DOMINGO
Idea de progreso

Comportamiento ético

Logo Perfil
. | Cedoc Perfil

En la guerra el único comportamiento éticamente compartible es la deserción. Y entonces, me di cuenta del hecho que el concepto de deserción tiene un significado, que va mucho más allá de la dimensión bélica. Comencé a pensar en que la deserción podría tornarse un modelo estratégicamente eficaz, incluso para huir del horror de la paz: de esta paz que sin cesar prepara la guerra. La paz del capitalismo neoliberal que ya ha reinstaurado la esclavitud, el racismo, las deportaciones masivas, y que está restaurando por todas partes el nazismo.

Desertar significa abandonar la batalla, de alguna manera eludir el combate, alejarse del lugar donde arrecia el combate, y huir antes de que la policía militar te atrape y te fusile por la espalda, para hacerte pagar tu cobardía. (…)

Se trata del único comportamiento que considero éticamente aceptable y estratégicamente racional: la fuga, el abandono, alejarse, desertar. No siempre sostuve esto de que sea oportuno huir del campo de batalla.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Por muchos años consideré necesario asumir posiciones, oponerse, comprometerse y batirse contra los explotadores, y hasta si fuera necesario, tomar las armas para defenderse de los agresores.

¿En qué momento maduré la convicción de que la única estrategia ética sea la autosustracción, el rechazo a asumir una posición en el campo de batalla?, ¿en qué momento fue que comencé a pensar que la deserción es la única posición éticamente sostenible, y además, el único comportamiento estratégicamente eficaz? Probablemente haya sido cuando me quedó claro que la historia humana llegó a un punto en el que ya no es posible una acción voluntaria eficaz. Lo inhumano ha ocupado el centro de la escena y los procesos de devastación ambiental y de anulación de la dignidad humana ya son irreversibles, habiendo sido incorporados a la cadena de los automatismos técnicos y psíquicos, de los que no podemos escapar.

El problema de la creación política de subjetividad se presenta, entonces, bajo otra luz, que no tiene nada que ver con la historia política de los siglos que abarcó la modernidad.

Toda la historia política de la modernidad, incluida en ella la historia del movimiento obrero y de los movimientos revolucionarios del siglo XX, se apoyaba en la tácita e ilusoria promesa del Progreso: el futuro siempre tendría un carácter expansivo. La expansión de la base productiva, la expansión de los mercados, el crecimiento del consumo. A pesar de mil conflictos, esto hacía posible la integración de la sociedad.

Al mismo tiempo, la subjetividad política, en diversas fases del siglo pasado, se concebía como la superación del capitalismo –en tanto predominio de los intereses privados por sobre lo público–, pero también como el pleno despliegue de la tendencia capitalista a incrementar la productividad del trabajo, gracias a las máquinas. La posibilidad de futuro, que llamábamos comunismo, iba en esa misma dirección expansiva de la historia del capitalismo: era el salto final que revertía, y al mismo tiempo, desplegaba la potencia de la técnica por fuera de la forma capital.

La pandemia, la guerra civil global con el consiguiente rearme y la desmesura del cambio climático han marcado el fin del paradigma expansivo, de crecimiento, aunque el discurso dominante sea absolutamente incapaz de ver esta realidad. Por eso, estamos forzados a imaginar los acontecimientos por venir desde una perspectiva que no es aquella de la expansión, sino la del agotamiento y la contracción, mientras se configura la extinción de la civilización humana como el resultado más probable.

Desde fines del siglo XX (a partir de la publicación del Informe al Club de Roma sobre Los límites del crecimiento, en 1972) se cobró conciencia del agotamiento de los recursos y de los límites para esa expansión. Sin embargo, en esos mismos años el capital salía de la crisis aumentando los beneficios, gracias a los progresos tecnológicos, que permitieron la intensificación de la productividad, y de la información.

El neoliberalismo, de esta forma, quebró los vínculos que ralentizaban la intensificación. Las regulaciones, las resistencias sociales, la jornada laboral de ocho horas, los derechos laborales, el necesario descanso de los trabajadores cognitivos: todo fue eliminado, o simplemente, ignorado.

La sociedad civil que se había construido en los últimos dos siglos, se derrumbó en pocos años.

El capital consiguió con un doble movimiento dar una respuesta a la caída de la tasa de beneficio: por un lado, con el uso de la dinámica financiera abrió paso a la redistribución de la riqueza hacia el vértice de la pirámide, y con la concentración creciente de capitales, el empobrecimiento de la sociedad. Por otro lado, la incorporación de nuevas tecnologías ha acelerado la productividad del trabajo, en particular del trabajo cognitivo.

La extrema intensificación de la productividad y de la explotación de las energías mentales coincide con el pasaje de la forma territorializada de la producción a la forma digital intensiva, en la esfera del semiocapital.

*Autor de Desertemos. Prometeo Editorial (fragmento).