En mayo de 2008, la jefa acababa de conocer a Aimé y ya tenía una decisión tomada.
—Ustedes dos están celosos –les dijo a Néstor Kirchner y Alberto Fernández, con tono burlón—. Lo voy a designar y listo.
El ex presidente y el entonces jefe de Gabinete se miraron resignados. Estaban cenando en la residencia de Olivos y tratando de convencer a Cristina de que ese “chico divino”, como lo llamaba ella, no era lo suficientemente confiable para colocarlo al frente de la Anses. Hasta ese momento sólo era un funcionario de segunda línea del organismo y casi no tenía trayectoria en las filas kirchneristas. Pero la Presidenta, quien lo había conocido horas antes por intermedio de Sergio Massa, su descubridor, amigo y ex jefe en la Anses, estaba convencida. Sólo había intercambiado algunas palabras con él en su despacho de la Casa Rosada –y en presencia de Massa–, pero bastaron para que lo definiera como “un chico divino”.
—Lo voy a designar y listo –sentenció.Esa fue la primera vez que él encandiló a la Presidenta. La segunda fue meses después, en la primavera de 2008, con Boudou ya designado como mandamás de la Anses y Massa al frente de la Jefatura de Gabinete, que acababa de abandonar Alberto Fernández tras la derrota del Gobierno contra el campo. Por esos días, a Aimé se le había ocurrido una idea: estatizar las AFJP –el sistema de la jubilación privada– y ganar esa suculenta caja para las necesidades del oficialismo en medio de la crisis financiera mundial.
—Vamos a ver a Cristina y le explicás –propuso Massa, su protector.
Según el relato de la Presidenta, los dos funcionarios llegaron a Olivos de sport porque era un feriado, y Massa no paraba de reírse. Así se lo cuenta Cristina a su biógrafa, la periodista Sandra Russo: “Cuando algo lo supera, cuando se pone nervioso, Massa se ríe sin parar, pero casi histéricamente, pobre”.
—Que yo recuerde, no era feriado –acota el ex jefe de Gabinete, sin reírse, cuando se lo consulta por el episodio–. Nosotros dos estábamos de traje y Cristina era la que andaba en jogging.
La Presidenta sigue con su versión oficial de aquel encuentro: “Llegan los dos. Amado me dice, mientras Massa se sigue riendo: ‘Presidenta, el mundo no va a volver a ser lo que fue. Tenemos que ir por las AFJP’. Le pregunté cómo sería. Y empezó a desplegar hojas y hojas, a explicarme. Massa, muerto de risa. Le dije a Amado: ‘Me gusta, pero llamemos a Kirchner a ver qué opina’. Y ahí mismo lo llamamos y le pedimos que viniera. Estábamos sentados en mi escritorio. Néstor vino y se paró detrás, en el medio, y Amado volvió a desplegar las hojas y a explicar el proyecto. En ese momento el Estado estaba pagando el 60 por ciento para que las AFJP cumplieran con el pago de las jubilaciones mínimas.
”Nunca me voy a olvidar. Néstor escuchó todo en silencio, y cuando Amado terminó de hablar, no dijo nada. Primero le extendió la mano, y mientras se la estrechaba le dijo: ‘Estoy totalmente de acuerdo’. Para nosotros fue una noche muy importante”.
Las AFJP se estatizaron poco después, en noviembre de 2008, como había pedido Boudou, y las visitas del audaz titular de la Anses a Olivos comenzaron a hacerse más frecuentes, ahora ya sin Massa. (...).
Lo había elegido la Presidenta, pero Kirchner lo miraba con creciente desconfianza y recordaba con sorna su pasado de militante de la liberal UCeDé, ante lo cual Cristina lo defendía como podía: ¿A qué liberal –decía ella– se le hubiera ocurrido ganar para el Estado una caja rebosante de plata como la de las AFJP? Sin embargo, el argumento que más extrañó a Kirchner fue el que su esposa usó la vez que él intentó acusar al ministro de estar “poco preparado” para su cargo, a pesar de su licenciatura en Economía obtenida en la Universidad de Mar del Plata.
—Pero habla inglés –le contestó Cristina con toda seriedad.
Fue por esa época de tensiones cruzadas que a Aimé le atribuyeron la primera frase polémica con respecto a la Presidenta:
—Qué fea es Cristina sin maquillaje.
Los funcionarios del Gobierno que escucharon esas palabras no saben si Boudou las pronunció para darles a entender que tenía una relación de intimidad con la jefa, o si simplemente la había visto a cara lavada y sin “producirse” en alguna reunión tempranera en la residencia oficial. Se inclinan por la primera de las dos hipótesis porque conocen a Boudou, dueño de un estilo algo fanfarrón cuando habla de mujeres.
Aseguran que pronunció la frase en un almuerzo en Happening, su restaurante preferido en Puerto Madero. Todos los comensales habían consumido alcohol, salvo Aimé, fiel a su Coca light. Pero igual parecía entonado, y se animó a la transgresión después de una llamada a su celular que no atendió. Espió la pantalla del BlackBerry, vio que era uno de los secretarios presidenciales y cortó la comunicación. Y dijo, divertido:
—Otra vez, la señora quiere verme.
Luego, la charla y las bromas fueron llevando a ese exabrupto inesperado: “Qué fea es Cristina sin maquillaje”.
La única foto que se conoce de la Presidenta a cara lavada fue sacada años atrás por un vecino de El Calafate y muestra a una mujer muy distinta de la que desde su adolescencia pierde entre una y dos horas diarias, según dice, en “pintarse como una puerta”. Sin esa gruesa capa cosmética, Cristina luce irreconocible: mirada profunda, cejas finas, rostro pálido salpicado de pecas y rasgos más cálidos que los que exhibe en público. Es una belleza más imperfecta y a la vez más humana, aunque Boudou, a juzgar por su comentario poco caballeresco, no haya logrado captarla.
Lo cierto es que Cristina se apoyaba en él, incluso en un sentido literal. Hay una foto donde se ve a la Presidenta sentada al lado de su ministro de Economía en el anuncio de un plan de créditos para empresas pyme en el Salón de las Mujeres de la Casa Rosada. Ella entrecierra los ojos, ladea su cabeza y la recuesta con confianza en el hombro de él. Está relajada, ajena a las miradas de los presentes. La sugerente imagen la sacó con la cámara digital de su celular uno de los empresarios invitados esa noche a la entrega de los llamados Créditos del Bicentenario. También había funcionarios y legisladores.
El empresario muestra la foto con gesto risueño y dice:
—No me animo a publicarla. ¿Se imagina si alguien se entera de que la saqué yo?
—¿Pero esta imagen qué demuestra?
—Bueno, ahí se ve alguna clase de intimidad entre ellos, ¿no?
La foto data del 29 de septiembre de 2010, apenas horas después de que la Presidenta y Boudou regresaran de una gira oficial por Nueva York que también incluyó a Néstor Kirchner, quien por entonces transitaba su último mes de vida. En la ciudad preferida de Cristina se había celebrado la Asamblea General de la ONU.
El paro cardiorrespiratorio que mató a Kirchner en su casa de El Calafate, el miércoles 27 de octubre de 2010, no sólo significó el fin del doble comando entre la Presidenta y su esposo y el ascenso de ella en las encuestas que hasta entonces le daban la espalda, y que a partir de ese momento –a pesar del dolor de la pérdida– le permitieron soñar con la reelección. La ausencia de Kirchner también produjo otro efecto secundario: mayor libertad de acción para Boudou.
(...) Cristina tampoco hacía nada por desmentirlo. En un acto de campaña, ya lanzada a la reelección, lo presentó así:
—Toca la guitarra, pero tiene 48. Da menos, reconozco que da menos.
Y la noche en que lo coronó como su compañero de fórmula, el sábado 25 de julio de 2011, narró delante de su auditorio en la Quinta de Olivos una historia digna de un diván de psicoanálisis. La Presidenta contó que días antes, mientras estaba en el Hospital Otamendi por un corte en la frente sufrido tras un tropezón de campaña, una enfermera le había preguntado si ya sabía quién sería su vicepresidente. Y agregó que la pregunta se la había hecho antes de darle “una inyección en la cola”. Cristina relató la escena con lujo de detalles.
—Señora, ¿ya eligió al vicepresidente? –quiso saber la enfermera Sandra, jeringa en mano.
—Sí, ya lo tengo.
—Pero está segura, ¿no?
—Sí, estoy segura.
Y a eso le siguió la inyección en la cola de la Presidenta. Entre los presentes que escucharon la anécdota hubo risas y murmullos. Minutos antes, una corriente de aire frío había irrumpido en el salón de conferencias de Olivos y abierto una de las puertas. Cristina aún no había llegado a revelar quién la acompañaría en la fórmula.
—Viento del Sur –dijo la Presidenta, entre emocionada y divertida–. Debe ser que entró él.
“El” era Néstor Kirchner, el difunto marido que siempre había mirado con desconfianza a Boudou. Además de la historia del pinchazo en la cola y del celoso viento del Sur, la jefa mencionó las dos razones que la habían llevado a elegir a su compañero de fórmula: volvió a hablar de su idea de estatizar las AFJP –con la que le había provisto una nueva caja al Gobierno– y elogió su “lealtad”.
—La figura del vicepresidente ha adquirido importancia por los atributos imprescindibles que debe tener –dijo–. En primer lugar, la lealtad, pero además la valentía para ejercitar esa lealtad, para profundizar el modelo que hemos desarrollado desde 2003.
Lo cierto es que Boudou, que esa noche fingió genuina sorpresa por la designación y se fundió en un sentido abrazo con su compañera de fórmula, ya intuía –o sabía– desde hacía tiempo que la vicepresidencia sería para él. (...)
La campaña de la Presidenta y su nuevo hombre fuerte fue un éxito. Ella daba discursos emocionados y él salía de gira y tocaba su guitarra eléctrica acompañado por La Mancha de Rolando, la banda de rock de su amigo Manu Quieto. Las encuestas presagiaban un triunfo cómodo ante la dispersión del arco opositor, y las primarias de agosto de 2011 confirmaron la tendencia: ganaron Cristina y Boudou con el 50 por ciento de los votos. El futuro vicepresidente se sentía imbatible.
Fue por esos días que recibió a una docena de intendentes oficialistas del conurbano bonaerense con un asado en el piso 13 del Ministerio de Economía. En plena campaña, los jefes territoriales le reclamaron fondos y obras públicas, y él les confirmó que estaban ante el interlocutor indicado para formular sus pedidos.
—A partir de ahora, muchachos, considérenme el nuevo Kirchner –les dijo en un aparte a varios de ellos. Cuando la frase trascendió en algunas notas de la prensa no subvencionada por el Gobierno, la reacción de los adversarios internos de Boudou, empezando por Máximo Kirchner, fue cautelosa. (...)
También Hugo Moyano, el jefe de la CGT y por entonces aliado de Aimé –a quien poco antes había apoyado en su frustrada campaña como precandidato a jefe de Gobierno porteño–, decía estar al tanto del rol que el funcionario jugaba en la corte de Cristina. El y sus compañeros sindicalistas le dedicaban el siguiente epíteto a Boudou, aunque nunca en su presencia: el Poronga.
—Llamó el Poronga –solían avisarle a Moyano sus colaboradores, con la sutileza que caracteriza a los camioneros.
Otros dos miembros de la familia Kirchner también estaban alborotados por la llegada de Aimé al círculo de máxima confianza de la Presidenta. Florencia Kirchner, la hija menor de Cristina, tuvo una discusión con su madre en la que los empleados de la Quinta de Olivos escucharon el nombre de Boudou. En cambio, Ofelia Wilhelm, la pintoresca mamá de la Presidenta, festejó el ascenso del funcionario guitarrista. (...)
—Qué suerte tiene la nena de haber encontrado a alguien así –dijo la madre de la Presidenta–. ¡Es tan compañero!
La única vez que Boudou se refirió en forma pública a los comentarios que lo relacionaban con la Presidenta fue después de una portada de la revista Noticias en la que se lo presentaba como “Amado mío”. En el fotomontaje de la imagen de tapa conducía su Harley Davidson con la jefa abrazada a él, y en la nota se detallaban los celos que provocaba el entonces flamante compañero de fórmula de Cristina entre sus colegas del Gobierno, que lo señalaban como el nuevo favorito de ella. (...)
La mágica noche del triunfo, el domingo 23 de octubre de 2011, la jefa y su hombre fuerte festejaron el 54 por ciento en el búnker del Hotel Intercontinental. Ella había arrasado en las urnas sin su compañero de toda la vida, Kirchner.
Y él, siempre dispuesto, estaba allí para ofrecerle su hombro. Había llegado al búnker en jeans, zapatillas y campera de cuero negra, pero iba a ponerse un traje.
Ella le dijo que no:
—Quedate así. Es mejor ese look.
Lo que la atraía de Boudou era su irreverencia.