín para explicar el suicidio con que abre la carta, que tres días más tarde llamaría “el suicidio (que estoy convencida) no fue suicidio”:

¿Es casualidad también que ese mismo día 12, que el fiscal regresa imprevistamente al país, el diario Clarín titula: “Más de 4 millones, de pie contra el terror en Francia”?

¿Es casualidad que al día siguiente, martes 13, y casi secuencialmente, el mismo diario titule en su tapa: “Timerman recibió orden de no asistir a la gran marcha en París”? Desmentida por la presencia del canciller y nuestra embajadora en la marcha.

¿Es casualidad que el miércoles 14 el fiscal presenta ¿su? escrito de 350 páginas sin avisarle a Canicoba Corral, juez de la causa principal, y directamente las remita al juez Lijo? Sí, el mismo que sobreseyó a Corach por encubrimiento.

¿Es casualidad que la tercera tapa secuencial de Clarín sea precisamente este hecho? La imagen de la portada del matutino mostraba el título “AMIA: acusan a Cristina de encubrimiento a Irán”.

Fue una costumbre: contestar a las tapas, asociarlas, estudiar los contenidos, impugnarlos. De la Resolución 125 a Nisman. La semana de enero de 2015 que siguió a la muerte del fiscal, Magnetto llegó a su oficina con una actitud de victoria. El gobierno parecía grogui. Habló sobre el odio.

—No soy de rencores. Y estoy dispuesto a perdonar.

—¿Y Cristina?

—La presidenta… ella tendrá que rendir cuentas.

Ella no piensa igual sobre Magnetto: pretende que termine preso por la causa de Papel Prensa, la misma por la que se preocupa doña Antonieta Niro, la mamá del CEO.

El 25 de mayo de 2015, el kirchnerismo celebró doce años en el poder. Fue festejo y despedida. Como en la noche de la reelección de Cristina, la multitud eligió su hit del conflicto:

Tomala vos,

dámela a mí.

El que no salta

es de Clarín.

 

☛ Título Clarín. La era Magnetto 

☛ Autor Martín Sivak 

☛ Editorial Planeta  

 

Datos sobre el autor

Nació en Buenos Aires en 1975. Licenciado en Sociología (Universidad de Buenos Aires) y doctor en Historia de América Latina (Universidad de Nueva York), ha trabajado más de veinte años como periodista. 

Entre otros libros, escribió El dictador elegido: biografía no autorizada de Hugo Banzer Suárez , Jefazo: retrato íntimo de Evo Morales, Clarín, el gran diario argentino: una historia (2013) y Clarín, la era Magnetto (2015) 

Es docente universitario, editor y escribe para diarios y revistas de la Argentina y el exterior.