DOMINGO
Visiones de un género que busca el reconocimiento e igualdad

El difícil honor de ser mujer

Cuatro libros, cuatro editoriales y autoras que llaman a la reflexión sobre las luchas y logros de ser mujer. “Maternidad real”, de Carla Orsini, sobre diez temas sobre los que hay que hablar para la crianza; “Criaturas Fenomenales”, de un grupo de 21 nuevas cronistas, le dan voz a aquéllas invisibles; “Claves feministas para la autoestima de las mujeres”, de Marcela Lagarde y De los Ríos, analiza las cuestiones de poder y deudas pendientes y “Feminismo posthumano” de Rosi Braidotti, con la historia y los roles.

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El poder de la carga mental

Mientras me lavo los dientes, preparo el desayuno, leo mails, hago las compras, me baño, cuelgo la ropa limpia; antes de dormir, en todo momento y lugar, sin excepción, mi cabeza no para de ordenar y procesar datos de crianza. Tareas pendientes, turnos y todo tipo de situaciones e información.

La llamada “carga mental” muestra la desigualdad en la repartición de tareas de cuidado. La carga mental es patriarcado puro. Es en la gran, grandísima, mayoría de los casos absorbida por la madre. ¿Es una cuestión de género? ¿No será que es otro mandato disfrazado de mayor capacidad?

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Nos quieren vender que como somos más capaces y multitasking, por eso tenemos que ocuparnos de todo. Entonces yo les pregunto: ¿cómo hacen las familias con dos padres? Las mujeres y los hombres somos igual de capaces de retener y administrar esa información. Acabemos con ese mito.

La carga mental funciona como un fantasma que acecha; es intrusivo de pensamientos, insaciable, inacabable, inagotable y agotador. Es un procesador de computadora, son miles de libretitas de pendientes, son papelitos en la heladera. Cosas, cositas, datos, datitos fundamentales para la crianza y el cuidado de un ser humano. Es planificación, logística, repartición, coordinación de tareas.

La carga mental es sinónimo de soledad. Una soledad despiadada y cruel, un mandato que maltrata. Lo peor de todo: un maltrato aceptado socialmente y amparado en el deber ser.

Nos catalogan de no saber delegar y yo me pregunto: ¿por qué no hay actitud proactiva? ¿Por qué hay que decirle las cosas al otro cuidador? ¿Somos exigentes o eso también es una creencia cultural?

Me cuesta tener respuestas, me surgen sobre todo interrogantes y cuestionamientos, es un tema profundo que arrastra siglos de designación de roles. La mujer cuida, el hombre provee.

La mujer sumisa, el hombre poderoso. La mujer procrea y cría, el hombre trabaja fuera de casa, escala posiciones y alcanza los más altos puestos.

La dura verdad: el padre o progenitor puede hacer todo menos amamantar. Puede alzar, consolar, cuidar, educar, cambiar pañales, registrar datos, pedir turnos (¡y recordarlos!), comprar, salir a pasear, dormir con el bebé, dar mamadera, participar de los chats del colegio, recordar peso y dosis de antitérmicos. Puede, es capaz. Sí, puede. Repitan conmigo: ¡sí, puede! No solo puede, sino que DEBE, es su responsabilidad. Aun cuando la pareja ya no convive. Si se separa la pareja, no así la mapaternidad, no exime de cuidados y responsabilidades.

El padre no está para proveer y jugar. Nosotras cansadas y agotadas con poco resto para disfrutar, y la parte divertida y exenta de responsabilidades se la lleva el padre. No puedo generalizar, cada vez más hay padres que paternan. Pero estamos muy lejos de la igualdad en la repartición de tareas.

“Te felicito, cómo te ocupás de tu hijo”, “Qué padrazo”, “Se puso la 10”. Parece que estoy haciendo un chiste, pero solo reproduzco frases que aún hoy circulan.

Es lo que corresponde. ¿Acaso felicitan a las mujeres por hacer lo que corresponde? (…)

Psicologa Luján Rossetto, de @maternarse.

El precio de las tareas no remuneradas

Si bien las tareas de cuidado tienen un valor incalculable, en sus redes sociales con el hashtag #elpreciodecuidar y #contarcuenta, Florencia Freijo publicó una lista de tareas no remuneradas que realizamos veinticuatro horas por siete días de la semana al mes, al año y por años:

• Ordenar: 339,5 la hora.
• Limpiar pisos y ventanas: 339,5 la hora.
• Lavar, tender, planchar y guardar la ropa: 339,5 la hora.
• Ir a comprar alimentos: 339,5 la hora.
• Cuidar mascotas y plantas: 339,5 la hora.
• Amamantar: 380,5 la hora.
•Gestión de la escolaridad, tareas semanales: 339,5 la hora.
•Cuidado de adultos mayores dentro del hogar: 339,5 la hora.
•Trámites del núcleo familiar: 339,5 la hora.
•Preparar la comida: 339,5 la hora.
•Lavar los platos: 339,5 la hora.
•Llevar a terapias médicas a niños y ancianos: 339,5 la hora.
•Traslado a actividades de formación y recreativas: 339,5 la hora.
•Reparaciones del hogar: 339,5 la hora.
•Gestionar la compra de ropa: 339,5 la hora.
•Cuidar a un familiar con alguna enfermedad: 380,5 la hora.

Prueben hacer cuentas, se van a sorprender.

Florencia sostiene que las madres ganan menos, tienen menor posibilidad de ahorro, pérdida de años de aporte, menos concentración de capital simbólico.

Las tareas de cuidado no producen dinero, son tareas reproductivas. Producen seres humanos, y eso, en esta sociedad mercantilista, pareciera no tener valor.

Estas tareas pueden intensificarse en algunos períodos del año como el inicio del ciclo escolar con reuniones y compra de útiles, uniformes, pintorcitos, libros y fin de ciclo.

Siguiendo esta línea, a la hora de confeccionar un currículum, tener una entrevista de trabajo no se pone en valor la maternidad y sus tareas. Aparecen baches de formación y trabajo remunerado que coinciden con licencias. Repensemos esto como una inversión y pongamos en valor la inmensa tarea de criar.

Sentía culpa de no poder jamás equiparar a mis colegas sin hijos o colegas hombres. En mi profesión, como en la mayoría, a la hora de ocupar un puesto de trabajo, beca o similar, eligen a un hombre por sobre una mujer. La mujer “se embaraza”, falta porque se enferman los hijos, implica una pérdida para el empleador. Esto sucede porque continúa siendo desigual el rol y la tarea. Si faltaran por igual hombres y mujeres, al enfermarse un hijo esa diferencia disminuiría. (…)

¿Qué propongo?

•Generar acuerdos de pareja. Por ejemplo, asignar tareas de antemano con posibilidad de flexibilidad, incluso desde antes de que nazca el bebé.

Las tareas de cuidado son trabajos no reconocidos y no remunerados. Démosles un lugar. Por ejemplo, hacer un chat en común en el que escribir los pendientes (con cuidado de que no sea uno solo el que haga la lista): uno se encarga de pedir los turnos, otro de las compras; y por supuesto de cuáles serán las tareas compartidas. Hay parejas donde esto fluye sin necesidad de acuerdos explícitos, así debería ser. Pero quedarnos en el esperar que las cosas sucedan puede llevar más tiempo y desgaste diario. Todos los acuerdos serán válidos siempre y cuando haya consenso.

A medida que la mapaternidad progrese, los acuerdos pueden ir modificándose. Encontrar un equilibrio que les sirva a ambos. Habrá que ceder, negociar, recapitular. Siempre está la opción de terapia de pareja para ayudar al consenso y la introspección.

☛ Título: Maternidad real
☛ Autor: Carla Orsini
☛ Editorial: Planeta
☛ Primera edición: Julio 2023
☛ Páginas: 128

 

No quiero ser una anciana que necesite de los demás

Desde hace años, Avelina tiene una pesadilla recurrente: “Sueño mucho a un niño que se me olvida, está chiquito, recién nacido. Duro tres días sin ir a la cama y me acuerdo que está ahí todo enredadito entre las cobijas y voy a verlo preocupada porque no le he dado de comer. Lo veo chiquito, como de tres meses de nacido, está flaquito como si fuera un bebé prematuro, lo veo ahí, y no se me quita ese sueño, no se me quita”.

Avelina tiene setenta años y vive en las afueras de Morelia, Michoacán. En las últimas semanas el sueño ha vuelto. No sabe si es el encierro o es que en estos días, donde el tiempo transcurre de manera extraña, el pasado y el presente se le han mezclado o, más bien, se le agolpan en la puerta de su casa en forma de culpas y reclamos.

Del sueño vuelve a la realidad: “No sé cómo crecieron ellos –dice al referirse a sus cinco hijos–. Ahora pienso y dudo en cómo crié a mis hijos, no sé cómo los crié. Pero lo que sí sé es ese sueño, ese niño recién nacido que se me olvida, de pronto despierto soñando eso. Y mis hijos ahí están. Una de mis hijas me compró una muñeca, porque nunca tuve muñecas de niña, y me la compró, de trapo, con su vestido de flores y su sombrero de paja, pero tampoco ha hecho que se me quite ese sueño”.

La escucho hablar del otro lado de la línea con su voz atribulada. Hablamos a la distancia porque no podemos encontrarnos, ella no puede salir para atender esta entrevista y yo no puedo ir a verla porque tengo dos hijas en casa. Para cuidarse de la pandemia, Avelina permanece encerrada y evita visitas.

Así que, a tientas, tratamos de crear una confianza imaginando el rostro que nos habla y nos escucha.

Avelina dice que es terca y, sobre todo, sana: “Yo no quiero ser una anciana vieja que necesite de los demás”. Lo dice con orgullo y con razón de sobra: ha dejado el lomo en los quehaceres desde niña. Ha trabajado, cuidado y sostenido a su madre, a sus hermanos, a su esposo e hijos. A todo un estado.

La emergencia sanitaria por covid-19 puso en evidencia las fallas sistémicas de lo que entendemos por trabajo y cuidado en México. Los adultos mayores –el grupo más vulnerable ante el nuevo coronavirus– llegan a este momento después de trabajar toda su vida con un sistema incapaz de sostenerles y cuidarles.

Una población que, por su edad, está más expuesta a enfermar gravemente, que en su gran mayoría carece de acceso a servicios de salud, que debe seguir trabajando por la falta de ingresos y que, de enfermarse, disputaría con el resto de la población alguna cama en el de por sí rebasado servicio de salud. (…)

Estas historias ocurren en el campo y en las ciudades; en el centro del país y en algunos estados. Son historias de mujeres y hombres mayores que llegan a sus sesenta, setenta, ochenta años después de haber trabajado toda su vida. Muchos de ellos comenzaron cuando eran aún niños y siguen haciéndolo en sus casas o en las calles, con el riesgo hoy de enfermarse.

“¿Trabajar? Ay, eso sí que es bien chistoso” –dice Avelina del otro lado del teléfono y suelta una carcajada–. Yo trabajé desde niña porque no se me mandó a la escuela, vengo de una familia humilde, muy pobre. Mi papá era machista y mujeriego, de esos señores de pueblo que, si ganaba algo, era para él y no para los hijos ni la esposa”.

A los ocho años salía de su casa y se cruzaba con la vecina: se asomaba a la cocina y, si veía alguna olla humeante o tortillas en el canasto, Avelina lavaba pañales de tela sucios, o los trastes, a cambio de un plato de sopa o de frijoles y alguna tortilla.

En su casa no siempre había bocado, había días en que recibían la noche con panzas vacías. Pronto aprendió de su madre a coser ropa, quien, sin saber leer ni escribir, sostenía a sus hijos cosiendo camisas, pantalones, vestidos para los vecinos.

Avelina recuerda a su madre cose y cose, cose y cose, de día y de noche, sentada en una piedra rectangular que cuando no la usaba ahí, la usaba para trabajar el molino de maíz. La recuerda como ahora la recuerdan sus propios hijos: pobrecitos de ellos, a qué hora los atendía si todo el día trabajaba en la máquina y, si llegaban a importunarla, ella los espantaba a manazos como a moscas.

La de Avelina no fue vida, fue trabajo. La contrataban señoras “para estar de pie en su casa, como les dicen a las sirvientas”. Se sentía feliz, pues, aunque pasaba los días lejos de su mamá y sus hermanos, ganaba unas monedas para repartirles; ella era la cuarta y por herencia le tocaba ayudar a crecer a los siete hermanos menores.

Nunca fue a la escuela ni recuerda haber tenido un juguete.

Por eso atesora la muñeca que una de sus hijas le regaló ya de grande. Aprendió a leer solita porque le gustaba y porque algunos vecinos pasaban a regalarle cuadernos o libros en desuso.

“Me casé rápido, teníamos que salir rápido de la casa para ayudar”, dice Avelina del otro lado del teléfono. Se casó y migró del campo a la ciudad, como otras miles de personas que escucharon de la gran promesa de trabajo y bienestar en las ciudades y dejaron atrás milpas marchitas, un éxodo que se inició en 1950 y llegó a una cúspide en 1975.

Avelina llegó a Morelia desde La Purísima, Michoacán, convertida en trabajadora doméstica y, en los ratos que robaba al trabajo, perfeccionó los conocimientos heredados de su madre en una escuela de corte y confección. En un año aprendió lo suficiente como para volver a su pueblo y trabajar en lo que ella quería. Ese mismo año murió su padre de cirrosis hepática. Su pérdida fue más bien un alivio para su madre, que igual seguía sola en la crianza de doce hijos.

Cuando era niña, Aurora fue dejada por su mamá, quien se fue a trabajar a la capital, desde donde les mandaba dinero. Aurora quedó bajo la responsabilidad de la familia paterna, y sus hermanos, a su vez, quedaron a cargo de ella. A la escuela fue apenas para aprender a leer y escribir.

“Fui una niña que crece sin su mamá, eso es penoso y triste. Me cuidó una tía pero ella tuvo a su propia familia y me atendía cuando le sobraban ratitos, cuando estaba en sus manos”, dice desde la delegación Benito Juárez, en la Ciudad de México.

Aurora comenzó a trabajar a los 12. Era la costumbre a mitad del siglo pasado trabajar desde la infancia en casas, comercios, locales y a ella le tocó un consultorio médico: apuntaba las citas, las visitas, ponía en orden el medicamento. De ahí se fue a una panadería y luego, ya hecha una señorita, siguió los pasos de la mamá y se mudó de Pachuca, Hidalgo, a la capital, donde vive ahora, a sus setenta y ocho años. (...)

La vejez desde la ventana, Daniela Rea .

☛ Título: Criaturas fenomenales
☛ Autores: Daniela Rea, Amalia del Cid, June Fernández, Marcela Ribadeneira y otras
☛ Editorial: Marea
☛ Primera edición: Septiembre 2023
☛ Páginas: 328

 

Las complejas estructuras de género

En sus nichos y procesos el feminismo ha expresado el anhelo de las mujeres de hacer realidad las promesas contenidas en el paradigma utópico de la modernidad: igualdad, desarrollo, progreso y democracia, y de sus principios de universalidad, diversidad y no exclusión, en pos del bienestar y la calidad de la vida, la vida libre de violencia.

Las feministas de cada generación nos hemos dado cuenta de que la utopía moderna tampoco incluye a las mujeres como sujeto. Las claves de la modernidad son atributos que conforman condiciones de género de los hombres en el mundo patriarcal. Son también estructuras y relaciones sociales que garantizan el uso de poderes, privilegios y prerrogativas monopolizadas y potenciadas por ellos en cada estrato y categoría. Mujeres de los tiempos modernos se han inspirado en esas claves y han anhelado para sí y para su género las que garantizarían su desarrollo y bienestar, a las que atribuyen la posibilidad de desterrar los cautiverios.

Propiciar la utopía ha implicado para las feministas extirpar el poder de dominio de los hombres y construir poderes vitales para la emancipación de las mujeres que no dañan a nadie y son indispensables para vivir: están cifrados en un puñado de satisfactores de necesidades básicas y estructurales, unos cuantos derechos humanos y otro tanto de libertades.

Los movimientos feministas nos convocan a resistir, rebelarnos y garantizar la pertenencia al mundo de nuestras congéneres y la propia, con derechos y libertades normadas en un nuevo contrato social de género la democracia genérica.

No basta con que unas mujeres tengan acceso a bienes y oportunidades; se trata de trastocar el orden político de dominación de género de los hombres, desmontar las desigualdades, crear condiciones de igualdad y solidaridad entre mujeres y hombres y erradicar todas las formas de discriminación y violencia. Se trata de un nuevo paradigma civilizatorio.

El análisis integral conduce a la necesidad de desmontar, de manera simultánea, otros supremacismos y pautas de dominio de edad, clase, casta, etnia, condición sexual, de salud y capacidad. La dimensión intersectorial de la perspectiva de género sostiene que los sujetos sociales están constituidos por varias condiciones sociales simultáneas, cada persona, mujer u hombre pertenece a varias organizaciones sociales y sistemas normativos, y la condición de género es transversal a todos los grupos y categorías sociales.

Cada condición en su dimensión opresiva genera formas específicas de opresión y discriminación, condiciones sociales e identidades, relaciones sociales y modos de vida; concepciones del mundo, de la vida y de la muerte están contenidas y representadas en filosofías e ideologías, lenguajes, formas de trato, ritualidad, creencias, mentalidades, aspiraciones, proyectos de vida.

El poder de dominio está presente en el poder de los hombres mayores sobre mujeres, niñas, niños, adolescentes, jóvenes, ancianos y ancianas, quienes discriminan o son discriminados por su edad y generación. El racismo se desprende de la condición e identidad cultural, étnica, racial, lingüística y religiosa. El clasismo emanado de la clase y la estratificación social de castas y estamentos, está presente en la discriminación por origen y situación de clase o étnica, pobreza, discapacidad marginación.

Otros estigmas basados en prejuicios se asocian, por ejemplo, a ser indígena, niña, joven, adulta o anciana. Y, derivadas de la sexualidad, la nubilidad, la virginidad, la multiparidad, la infertilidad y otras. Pertenecer a la clase trabajadora, a alguna etnia, ser originaria de un pequeño pueblo o de una megalópolis, o ser parte de cualquier categoría bajo dominio, ser lesbiana o trans, coloca a la mujer en un estamento patriarcal de doble o múltiple opresión, la conduce a variadas desigualdades. Cada marca de condición social y de identidad impacta la condición de desarrollo de las personas y se concreta, por ejemplo, en su exclusión del estudio, el empleo, el ingreso, la salud, la participación en la toma de decisiones políticas sobre asuntos de interés social.

La discriminación se ceba sobre indicadores del desarrollo humano. El género está asociado a las categorías que configuran a cada persona que siempre incluyen al género.

Es palpable incluso en la terminología. Hay conceptos mixtos de género y edad: niña, vieja, adolescente, joven. A mayor dominación genérica, clasista, racista, excluyente, mayor discriminación, desigualdad y estigmatización. Las categorías que definen al ser en las mujeres impactan la existencia, al ser convertidas en estigma. Por eso afectan de manera negativa la autoestima y bloquean el empoderamiento de las mujeres.

Es preciso reconocer la simultaneidad de los daños a la autoestima de las personas discriminadas por el hecho de ser lo que son. Ser estigmatizadas produce en las mujeres vergüenza y culpa, desconfianza e inseguridad. La baja autoestima se manifiesta en actitudes, lenguajes y afectos de timidez e inseguridad que pueden limitar el desarrollo de las mujeres e inhibir su atrevimiento y creatividad, produciendo rechazo, desvalorización y desprecio social contra las mujeres.

Las estructuras de género son complejas, están compuestas de condiciones sociales contradictorias; mientras duren, pueden garantizar incluso derechos a las mujeres, como sucede con la condición infantil en algunos estratos sociales y regiones, la utopía moderna garantiza un sitio escolarizado para niñas del siglo XXI, pero la utopía no da para todas. Es posible que esa oportunidad termine con el cambio de edad a la adolescencia, o por la pérdida del espacio educativo por trabajo fuera o trabajo doméstico en casa, por migración con residencia excluyente, la sexualidad marcada por la maternidad precoz, o porque se contrapone el estudio con la edad.

En algunos sistemas conyugales caracterizados por la dependencia femenina, la propiedad y el protectorado de hombres sobre mujeres, el proceso de configuración de niñas y adolescentes en el estereotipo madresposa, la vida sexual y el enamoramiento, el embarazo y la maternidad precoces, son experiencias que marcan el deber ser patriarcal de las mujeres.

Madresposa, ser esposa del hombre que cumple con usos y costumbres de esa masculinidad. La conyugalidad tradicional paternalista y patriarcal supone que las mujeres, cónyuges, esposas, amantes, concubinas, carenciadas, obtendrán cónyuge sexual, ingresos, acceso a bienes y recursos, estatus, prestigio y un buen porvenir, derivados del vínculo de dependencia vital con hombres estereotipados como el sujeto.

Con esa estructura social, mirada desde una subjetividad patriarcal, los logros conyugales o maternales son experimentados por mujeres conservadoras como aumento o fortalecimiento de la autoestima. De hecho, en el mundo tradicional, son objetivos a alcanzar mediante la conyugalidad, aunque conseguirlos signifique disminuir y lastimar la autoestima. Asimismo, persiste la tendencia a descalificar y repudiar a mujeres que tienen objetivos propios, por interesadas, materialistas, por no conformarse con menos, por egoístas, por no obedecer, por no ser sacrificadas. Se emiten juicios morales que alimentan estigmas con la descalificación.

Con todo, en casos de normas estrictas, la madresposa deberá garantizar a su esposo, tener hijos hombres, de preferencia. Si deja de ser esposa, la mujer puede quedar en la desprotección y perder estatus, recursos, espacios sociales a los que accedía por su origen, o por su condición conyugal y materna. Las mujeres viven al mismo tiempo beneficios y pérdida de libertades y otras condiciones positivas. Las marca el antagonismo.

Desde la perspectiva de género, es preciso visualizar las contradicciones del sistema y recordar que todo orden de dominación se reproduce no solo por la coerción, sino que requiere de un consenso.

☛ Título: Claves feministas para la autoestima de las mujeres
☛ Autora: Marcela Lagarde y de los Ríos
☛ Editorial: SXXI editores
☛ Primera reimpresión: 2023
☛ Páginas: 168

 

El mantra de que los derechos de las mujeres son humanos

El estatus de lo humano es fundamental para el pensamiento feminista, antirracista, descolonial e indígena, y pone en primer plano esta cuestión controvertida: ¿cuán inclusiva y representativa es la idea de lo humano implícita en la idea humanista supuestamente universal de “Hombre”?

¿Puedo, como mujer, persona negra, indígena, LGBTQ+, optar por esa idea e ideal humanista? ¿Por qué los otros sexualizados y racializados fueron excluidos desde un principio? ¿Y cómo se me puede incluir en la medida en que mi exclusión se justificó en términos de mis supuestas deficiencias y defectos en relación con el ideal masculino blanco? Si mi exclusión es instrumental para la definición de esa posición de sujeto privilegiado y yo soy el exterior constitutivo de “Hombre”, ¿cómo puedo esperar mi inclusión? Si los otros excluidos, descalificados y deseleccionados quieren su inclusión, la imagen dominante del “Hombre” debe cambiar desde dentro. Igualdad no es semejanza. Y ser diferente no tiene por qué significar tener menos valor.

Las críticas feministas y antirracistas a la idea de una humanidad común indiferenciada y la reivindicación del universalismo humanista surgieron a partir del siglo XVIII, por ejemplo, por Olympe de Gouges (1791) en nombre de las mujeres, y por Toussaint Louverture (2011) en nombre de los pueblos esclavizados y colonizados. Ambos reaccionaron contra la flagrante violación de los derechos humanos recogidos en la Declaración Universal de Derechos Humanos firmada en París en 1789. Criticaron respectivamente la exclusión de las mujeres de los derechos cívicos y políticos y la violencia inhumana de la esclavitud y del despojo colonial. Todas las pretensiones de universalismo pierden credibilidad cuando se enfrentan a tales abusos de poder. Tanto de Gouges como Louverture pagaron un alto precio por su osadía: Olympe no tardó en ser enviada a la guillotina, mientras que Toussaint fue depuesto por el ejército imperial francés. Esto en cuanto a la fraternidad universal  –de la sororidad no se hablará hasta dentro de unos siglos (Morgan, 1970)–.

El motivo humanista de que la liberación de la mujer es la liberación humana, y que los derechos de las mujeres y de las personas LGBTQ+ son derechos humanos, es un mantra humanista empoderador con un atractivo emocional e intelectual instantáneo. El mismo mensaje, “los derechos de la mujer son derechos humanos”, fue proclamado por Hillary Clinton en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer: Acción para la Igualdad, el Desarrollo y la Paz de las Naciones Unidas en Beijing, China, en 1995, y fue reiterado durante su fallida campaña presidencial. Son repetidos a escala planetaria por multitud de mujeres y personas LGBTQ+, personas racializadas deshumanizadas y otras colonizadas, cuya humanidad históricamente no fue concedida. Y, sin embargo, continuaron y construyeron sus mundos. Desde Vindicación de los derechos de la mujer, de Mary Wollstonecraft, hasta ¿No soy yo también una mujer?, de Sojourner Truth, de las Riot Girls a las Pussy Riot, pasando por las Guerrilla Girls y las ciberfeministas, las xenofeministas, las ecofeministas de Gaia y muchas otras, la aspiración humanista a la dignidad y la inclusión resulta inspiradora.

Las feministas liberales confían en los poderes liberadores de la economía de mercado capitalista para lograr estos objetivos, pero también están impulsadas por una conciencia social y un sentido de responsabilidad, como argumentó una de sus figuras históricas, Betty Friedan, en 1963. La política feminista, desde este punto de vista, se basa en organización y estrategias para corregir un sistema social y económico flexible y mejorable. Un optimismo subyacente respalda el gradualismo político de la rama liberal del movimiento feminista: vendrán cambios igualitarios y en algún momento se logrará la igualdad si mujeres y hombres trabajan por este objetivo. El poder patriarcal no es una noción estructural para el feminismo liberal; su enfoque se centra en la distribución injusta de las posiciones de poder y las relaciones entre hombres y mujeres individualizados. El énfasis recae en el individualismo y el empoderamiento personal.

Muchas feministas del siglo XX adoptaron una posición más radical y se mostraron escépticas ante los elevados ideales liberales humanistas, ya que se implementaron de forma desigual a lo largo de la historia mundial. Esto resultó en la exclusión sistémica de quienes no se ajustaban a esa norma dominante. La injusticia de estas exclusiones violentas llevó a los otros descalificados a cuestionar la norma y rechazar las prácticas discriminatorias a partir de su experiencia vivida. Llamaron al humanismo a rendir cuentas una y otra vez. Sus rebeliones expresaron las demandas concretas y la urgencia política de referentes empíricos concretos como las mujeres, personas LGBTQ+, personas latinas, negras y otras racializadas, descoloniales e indígenas. (…)

Las críticas feministas a las posturas patriarcales fueron formuladas, a raíz de Beauvoir, por filósofas clave como Alison Jaggar (1983), Genevieve Lloyd (1984), Jean Grimshaw (1986), Sandra Harding (1986, 1991), Hill Collins (1991), Jaggar y Young (1998) y muchas más. El ideal supuestamente abstracto del “Hombre” como símbolo de la humanidad clásica fue bajado a tierra y se reveló como lo que era: un macho de la especie. (…)

El feminismo, en su primera, segunda y múltiples oleadas sucesivas, tuvo un éxito relativo en sus luchas por la igualdad. Considerando las expectativas básicas de emancipación, el feminismo hizo maravillas en algunos sectores y trabajó para asegurar que algunas mujeres adquieran el estatus de ciudadanía plena. Los requisitos básicos de un programa feminista de emancipación social, formulado en la década de 1970 en términos de igualdad de remuneración, oportunidades educativas, guarderías financiadas por el Estado, acceso a métodos anticonceptivos y aborto se aceptaron parcialmente cuando no se cumplieron plenamente. La búsqueda de la igualdad se puede documentar con datos contrastables.

La sociometría proporciona ejemplos que vale la pena conocer. La igualdad salarial ni siquiera se logró en las democracias liberales avanzadas, a pesar de un aumento cuantitativo de la presencia de la mujer en el mercado laboral. Las tasas de disparidad siguen siendo elevadas: el promedio de la brecha salarial de género en la UE es del 16,2%, mientras que si se consideran las ganancias totales, esa brecha asciende a un abrumador 39,6%. (…)

Actualmente, en toda la UE, el 26,8% de los ministros y el 27,7% de los miembros del Parlamento son mujeres, y en todo el mundo, en media, el 18% de los ministros y el 24% de los parlamentarios son mujeres. En el momento de redactar este informe, las presidentes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Central Europeo son mujeres (respectivamente, Kristalina Georgieva y Christine Lagarde), al igual que la presidenta de la Unión Europea (Ursula von der Leyen). De Alemania a Nepal y de Serbia a Nueva Zelanda, muchos países tienen a día de hoy mujeres presidentas o primeras ministras (respectivamente, Angela Merkel, Bidya Devi Bhandari, Ana Brnabić y Jacinda Ardern), algunas de las cuales tienen un control considerable sobre su imagen en los medios y en Instagram. La joven primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, es la hija, feliz y heterosexual, de una pareja de lesbianas. Con Nancy Pelosi como presidenta del Congreso estadounidense y Kamala Harris, primera mujer racializada en ocupar el cargo de vicepresidenta de los Estados Unidos, las cosas en política nunca antes tuvieron tan buen aspecto para las mujeres.

Hoy en día, las mujeres pueden tener autonomía económica y poseer propiedades, aunque reúnen menos del 10% de la riqueza mundial.

☛ Título: Feminismo poshumano
☛ Autor: Rosi Braidotti
☛ Editorial: Gedisa
☛ Primera edición: 2023
☛ Páginas: 288