DOMINGO
LIBRO / Cmo Bergoglio fue elegido papa

La casa está en orden

En El gran reformador se revelan detalles aún desconocidos de la histórica cumbre de la Capilla Sixtina que impulsó en 2013 al cardenal argentino como el primer jefe de la Iglesia Católica surgido fuera de Europa. El vaticanista Austen Ivereigh asegura que a medida que fue aumentando el caudal de votos, y la decisión parecía irreversible, el futuro santo padre estaba “muy abrumado”. El apoyo que recibió a último momento de los otros papables.

Habemus Papam. Con 95 votos, el cardenal Giovanni Battista se acercó al sacerdote argentino y le preguntó: ¿acepta su elección canónica como sumo pontífice”, el sacerdote respondió: “Acepto”.
| Cedoc Perfil
Ala mañana siguiente, martes 12 de marzo, los cardenales se instalaron en la Casa Santa Marta, el albergue vaticano de 120 habitaciones, en preparación para el inicio del cónclave esa tarde. A los cardenales se les privó del uso de móviles y ordenadores portátiles, y tuvieron que pasar sus equipajes por las máquinas de rayos X. Se cerraron las persianas y se anuló la cobertura de los dispositivos electrónicos.
En la habitación que quedaba frente a la de Bergoglio (la 207) se alojaba el cardenal Kasper. El teólogo alemán había recibido no hacía mucho la traducción al castellano de su última obra teológica: Barmherzigkeit. Llevaba un par de ejemplares consigo, y le regaló uno a Bergoglio. “Ah, misericordia –dijo el argentino al leer el título: La Misericordia–. Así se llama nuestro Dios”. (...)
Al día siguiente, tras la misa pro eligendo pontifice en la Basílica de San Pedro, los 115 cardenales regresaron a la Casa Santa Marta a almorzar y descansar un rato antes de entrar por la tarde en la Capilla Sixtina para prestar juramento solemne. A continuación, las puertas se cerraron, y ellos procedieron a iniciar la primera votación aislados del mundo, que aguardaba, expectante.
A pesar de la tensión, el cónclave se desarrolla en silencio, con la seriedad de un retiro. Los cardenales visten los hábitos corales, como si asistieran a una liturgia. Los escrutinios, como se denominan las votaciones, llevan su tiempo, no porque nadie se demore, sino porque el procedimiento es laborioso. Los conclavistas se levantan de sus respectivas mesas (hay cuatro hileras largas de ellas, dos a cada lado de la capilla, enfrentadas) uno por uno, en orden de preferencia, para votar. Arrodillándose ante el altar, alzando la vista hacia el Juicio Final de Miguel Angel, declaran que, ante Cristo como testigo y juez, otorgan su voto al hombre que, a ojos de Dios, creen que debe ser elegido. Después se ponen en pie, depositan su papeleta doblada – en la que figura la frase Eligo in Summum Pontificem [elijo como sumo pontífice], seguida del nombre que ha escrito– en una patena de plata sobre el altar, y a continuación la echan en el interior de un enorme cáliz de plata antes de regresar a su asiento. Y así 115 veces, hasta que los tres “escrutadores”, escogidos por sorteo entre los conclavistas, se llevan el cáliz para contar los votos, pronunciando en voz alta todos los nombres que van leyendo. La acústica de la capilla es mala: en este cónclave los escrutadores solicitaron la ayuda de un cardenal mexicano de voz potente para que repitiera los nombres de los votados.
La negociación y las discusiones necesarias para que un candidato consiga una mayoría de dos tercios tienen lugar en Santa Marta. (...) Existen variaciones significativas entre relatos: el objetivo inicial de 25 sufragios que perseguían los partidarios de Bergoglio se alcanzó sin dificultades, pero no está claro si ello lo colocó como candidato más votado. Angelo Scola, Odilo Pedro Scherrer y Marc Ouellet también recibieron votos, como los medios de comunicación italianos habían predicho. Pero en lo que todos se ponen de acuerdo es en que, al día siguiente, el argentino se desmarcó mucho del resto, consiguiendo más de cincuenta votos en el segundo escrutinio de la mañana, la tercera votación del cónclave.
Llegados a ese punto, además de Bergoglio sólo Scola seguía manteniendo posibilidades. El almuerzo en Santa Marta fue tenso. El cardenal O’Malley estaba sentado junto a Bergoglio y lo vio sombrío, sin comer apenas. “Parecía muy abrumado por lo que estaba ocurriendo”, diría después. Fuera lo que fuese lo que ocurrió durante aquella comida –según algunas versiones, Scola pidió a quienes lo apoyaban que dieran su voto a Bergoglio, en un gesto que recordaba al del argentino en 2005–, todo estuvo a punto de quedar resuelto tras el primer escrutinio del miércoles por la tarde, la cuarta votación del cónclave, cuando Bergoglio quedó muy cerca de los 77 votos que necesitaba. Esa tarde, el cardenal Dolan comentaría: “Había en el cardenal Bergoglio una serenidad y una tranquilidad apreciables...
Claramente sentía que era la voluntad de Dios”.
Pero entonces se produjo una sorpresa. El segundo escrutinio de la tarde (la quinta votación del cónclave) quedó anulado cuando los escrutadores descubrieron que había una papeleta más de la cuenta: un voto en blanco se había pegado por error a una papeleta que llevaba un nombre. Aunque su presencia no habría alterado el resultado, las reglas eran claras, y los cardenales tuvieron que votar de nuevo. Ya que las papeletas no se queman hasta el final de las votaciones de la mañana o de la tarde, todo lo que se sabía afuera era que para entonces debían haber tenido lugar dos votaciones, que la fumata negra o blanca debería haber aparecido hacia las seis de la tarde, y que el retraso implicaba que debía haber surgido algún problema: una urgencia médica, tal vez, o un defecto en el funcionamiento de la máquina que generaba el humo.
En el rincón de la Capilla Sixtina cercano a la puerta se encontraba el único medio por el que los cardenales podían comunicar al mundo los resultados de cada votación: dos enormes estufas de color bronce, con aspecto de Daleks de película de ciencia-ficción de bajo presupuesto.
La de la derecha, que se usa para quemar las papeletas al témino de los escrutinios, se usó por primera vez en 1939, y se siguió usando en los cinco cónclaves siguientes. Para indicar que no se había elegido a ningún Papa, los asistentes añadían paja húmeda a las papeletas, obteniendo así un humo más negro (...)
En 2013 no querían correr ningún riesgo, así que se instaló una segunda estufa cuyo único propósito era generar humo. Junto a ella se depositaron cajas de cartuchos con sus respectivas etiquetas: algunas para el fumo nero y una sola para el fumo bianco. El martes por la tarde y el miércoles a la hora del almuerzo, el humo negro de los cartuchos explosivos ascendió por el tubo de la estufa auxiliar pegado a la pared de la capilla, dejó atrás el techo abovedado y salió por el pequeño conducto de acero con su caperuza en el tejado que la mitad del orbe contemplaba. La noche anterior y aquella mañana el humo negro se había desahogado en gran abundancia durante siete largos minutos, con tal ímpetu que se esperaba en cualquier momento un camión de bomberos. (...)
Cuando los escrutadores pronunciaron la frase “Eminentissimo Bergoglio”, por séptima vez se oyó un suspiro colectivo –una liberación de las tensiones, algo así como un soplo de aire al abandonar un balón–. Los cardenales se pusieron de pie y aplaudieron. “Creo que a todos se nos humedecieron los ojos”, recordaría después el cardenal Dolan. Fue entonces cuando el cardenal brasileño Claudio Hummes, miembro de la orden fundada por san Francisco de Asís, abrazó a Bergoglio, lo besó y le dijo: “No te olvides de los pobres”.
Los cardenales volvieron a sentarse. Hasta que se leyeran en voz alta los nombres que figuraban en las 115 papeletas, no le preguntarían si aceptaba. Le quedaban varios minutos. “No te olvides de los pobres.” La palabra “poveri” resonaba en su mente, como un mantra que se usa para meditar, hasta que el nombre se saltó al corazón: Francisco de Asís, el poverello, el hombre de la paz, que amaba y cuidaba el mundo creado, que reparó la Iglesia.
Había terminado el recuento: había obtenido más de 95 votos. Ahora sí: el cardenal Giovanni Battista Re se acercó a él para formularle la pregunta: ¿acepta su elección canónica como sumo pontífice? Eran las 19 horas cuando Jorge Bergoglio respondió accepto en su buen latín, tras lo que añadió: “Aunque soy un gran pecador”