En 2015, la mayoría de las naciones del mundo se comprometieron en París a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para limitar el aumento de la temperatura global a 2 ºC y a hacer esfuerzos para que ese aumento sea de solo 1,5 ºC a fin de este siglo. Sin embargo, una década después, estamos lejos de alcanzar esta meta. En diciembre de 2023, la evaluación global del Acuerdo de París, impulsada por la Organización de las Naciones Unidas (ONU), confirmó nuestras peores sospechas: estamos desviados del camino hacia el objetivo y la “ventana de oportunidad se está cerrando rápidamente”. Casi un año después, en octubre de 2024, otro informe de la ONU señaló que, para cumplir con las metas de París, el mundo necesita reducir sus emisiones un 42% hacia 2030 y un 57% hacia 2035. Sí, el tiempo se está agotando; 2024 fue el año más caluroso registrado y el primero en superar 1,5 ºC. Sin embargo, no hay que alcanzar el aumento de los 2 ºC para que el cambio climático se torne peligrosamente palpable; ya estamos experimentando los efectos del aumento de las temperaturas, incluso antes de haber construido la resiliencia necesaria para enfrentarlos o de detener las emisiones de gases de efecto invernadero, que son su causa principal. Entre marzo de 2023 y julio de 2024, las temperaturas medias de la superficie del mar han alcanzado y se han mantenido en niveles récord, alimentando olas de calor y derritiendo el hielo marino. Asimismo, las altas temperaturas y las sequías han dañado los cultivos, lo que reduce la oferta de alimentos y aumenta sus precios. El clima más cálido provoca, además, un número creciente de muertes y de enfermedades crónicas, desde mentales hasta cardiovasculares. El calentamiento global y la deforestación facilitan la transmisión de enfermedades de animales a humanos y propagan infecciones por hongos, al mismo tiempo que fomentan la aparición de “superbacterias” resistentes a los antibióticos. Los incendios, por su parte, se han vuelto más intensos y más extensos, y comienzan antes de la que solía ser su temporada. Dicho de otra forma, la urgencia de multiplicar esfuerzos nunca ha sido mayor. La transición hacia una economía sostenible no solo es una cuestión ambiental, sino también de salud pública y de estabilidad económica y política. Las decisiones que tomemos ahora definirán el futuro de las próximas generaciones. El consenso entre expertos es abrumador. La Organización Meteorológica Mundial (OMM) estima que la probabilidad de que se supere el incremento de 1,5 ºC en los próximos cinco años es del 47%, una cifra casi idéntica a la que estimó el informe de 2024 de Earth System Science Data, que ubicó esa probabilidad en un 50% para la misma fecha. ¿Por qué ha sido, y continúa siendo, tan difícil cumplir con los compromisos de París, cuando los efectos perjudiciales del cambio climático son tan evidentes? Esta es la pregunta que busco responder en este libro. La respuesta que ofrezco, como es de esperar, no es simple y reside en la intersección entre la geopolítica, la política distributiva interna de cada país y los incentivos del capitalismo para invertir (o no) en tecnologías limpias. En otras palabras, mi argumento central es que, para entender el cambio climático –y las acciones o inacciones para mitigarlo–, es necesario aplicar una mirada que conjugue lo global con lo local y lo político con lo económico. Este no es un libro sobre la ciencia del clima, ni tampoco un libro de activismo ambiental que viene a denunciar culpables. Más bien, busca comprender la complejidad que supone pensar en el cambio climático y por qué resulta un problema tan difícil de abordar. Empecemos por allí, entonces. Una forma de pensar la complejidad del cambio climático consiste en entenderlo como un “problema maldito”. Acuñado en 1973 por Horst Rittel y Melvin Webber, este concepto refiere a un asunto cuyo proceso de resolución es idéntico al que es necesario atravesar para entenderlo. Se trata, por lo tanto, de problemas de muy difícil arreglo, ya que no tienen una forma concluyente de ser formulados (sus causas son múltiples y complejas); resulta difícil establecer si han sido resueltos (sus impactos son inciertos y relacionados), y es complejo determinar con éxito cuál es su solución (porque las soluciones potenciales pueden a su vez generar nuevos problemas). Esto nos hace pensar que los problemas malditos no pueden resolverse de una vez y para siempre: necesitan ser resueltos varias veces y nunca se disipan del todo porque nada será eficiente hasta que todo sea eficiente. El cambio climático involucra, además, a muchas partes interesadas, casi todas ellas con ideas diferentes sobre el problema y sus soluciones ideales. Más aún, podríamos decir que tal vez es el problema global con mayor cantidad de partes involucradas, porque incluye, entre otros, a gobiernos nacionales y locales, corporaciones, sociedades civiles, organizaciones internacionales, comunidades locales, aseguradoras, calificadoras de riesgo, fondos de inversión, científicos, fuerzas armadas y partidos políticos. Esto lo convierte en una suerte de tormenta perfecta de desafíos de gobernanza global y local.
*Autor de Por qué no queremos salvar el mundo, SXXI Editores (fragmento).