DOMINGO
Juicio a las Juntas

“Hice lo que tenía que hacer”

Aquel año 1990 se escapaba, irremediable y fugaz, en el final del diciembre lluvioso y helado que azotaba Ginebra, siempre rodeada por los imponentes Alpes.

Desde el ventanal de su casona del apacible barrio Les Arvres, en la localidad de Bellville, Julio César Strassera miraba caer la lluvia. Mascullando bronca y con el infaltable cigarrillo apenas sostenido entre sus labios, se le cruzó por la mente aquella frase de su admirado Jorge Luis Borges, muerto y enterrado pocos años antes en la misma ciudad, cuando sentenciaba que “lo único que existe es el olvido”. Desde Buenos Aires, el presidente peronista Carlos Menem había dado un temerario paso, y firmado entre Navidad y el fin de año la segunda tanda de indultos, esta vez a los comandantes de las juntas militares, otra vez escudándose en una apuesta a la “reconciliación nacional”. Una decisión que una multitud indignada rechazaba a cielo abierto por esas horas, en las calles de todas las ciudades, grandes y pequeñas, del convulsionado país de inicios del menemismo.

Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera, Orlando Ramón Agosti, Roberto Viola y Armando Lambruschini, leyó Strassera, habían sido perdonados por el entonces presidente en aquella tanda de seis indultos. Las pesadillas que lo atormentaban desde aquel vertiginoso tiempo en que, como fiscal del juicio a las juntas, debió recolectar pruebas y testimonios para acusar, en aquel alegato estremecedor, a los responsables de la dictadura más sangrienta que asoló al país en toda su historia, volvían a su mente aquel 30 de diciembre como un repentino escalofrío.

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“No tengo margen”, concluyó el hombre que, cinco años antes y en la piel del acusador principal, había pedido las más duras condenas para todos ellos. Repasó mentalmente aquellos agitados meses de 1985, cuando el destino había golpeado a su puerta y, de burócrata judicial, había pasado casi sin escalas a asumir una trascendente cita con la historia. “Hice lo que tenía que hacer”, se repitió, como lo haría desde que su célebre “señores jueces, nunca más” terminó de atronar en la sala de audiencias de tribunales, el día de su feliz cumpleaños número 53. (…)

Con el cierre de su etapa como representante diplomático, y ya convertido en una celebridad dentro y fuera del país, Strassera ponía punto final a su período de mayor exposición pública. Los siguientes veinticinco años de su vida estarían signados por la búsqueda personal de una constante reivindicación de su papel y el del gobierno que lo designó para juzgar a los jerarcas militares, un rol cuestionado primero por el menemismo y su apuesta a la reconciliación con los militares, y más tarde por el kirchnerismo, que intentaría sin complejos ni medias tintas apropiarse de la lucha por los derechos humanos en pos de consolidar su propio relato, mientras buscaba desacreditar a Strassera bajo la acusación de haber sido “juez de la dictadura” durante el Proceso.

Como laborioso asesor de los diputados Ángel D’Ambrosio y Simón Lázara en el Congreso, candidato a convencional constituyente en 1994 y afiliado desde 2003, Strassera se sentiría cómodo bajo los pliegues de la UCR, partido que, a diferencia de los gobiernos peronistas, siempre encontró, de manera individual o colectiva, la manera de cobijarlo de los ataques mediáticos o políticos. “En el fondo, Julio era un conservador. Lo que pasa es que se enamoró de Alfonsín”, susurraba Marisa, con picardía y la autoridad que daban sus cuatro décadas juntos para graficar aquel pequeño gran paso de Strassera, que de sostener una carrera judicial tan estable como discreta pasó a estar enfocado por todos los flashes, con el intachable palmarés de haber sido el acusador principal de los responsables de una dictadura sangrienta que planificó y ejecutó la sentencia de muerte de miles de argentinos. (…)

Desde aquel histórico alegato, en la primavera del trascendente 1985, Strassera se convirtió, para el radicalismo, pero por sobre todo para la vida democrática del país, en el símbolo de una Argentina que no se resignaba a la impunidad. La piedra basal sobre la que se cimentaron más de cuatro décadas de democracia se instaló entonces, con el valiente trabajo de la fiscalía y el fallo condenatorio de la Cámara Federal para las principales cabezas del Proceso. (…)

“Pedimos justicia y la obtuvimos”, dijo Strassera en 2010, refiriéndose a aquellos sucesos “únicos y luminosos” que el destino puso ante su camino, y que él supo transitar. Quedaría para siempre asociado con el inolvidable juicio a las juntas militares, que hace cuatro décadas llevaría a Videla y Massera al banquillo de los acusados, y luego a la cárcel. Fue el momento de máxima gloria para un hombre común transformado en héroe civil, que ordenaba el castigo para los que, hasta entonces, siempre habían ganado y nunca habían sido castigados.

* Julio César Strassera. El hombre gris que gritó Justicia.

Editorial Eudeba. (Fragmento).