DOMINGO
Redes sociales

La mirada que todo lo ve

11-10-2020-Perfil logo
. | CEDOC PERFIL

Las redes online son, entre otras cosas, un panóptico. Allí todo se muestra y todos los que participamos, como parte del juego, tenemos que exhibir algo. En ellas se paga con la exposición de algún fragmento creíble de la propia (o impropia) vida, con alguna cosa que reúna determi­nadas condiciones de verosimilitud. En la práctica se paga con palabras y con imágenes; o bien no se paga y, en ese caso, se está limitada/o a mirar lo que muestran los otros. Esta última conducta se parece a espiar.

Respecto del espionaje en las redes –me refiero a particulares que espían; no a un espionaje industrial, político, comercial o delictivo, que también existe, por supuesto–, hay quienes admiten sin ningún inconveniente que participan por medio de lo que se denomina “cuentas fantasma” o perfiles falsos. Seguramente todos conocemos personas que mantienen o han realizado esa práctica. También hay quienes mantienen esta misma conducta en secreto, sin revelar ni siquiera a los más cercanos su condición de “fantasmas” de las redes.

La situación descripta da cuenta de algo que salta a la vista: el panóptico generalizado. Hay una mirada ubicua que todo lo ve. Esta mirada, por un lado, acecha e inquiere, juzga, inter­pela y todos los verbos en los que un Otro aparece haciéndole al sujeto cosas que implican cierto escudriñamiento, cierto grado de invasión, de avance sobre lo íntimo. Pero, como sabemos, ese no es el único aspecto de la mirada omnisciente; ella, además, constituye el Otro social que nos pone en el mapa. Existir en las redes puede ser crucial para existir efectivamente. 

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A las personas que realizan algunos trabajos en particular u ocupan determinados cargos en algunas instituciones –aun cuando no se trate de prácticas vinculadas a los medios de co­municación ni de actividades masivas– se les sugiere que abran y mantengan actualizadas sus cuentas en Facebook, Twitter, Instagram y Linkedin, además de las redes específicas para actividades específicas: las hay para personas de negocios, docentes universitarios, científicos, etc. Este hecho da cuenta de que hasta las actividades más formales y restringidas necesitan servirse de las redes virtuales. Me consta que en instituciones académicas, por ejemplo, a la hora de definir cuestiones tan importantes como elegir un evaluador externo, se “guglea” al candidato más allá de contar con su currículum en mano. Hoy en día, las redes cibernéticas atraviesan la vida cotidiana de particulares, organizaciones y todo tipo de profesiones especializadas.

Existir o no existir en el Otro social no es cualquier cosa. En cierta forma, en la lógica de internet existir en el Otro es estar en Google y en algunos otros sitios. El aspecto instituyente de la entidad social del individuo brindado por la mirada del panóptico generalizado es insoslayable. Por eso mismo, saberse mirado posee más de un aspecto: por un lado, puede ser desesperanzador saber que hay allí una mirada que no nos registra, que sabemos que nos mira mirando, nos “stalkea” mientras miramos, pero sin inscribir nuestros nombres en el universo de la web; por otro lado y como consecuencia, la desesperación de no existir puede llevar al interesado a cometer exabruptos virtuales –con consecuencias reales– con la finalidad de producir la inscripción deseada que el Otro escamotea. Esta oscilación entre la desesperación por existir y la desesperanza de sentir que no se puede acceder al universo social –on y offline– puede llevar a la persona a cometer todo tipo de tonterías virtuales para llamar la atención: “sincericidios”, fotos inconvenientes, promiscuidad, fanfarronerías, etc. 

Por otra parte, la desesperación de saberse mirado también puede deberse a la sensación de ser espiado. Evidentemente, algunas personas son más proclives a producir reacciones paranoides. Como decía, el panóptico generalizado lo ve todo y no es extraño que alguien particularmente sensible pueda interpretar eso como si se le dirigiera la siguiente sentencia: “Todo lo que usted haga será visto”. Más allá de que eso sea cierto o no, ello no implica que alguien no pueda sentirse especialmente perseguido. Como espiado, como quien es objeto de inteligencia, por un lado. Pero por otro, lo que suele abundar en las redes es el juego interpretativo –más o menos paranoide según las particularidades de cada quien– respecto de los “posteos”, las “historias” o “estados” del otro. Hace un tiempo, preocupada, una mujer enamorada unilateralmente de un hombre, con el agravante de que suponía que él le correspondía, “stalkeaba” casi permanentemente las redes del caballero interpretando cada post, cada “estado”, cada “historia” como un mensaje secretamente dirigido a ella. Esto era desesperante. También la situación de aquel caballero cuyo estado de ánimo dependía de ver cómo su pareja se conectaba en WhatsApp –figuraba “en línea”– desestimando durante minutos, incluso horas, sus mensajes, a los que o bien les “clavaba el visto” o ni siquiera veía, dejándolo sin respuesta. ¡Inaceptable! 

Por lo dicho, en el espacio abierto entre la desesperación de saberse mirado por el Otro y querer pertenecer a su égida o bien sentirse perseguido o espiado, y la desesperanza de no ser considerado, atendido –en definitiva, querido–, allí hay un intervalo, una pulsación, una síncopa en la que adviene la angustia. 

Saberse mirado sin caer en la desesperación ni en la desesperanza implica un saber hacer con y ante la angustia de vivir con y entre otros; las redes sociales constituyen el escenario y la caja de resonancia que amplifica el fenómeno.

*Autor de Vivir mejor. Un desafío cotidiano, editorial Paidós (fragmento).