La película de Hollywood The Pursuit of Happyness (En busca de la felicidad) fue un éxito mundial en el año 2006, y llegó a recaudar más de 307 millones de dólares en todo el mundo. El filme se basa en el bestséller homónimo que narra la historia de Christopher Gardner, un afroamericano de clase media–baja que pasa de vivir en la miseria a ser un destacado hombre de negocios y un prestigioso conferenciante motivacional.
Situada a comienzos de la década de 1980, la película comienza con Ronald Reagan anunciando por televisión la mala situación económica por la que atraviesa el país. Las noticias no podían llegar en peor momento para Gardner, su mujer Linda y su hijo Chris de cinco años. La situación de la familia es realmente dramática: a duras penas llegan a pagar el alquiler, las facturas y los gastos del hijo. A pesar de todo, Gardner se mantiene optimista. Es un luchador y tiene talento, así que solo tiene que esperar su oportunidad y no dejarla escapar. Un día, al pasar por delante de una de las entidades financieras más prestigiosas del país, Gardner se fija en los brokers que salen de trabajar: “Qué felices parecen todos –piensa–. ¿Por qué yo no puedo ser como ellos?”.
Para Gardner, esa es la oportunidad que había estado esperando. Gracias a su encanto y a sus habilidades sociales, Gardner se las apaña para que los directivos de la empresa, impresionados por él, lo admitan en un programa de formación muy competitivo, aunque no remunerado. Pero a su mujer, Linda, no le gusta nada la idea. Cuando Gardner le cuenta su intención de convertirse en broker, ella le con testa con sarcasmo: “¿Y por qué no en astronauta?”. La película presenta a Linda como el personaje antagonista de Gardner: Linda es una persona pesimista y derrotista, alguien que se da por vencido cuando las cosas van mal, y llegó incluso a abandonar a su familia justo cuando parece que no les podría ir peor. Sin el apoyo económico de su mujer, Gardner se encuentra en la más absoluta miseria, y combina un trabajo que apenas le da para vivir con la formación no remunerada en la empresa. Poco después, él y su hijo se ven desalojados del departamento, luego expulsados de un motel, y al final van a parar a un albergue para indigentes.
Pero Gardner no se deja abatir por las circunstancias. Trabaja de día y estudia de noche, compatibiliza dos empleos y cuida su hijo pequeño, al mismo tiempo que mantiene las apariencias ante los directores del programa y sus acomodados competidores de la Ivy League. Gardner está determinado: “No permitas que nadie te diga que hay algo que tú no puedes hacer. Si tienes un sueño, persíguelo. Si deseas algo, consíguelo y punto”, le dice a su hijo mientras juega con él al básquet. Gardner termina la formación en la empresa siendo el número uno y cumpliendo el sueño por el que tanto había trabajado: “esto es la felicidad”, declara al final de la película.
Un aspecto interesante del éxito mundial de la película es lo mucho que dice sobre la omnipresencia de la felicidad en nuestras vidas. La felicidad está en todas partes: en la televisión y en la radio, en los libros y en las revistas, en el gimnasio, en los consejos dietéticos, en el hospital, en el trabajo, en el ejército, en las escuelas, en la universidad, en la tecnología, en la red, en el deporte, en casa, en la política y, por supuesto, en las estanterías del supermercado. Felicidad es una palabra que forma ya parte del lenguaje cotidiano, de nuestro imaginario cultural, algo que está per diem y ad nauseam presente en nuestras vidas, y es raro el día que no la oímos, la leemos e incluso la pronunciamos. Tan solo basta teclear esta palabra en un buscador para obtener cientos de miles de resultados que hablan sobre ella. Por ejemplo, hasta hace unos años Amazon no tenía más que trescientos libros con la palabra “felicidad” en el título; hoy en día son más de dos mil, y el mismo incremento se ha producido en el número de tuits y de posts en Instagram y Facebook que la gente intercambia diariamente. La felicidad se ha convertido en un elemento fundamental de la idea que tenemos de nosotros mismos y del mundo, en un concepto tan familiar que ya lo damos por descontado. La felicidad parece ya algo tan natural que atreverse a ponerla en cuestión resulta excéntrico y hasta de mal gusto. Pero no es solo una cuestión de frecuencia. La forma en que entendemos la felicidad hoy en día también se ha transformado radicalmente. Ya no creemos que la felicidad sea algo relacionado con el destino, con la suerte, con las circunstancias o con la ausencia de dolor; tampoco la entendemos como la valoración general, en retrospectiva, de toda una vida, ni como un vano consuelo para los necios y pobres de espíritu. Ahora la felicidad se considera como un conjunto de estados psicológicos que pueden gestionarse mediante la voluntad; como el resultado de controlar nuestra fuerza interior y nuestro auténtico yo; como el único objetivo que hace que la vida sea digna de ser vivida; como el baremo con el que debemos medir el valor de nuestra biografía, nuestros éxitos y fracasos, la magnitud de nuestro desarrollo psíquico y emocional. Más importante aún, la felicidad ha llegado a establecerse como elemento central en la definición de lo que es y debe ser un buen ciudadano. (...)
Se vende ego feliz
La página de internet Possibility of change reúne a miles de visitantes que intercambian a diario historias de cambio personal, ejemplos de éxitos en circunstancias adversas y trucos sobre cómo puede uno tomar las riendas de su propia vida. Algunos coaches, asesores y autores de autoayuda aprovechan la web para hacerse publicidad, ofrecer sus servicios, sus conocimientos y sus técnicas a todo el que quiera escuchar y esté dispuesto a pagar por sus consejos. Amy Clover, coach online, es un buen ejemplo de esto. Amy cuenta la historia de cómo pasó de la depresión a la felicidad simplemente tomando conciencia de que todo dependía de ella y de nadie más, de que uno puede salir solo de cualquier bache por sus propios medios, y que sabiendo cómo enfocar las cosas de una forma más positiva, todo lo demás vendría rodado: siempre había pensado que la gente feliz hacía teatro. [...] Estaba tan acostumbrada a estar en la cuerda floja que no me podía imaginar un solo día que pudiera ser fácil. Que otras personas fuesen felices me resultaba inconcebible. O tal vez no quería entenderlo. [...] Bebía mucho y tomaba pastillas para adelgazar, con la esperanza de ser más atractiva y llamar la atención únicamente por mi aspecto (para que no se viera mi interior, que estaba podrido). Me sentía atrapada, prisionera de mis problemas. En cierto momento llegué a pensar que no tenía escapatoria. [...] Fue entonces cuando tomé la decisión de cambiar totalmente mi vida. Durante los años siguientes, por increíble que parezca, logré superar la depresión. Decidí no ceder ante mis dificultades. Conocí muchos fracasos, pero cada vez que me hundía volvía a levantarme. En siete años, me he convertido en una coach profesional que desborda vitalidad, resuelta a ayudarlos a superar los reveses de la vida, a que tomen conciencia de su poder y de todo lo que les impide conocer la felicidad. Poco importa su situación actual: si no se sienten felices es que deben cambiar algo en su vida. La vida es demasiado corta para vivirla en una nube de desesperanza. [...] Naturalmente, existen enfermedades, problemas y situaciones que no podemos controlar, que no se pueden cambiar. Pero siempre podemos elegir la forma de reaccionar antes ellos [...] Si defiendo la terapia con tanto ahínco es porque para mí ha sido vital. Aunque no les hayan diagnosticado nada concreto, la terapia puede ayudarlos a despejar dudas y a desarrollar vuestro potencial. [...] Lo más importante es elegir luchar por su felicidad. ¿Por qué no vivir la vida que siempre han soñado? ¿Por qué no ser tú esa historia de éxito que sale en las revistas? ¿Por qué no ser tú el que cambie el mundo? (…)
En primer lugar, relatos como el de Amy revelan hasta qué punto la felicidad se ha convertido en el criterio de una vida bien vivida, esto es, no solo de una vida buena o una vida exitosa, que también, sino de una vida bien aprovechada en donde lo que cuenta es el proceso continuo de luchar por ser feliz, asumiendo que la lucha siempre se verá recompensada, y en la cual la superación de las circunstancias adversas por medios propios supone un alto valor añadido (“Decidí no ceder ante mis dificultades. Conocí muchos fracasos, pero cada vez que me hundía volvía a levantarme. En siete años, me he convertido en una coach profesional que desborda vitalidad” Estos relatos también enfatizan que uno siempre debe presentarse ante sí mismo y ante los demás de forma positiva, mientras que los aspectos negativos, los momentos de debilidad, de sufrimiento y de fracaso, se entienden como síntomas de una psique mal domesticada con los que uno debe lidiar personalmente (“Bebía mucho y tomaba pastillas para adelgazar, con la esperanza de ser más atractiva y llamar la atención únicamente por mi aspecto (para que no se viera mi interior, que estaba podrido”), compartiéndolos solo cuando uno los ha superado (en retrospectiva: lo negativo queda atrás) o bien está en proceso de hacerlo (en prospectiva: resolución de cambiar a mejor), lo que refuerza aún más la narrativa de la felicidad como lucha.
En segundo lugar, estos relatos muestran hasta qué punto la felicidad se construye sobre una narrativa terapéutica del crecimiento personal que es absolutamente genérica. El proceso para alcanzar la felicidad es siempre el mismo y es para todos los casos y para todas las personas igual: reconocer en primer lugar que uno no es feliz, para decidir posteriormente tomar las riendas de la propia vida, cambiar las actitudes negativas por otras más positivas, ponerse metas más ambiciosas y que encajen con las propias fortalezas de cada cual, etc. Es el individuo mismo, por tanto, quien tiene que buscar la manera en la que este esquema genérico, de talla única, encaja mejor con sus propias circunstancias y cómo puede ponerlo en práctica en su vida diaria. La narrativa de la felicidad asume que encontrarle un sentido a la vida es esencial para ser felices, pero ¿cuál es ese sentido? Lo cierto es que nunca se dice: es también el propio individuo quien debe responder a esta cuestión. Sin embargo, es precisamente su enorme plasticidad lo que confiere a la felicidad esa capacidad de adaptarse a cualquier caso, reconociendo la particularidad al tiempo que ni es sensible a ella ni se compromete con ella. Es también esta plasticidad lo que hace de la felicidad un concepto fácilmente vendible y comercializable: una mercancía que sirve para todos por igual, independientemente de sus circunstancias particulares.
En tercer lugar, este relato, como todos los demás, parte de la asunción principal de que todo individuo, sin importar lo desgraciado o feliz que sea, necesita siempre ser más feliz. La felicidad, se dice, no es la ausencia de malestar, sino la continua presencia de bienestar (…). La felicidad es un continuo, esto es, no un estado especial y final al que se llegue de una vez por todas, sino un proceso sin fin de mejora personal en el que los individuos siempre deben aspirar a ser más felices de lo que son. En este sentido, la felicidad se construye sobre una ambivalente narrativa que combina, por un lado, la promesa de convertirse en la mejor versión de uno mismo con, por otro lado, la asunción de que ese uno mismo (el “yo”) está en un permanente estado de incompletitud, lo cual pone a las personas en la situación de que siempre les falta algo para llegar a ser esa mejor versión de sí mismo, aunque solo sea porque la absoluta felicidad o realización personal, en tanto horizonte ideal, se supone inalcanzable.
Todos estos aspectos son esenciales para entender por qué la felicidad ha llegado a ocupar un lugar tan central en el mercado actual, adquiriendo un estatus propio y distintivo como producto de consumo. La felicidad ya no es un simple objetivo secundario o un eslogan publicitario que acompaña a otros productos para atraer al comprador con experiencias efímeras de placer, alegría o evasión. Al contrario, la felicidad se ha convertido ella misma en el producto fetiche de una industria mundial y multibillonaria que gira en torno a la oferta y la demanda de un amplio catálogo de mercancías emocionales; esto es, servicios, terapias y productos manufacturados y consumidos como técnicas científicas para la gestión de los afectos con el fin de efectuar un cierto tipo de transformación psicológica y personal. Como antes señalábamos, dichas mercancías se venden y consumen bajo el supuesto de que la felicidad personal es el activo más importante en el que uno puede invertir su tiempo y su dinero, asumiendo que las personas felices no solo son más saludables, completas, adaptadas y más productivas y exitosas, sino también y más fundamentalmente, mejores ciudadanos.
La imbricación de la felicidad con el mercado y la lógica del consumo es de enorme importancia sociológica: por un lado, que el mercado haya hecho de la felicidad uno de sus productos estrella es en sí mismo una forma parsimoniosa, pero clarificadora, de explicar la omnipresencia y la enorme influencia cultural y social que la felicidad ha tenido en las últimas décadas. Por otro, que la felicidad haya influido tanto en la forma en la que las personas tienen de entenderse a sí mis mas y al mundo que las rodea, supone para la industria un concepto que se presenta a su vez como legítimo, deseable, neutro y universal, y, por tanto, como un producto de especial interés para su comercialización a gran escala por el mercado de consumo. No obstante, estas no son las únicas explicaciones.
En este capítulo desarrollamos el argumento de que una de las principales razones por la que la felicidad se ha erigido como un pro– ducto tan central en el capitalismo del siglo XXI es porque las mercancías emocionales de la felicidad no se limitan a ofrecer al consumidor momentos de alegría, tranquilidad, evasión, esperanza, reafirmación, etc., sino, principalmente, porque de forma más o menos explícita estas mercancías emocionales convierten la felicidad en un estilo de vida, en una mentalidad y, en último término, en un tipo de personalidad para definir en términos psicológicos el ideal neoliberal de ciudadano contemporáneo. En otros trabajos, definimos este ideal de ciudadano (o “psiudadano”, por su construcción en términos predominantemente psicológicos) como un cliente para quien la búsqueda de la felicidad se ha convertido en una suerte de segunda naturaleza bajo la asunción de que su plena funcionalidad y valor como individuo depende de su constante optimización personal a través del con sumo de mercancías emocionales. Así, en primer lugar, entendemos la felicidad no como una emoción más o menos compleja sino como un tipo de personalidad definido en términos principalmente psicológicos y fuertemente integrado en y moldeado por el mercado. En segundo lugar, entendemos que este tipo de personalidad se caracteriza por una forma concreta de sentir, pensar y actuar que se articula sobre tres categorías psicológicas principales: la autogestión emocional, la autenticidad personal y el constante crecimiento o florecimiento individual.
El argumento aquí presentado resuena con el de aproximaciones críticas al campo de la cultura terapéutica, así como con el de estudios sociológicos críticos que analizan la relación entre la felicidad y el mercado. En relación con esto último, por ejemplo, autores como Sam Binkley han observado que el discurso psicológico contemporáneo sobre la felicidad facilita la conversión de una lógica económica a una más personal y emocional. La vitalidad, el optimismo y la emocionalidad positiva que nos transmite el discurso de la felicidad no son más que las manifestaciones directas de la interiorización del discurso neoliberal. [...] La disposición a perseguir la vida feliz es un reflejo de la invocación neoliberal a llevar un vida regida por la satisfacción de los propios intereses y por la competitividad. (…)
¡Gestiona tus emociones!
La autogestión emocional o gestión de las propias emociones se ha vuelto fundamental en la definición del individuo feliz. Las personas felices se definen como aquellas que son capaces de controlar, gestionar y administrar sus sentimientos y pensamientos de forma estratégica y eficaz a fin de motivarse a sí mismos, persistir en la consecución de sus objetivos y maximizar sus probabilidades de éxito. Escritores de autoayuda, coaches, psicólogos positivos y demás profesionales y expertos en la felicidad coinciden en afirmar en que la adquisición y desarrollo de habilidades de gestión emocional y cognitiva son fundamentales para conducirse con éxito en todos los ámbitos de la vida.
Esta cuestión ha sido uno de los principales puntos de crítica por parte de muchos autores que, siguiendo la obra de Foucault, han defendido que la insistencia en que las personas pueden controlar y gestionar sus vidas a base de fuerza de voluntad perpetúa la creencia errónea e ideológicamente sesgada de que son ellas las únicas responsables de todo lo que les sucede. Este sentimiento de responsabilidad personal se intensifica y legitima aún más en la medida en que los científicos de la felicidad presentan la capacidad de autogestión como un rasgo psicológico y universal: una suerte de músculo interno susceptible de ser desarrollado a través de las técnicas y los consejos que ellos mismos ponen a disposición.
Hacer de la felicidad un hábito
Esta asunción nutre a toda una industria basada en el ofrecimiento de recetas fáciles, asequibles y supuestamente respaldadas científicamente, que prometen a sus usuarios un mayor control sobre sus emociones, pensamientos y acciones. Pautas, consejos y técnicas basadas o directamente extraídas de la literatura científica y destinadas a racionalizar los fracasos de una forma más positiva y productiva, a recobrar la motivación y confianza en uno mismo, a persistir en la orientación a metas incluso en momentos de flaqueza o a cultivar expectativas más optimistas sobre uno mismo y su porvenir, son solo algunos de los muchos ejemplos que conforman la innumerable oferta de técnicas de autogestión que la industria de la felicidad pone a disposición de sus clientes.
Todas esas técnicas tienen puntos en común fácilmente reconocibles. En primer lugar, todas ellas están especialmente concebidas para su rápido consumo, y garantizan asimismo resultados rápidos pero eficaces, cuantificables, contrastables y económicamente eficientes. En segundo lugar, dichas técnicas facilitan un lenguaje asequible, familiar y coloquial sobre el comportamiento de los individuos –optimismo, esperanza, gratitud, fortalezas, etc. –, algo especialmente relevante al ofrecerse como técnicas más o menos autoaplicables y fáciles de entender y de dominar por cualquiera. En este sentido,
ninguna de estas técnicas pretende abordar o cambiar aspectos profundos o complejos de la psique, y se centran más bien en cuestiones de tipo práctico. Se omite, por ejemplo, cualquier referencia al inconsciente o a cualquier otro aspecto de la psique que pudiera estar, ya sea completa o parcialmente, fuera del alcance del propio individuo, entendiendo que no hay contenido psicológico alguno que no pueda ser conocido, dominado y manipulado a voluntad. En tercer lugar, estás técnicas presentan la autogestión como un proceso amable, de empoderamiento y de orientación al futuro, invitando al cliente a focalizarse únicamente en los aspectos positivos de sí mismo, en las metas y los objetivos que alcanzar, las fortalezas que desarrollar, los logros conseguidos, etc., así como a evitar cualquier juicio negativo o evaluación improductiva de uno mismo.
Finalmente, el objetivo último y principal que todas estas técnicas de autogestión pretenden conseguir es que la autogestión emocional en aras de la felicidad personal se convierta en un hábito, es decir, en un comportamiento cotidiano plenamente interiorizado y automático. Esta cuestión es de hecho un tema recurrente para la psicología positiva, para el coaching y para toda una tradición de la autoayuda que desde los trabajos de Samuel Smiles y Horatio Alger, pasando por los de Norman Vincent Peale, Nicolas Hill, Daniel Carnegie o Anthony Robbins no ha cesado de afirmar que la manera más eficaz de ser feliz consiste en convertir su búsqueda en un hábito. Sonja Lyubomirsky es una de las científicas de la felicidad que más ha insistido en esta cuestión. En su famoso libro La ciencia de la felicidad, por ejemplo, la psicóloga positiva concluye lo siguiente:
Claramente, el objetivo de cualquier persona debería ser convertir las estrategias de pensamiento y de comportamiento positivo en hábitos. [...] Ser feliz es algo que se decide y organiza, y hay que hacer de esa decisión y de esa organización un hábito cotidiano: empieza ya mismo a perdonar más, a saborear cada instante, a prosperar, a mirar el lado bueno de las cosas, a reconocer las ventajas de la situación en la que estás. Intenta hacer todo eso de forma inconsciente y automática.
☛ Título: Happycracia
☛ Autores: Autores: Edgar Cabanas y Eva Illouz
☛ Editorial: Paidós
Datos de los autores
Edgar Cabanas es doctor en psicología (Universidad Autónoma de Madrid), e investigador en la Universidad Camilo José Cela de Madrid e investigador adjunto del Centro para el Estudio de las Emociones en el Instituto Max Planck de Berlín. Autor de numerosos artículos científicos, sus trabajos versan sobre los usos políticos, sociales y económicos de la felicidad.
Eva Illouz es directora de estudios en la Ehess (París). Enseña sociología en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Sus trabajos versan sobre la mercantilización de las emociones y lo que ella denomina el “capitalismo afectivo”.