Desde más abajo comenzó a avanzar La Cámpora. Como subsecretaria de Desarrollo de Inversiones asumió Cecilia Nahón, apadrinada por Axel Kicillof, y como secretaria de Coordinación y Cooperación Internacional, Paula Ferraris, a quien ubicó allí otro camporista eminente, el secretario de Justicia, Julián Alvarez, que también puso a su esposa, Hilda Virginia Lynn, como directora de Asuntos Jurídicos, y a Verónica Esquivel en la subsecretaría legal, técnica y administrativa del área de Ferraris.
Más que el comienzo, fue una etapa de consolidación del camporismo en la Cancillería. Según la periodista Laura Di Marco, autora de La Cámpora, el grupo de poder juvenil cuyo referente es Máximo Kirchner pudo avanzar no sólo porque Timerman no opuso resistencia, sino también porque ya había hecho pie en el ISEN. Otro hito fue el retiro, a principios de 2012, de doce funcionarios mayores de cincuenta años. “Los diplomáticos mayores de cincuenta son irrecuperables. Tenemos que llenar los cargos de directores de la Cancillería con militantes que nos permitan ejecutar una política exterior que refleje el proceso de cambio de esta nueva etapa”, explicó entonces Ferraris, según consignó un artículo en PERFIL del periodista Rodrigo Lloret.
Uno de los objetivos de la “limpieza” era el denunciante de la embajada paralela, Eduardo Sadous, cuyo retiro se pospuso por un tiempo. Timerman no quería ser la cara visible de la purga y demoró cuanto pudo las jubilaciones masivas. El momento llegó a mediados de 2012, cuando la lista de retiros engordó abruptamente y sumó varias decenas. La Ley 20.957, del Servicio Exterior, establece en su artículo 68 la jubilación a partir de los setenta años (o a los 67 para categorías bajas), pero Timerman llevó el umbral a 65 años, para hacer más lugar a los jóvenes militantes.
Timerman fue implacable con embajadores molestos, como Felipe Frydman, que desde Tailandia había denunciado corrupción en la emisión de visas a ciudadanos chinos en legaciones del sudeste asiático, negocio que luego se extendió a lugares impensados como Sudáfrica, Siria y Trinidad & Tobago. A Alberto Kaminker, embajador en Vietnam, lo freezó por atreverse a advertir, antes de la visita de Cristina Kirchner a ese país en enero de 2013, que según el convenio que Argentina y Vietnam habían firmado en una visita previa de Guillermo Moreno, correspondía que antes viajara una delegación vietnamita a la Argentina.
Un caso particular fue el del embajador en Panamá, Jorge Arguindegui, al que desplazó tras una queja del entonces canciller venezolano, Ricardo Maduro, quien se había enterado de que el periodista argentino Andrés Oppenheimer había presentado en la embajada argentina en Panamá un libro crítico sobre Hugo Chávez. Arguindegui debe ser el primer embajador argentino echado por un canciller venezolano. Además, en marzo de 2013, Timerman frenó la participación de Rogelio Pfirter, ex embajador argentino, en una misión para destruir armas químicas en Siria. A pesar de que su presencia había sido requerida por la ONU, Estados Unidos y Rusia, el canciller impidió la visita, excusándose en el pasado menemista de Pfirter. Entre 2002 y 2010, el ex embajador había dirigido la Organización para la Destrucción de Armas Químicas, que siete meses después del veto de Timerman a Pfirter recibió el Premio Nobel de la Paz.
Mientras Timerman jubilaba o vetaba diplomáticos experimentados, La Cámpora ascendía. El mejor ejemplo es el fulminante ascenso de Nahón, quien pasó a encabezar la Secretaría de Comercio Exterior y Relaciones Económicas Internacionales cuando Kreckler, el cortesano que inquietaba al canciller, fue enviado a Brasil. Un año después, Nahón asumió la embajada en Washington y, de yapa, heredó la función de “sherpa” de Cristina en las Cumbres del G-20. Timerman neutralizó así otro potencial competidor, Jorge Argüello, al que envió a Portugal. En Buenos Aires el lugar de Nahón fue ocupado por otra camporista, Agustina Vila.
Nahón realizó estudios de posgrado en la London School of Economics, fue ayudante de Macroeconomía en la UBA, discípula en Flacso del economista y director de YPF, Eduardo Basualdo, gerenta de Prosperar, la agencia de desarrollo de inversiones que había encabezado la economista Beatriz Nofal, y trabajó en el grupo IRSA (Inversiones y Representaciones Sociedad Anónima). Pero su mejor chapa fue el padrinazgo político del secretario de Política Económica, Axel Kicillof, uno de cuyos hijos es, a su vez, ahijado de Nahón. Axel y Cecilia fueron compañeros de estudios en el Nacional Buenos Aires y en la UBA, de militancia en la agrupación TNT y de investigaciones en el Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino (Cenda), un espacio académico de Kicillof en la UBA. Otro punto de contacto eran las vacaciones en Punta del Este. Además, la ascendente embajadora está casada con el mexicano Sergio García Gómez, vicepresidente de Planificación de Flota de Aerolíneas Argentinas, que preside otro camporista de alto vuelo, Mariano Recalde.
Pese a esas familiaridades de estilo, Timerman nunca tuvo una relación fluida con Nahón ni, en general, con los jóvenes de La Cámpora. Ferraris preparó los pliegos de ascenso de varios funcionarios de primera línea sin consultar al canciller ni a la Junta Calificadora. En 2013, los ascensos los decidió Zuain, el hombre de confianza de Alicia Kirchner, ascendido a vicecanciller en reemplazo de D’Alotto, quien fue enviado a Ginebra.
Las fichas de La Cámpora se extendieron a áreas tan diversas como la Subsecretaría de Desarrollo de Inversiones, la Dirección de Protocolo y el Centro de Economía Internacional. A principios de 2013, Augusto Costa, otro soldado de Kicillof, asumió en la Secretaría de Relaciones Económicas Internacionales. Costa y su segundo, el también camporista Carlos Bianco, dieron una conferencia interna (“Cadenas globales de valor y crisis internacional; implicaciones para la política exterior”), cuyo pretencioso título escondía una cátedra de adoctrinamiento.
El adoctrinamiento es refractario al análisis que no confirme la doctrina. Estanislao Zawels, joven director de Negociaciones Económicas Bilaterales con Europa que alertó sobre algunos efectos adversos de la expropiación de Repsol, fue reemplazado de inmediato por Mariano Aranguren, un joven protegido de Bianco. En general, dijo un funcionario de carrera, los egresados “no alineados” del ISEN son enviados a destinos “bajo la línea del Ecuador” y los camporistas a otros más apetecibles. Fue el caso de María Paula Zannini, hija del secretario de Legal y Técnica de Cristina, Carlos Zannini; juró en abril pasado y ya fue enviada a la OEA, a las órdenes de la embajadora ante el organismo, Nilda Garré, y cerca de Nahón.
El ímpetu camporista encontró freno recién cuando, al iniciarse el segundo mandato de Cristina, el secretario de Comercio, Guillermo Moreno, arrebató a la Cancillería el área de Comercio Exterior. Timerman había dejado que La Cámpora le copara el área económica. Y después, que Moreno la castrara. La Cancillería se resignó a tareas de “promoción”, a contener la reacción de los principales socios bilaterales (Brasil, China, Estados Unidos, la Unión Europea, Chile) a la rústica “administración del comercio” de Moreno, a asistir en las misiones comerciales pergeñadas por éste (Angola, Azerbaiján, Vietnam, Armenia, Georgia) y a sentarse en la silla del acusado en los paneles de la OMC. A fines de 2012, Timerman recurrió a una frase futbolera para celebrar el presunto éxito de su fórmula. “Equipo que gana no se toca”, dijo porque, gracias a los cerrojos de Moreno, el superávit comercial argentino volvía a superar los 10 mil millones de dólares. Una de las iniciativas de “promoción” partió del propio Timerman: el convenio que firmó el 6 de enero de 2011 con la Misión Sueños Compartidos, de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, por el cual comprometió la ayuda de las legaciones argentinas en el exterior para la venta de las casas que el apoderado de Madres, Sergio Schoklender, construía a través de la empresa Meldorek con su novedoso sistema. El canciller recibió a Schoklender el 6 de septiembre de 2010 a las 10.30 y el 14 de diciembre de 2010 a las 11, según comprobó en el registro de audiencias el periodista de PERFIL, Mariano Confalonieri. Pero Timerman no se quedó ahí. A fines de enero de 2011, en vísperas de una visita de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, buscó que ésta, que había sido perseguida, encarcelada y torturada por la dictadura militar de su país, visitara la ESMA. Le interesaba el valor simbólico de la visita, pero también ayudar a las Madres y a los Schoklender a interesar a Rousseff en su revolucionario sistema de construcción.
La visita de Dilma fue tan breve que no hubo tiempo para eso, pero lo que sí pudo hacerse fue convencer a Cristina para que, en un momento de la visita de Dilma a la Casa Rosada, lleve a ésta a un balcón para hacerle ver las casas que construían las Madres a través de Meldorek y Sueños Compartidos. La mandataria brasileña se asomó brevemente a ver las casas que los Schoklender habían logrado instalar en la Plaza de Mayo. Meses después, cuando estalló el escándalo de la Misión Sueños Compartidos, Timerman, en línea con el discurso oficial de cargar toda la responsabilidad sobre Schoklender y deslindar a los organismos del Gobierno que habían financiado los proyectos y a la titular de la Asociación, Hebe de Bonafini, dijo que tenía “total y absoluta confianza por Hebe y por las Madres, y por nadie más”. Su intento de aunar derechos humanos y negocios no había salido bien.
De las tres áreas en que estaba organizada la Cancillería (Relaciones Exteriores; Comercio Exterior y Negociaciones Económicas; Culto), Comercio Exterior, la que Timerman resignó, es la más relevante para un país de tamaño intermedio. En cuestiones de seguridad internacional, explica un ex embajador, los países intermedios, como la Argentina, tienen muy poco peso. Basta observar la estructura del Consejo de Seguridad de la ONU: cinco miembros permanentes y con poder de veto y diez no permanentes, rotativos. Aun cuando el país se sienta a veces allí (como ocurrió en el primer semestre de 2013), su influencia es casi nula. En cuestiones económicas y comerciales, en cambio, un país intermedio tiene intereses concretos y los puede defender exitosamente con una diplomacia activa. “Un canciller normal hubiese peleado por preservar esas funciones, para él fue un alivio que se las sacaran”, dijo de Timerman un observador. Alivio derivado, tal vez, de su fallida experiencia en EE.UU. y el fastidio con los limones. Y el área de Culto, que sí retuvo la Cancillería, perdió relevancia con la elección de un Papa argentino (...).
El canciller tomó módica revancha del camporismo cuando en septiembre de 2013 separó del cargo a Héctor Hugo Merlo, pareja de Ferraris, la secretaria de Coordinación. Merlo estaba a cargo de las contrataciones y licitaciones del ministerio y fue acusado de racismo, acoso laboral y persecución política. Ferraris lo encubrió un tiempo, pero se resignó cuando el escándalo era inocultable. Timerman dijo que se enteró por los diarios.
El recorte de funciones, la desprofesionalización, el adoctrinamiento político, las purgas, la menguada moral del cuerpo diplomático y la soledad del propio Timerman completan un cuadro deprimente. Nunca, desde el retorno de la democracia, la Cancillería estuvo tan mal, dijeron casi todos los funcionarios consultados. “Yo renuncié –señaló un ex embajador– porque no soporté más representar a un gobierno en el que la tarea diplomática se basa en dos principios: ‘si el tema me interesa, hacé lo que te digo; si el tema no me interesa, hacé lo que quieras’”. (...)
Es el primer canciller judío de la historia argentina, condición que en su momento hizo ver como “un avance de la sociedad argentina”. Pero hace esfuerzos denodados por parecer “goi”. Llegó, por ejemplo, a afirmar que Israel no tenía por qué pedir información sobre el acuerdo con Irán o la investigación del atentado a la AMIA, pues allí murieron argentinos, bolivianos, polacos y chilenos, pero ningún israelí, como si la razón del atentado no hubiera sido que la AMIA es una institución judía (siguiendo el razonamiento de Timerman, el Holocausto no fue contra los judíos, sino contra los polacos). Timerman salió en 1978 del país porque la embajada de Estados Unidos le advirtió que su vida corría peligro, vivió allí once años, primero con visa estudiantil, luego como asilado político y, por último, la mayor parte del tiempo, como ciudadano norteamericano. En sus textos periodísticos elogió a menudo las instituciones y tradiciones del país que lo cobijó y como cónsul y embajador propició el acercamiento de los gobiernos kirchneristas a Washington. Luego, como canciller, pasó a denunciar enfáticamente el imperialismo norteamericano y, munido de un alicate, sobreactuó un episodio que a lo sumo ameritaba la presencia de un alto oficial aduanero. Todo para ganar la confianza de sus interlocutores iraníes. Los mismos cuya retórica “odiosa, ofensiva y antisemita” condenaba meses antes. El canciller es una rara avis, alguien a quien los kirchneristas pueden defenestrar en un minuto y sin derramar una lágrima, pese a ser el funcionario que más se jugó, en términos personales y de identidad, por “pertenecer” al kirchnerismo. En ese intento se ganó el repudio masivo de la comunidad judía argentina, renunció a la ciudadanía norteamericana que todavía tienen sus hijas y su esposa y tiene una extraña relación con la alta burguesía a la que pertenece y cuyos privilegios nunca declinó.
Timerman sobreactúa hasta su condición de “bostero y peronista”, que equipara al ADN de la argentinidad, y busca empeñosa e inútilmente asimilarse a quienes, como Dante Gullo y Jorge Taiana, son peronistas fuera de toda duda, y lo seguirán siendo más allá del kirchnerismo. “El poder del kirchnerismo es a costa de la humillación, y Héctor se banca eso, él obedece. Lo que se jugó en el acuerdo con Irán no es Israel o el sionismo, sino su propio judaísmo. Los kirchneristas son una secta a la que él no pertenece. No maneja ningún poder y no es consciente del riesgo social que corre. Es inocente de dinero y de responsabilidad”, dice Julio Bárbaro, el mismo que lo arrimó al calor del “proyecto”. El canciller ya tropezó con algo de ese “riesgo social”, aunque en dosis menores. Por ejemplo, cuando debió suspender la fiesta de matrimonio de su hija mayor en Punta del Este, porque ese ostentoso “wedding weekend” esteño se daba de patadas con el cepo cambiario que el Gobierno acababa de anunciar. O cuando su presencia fue repudiada en un bar de Palermo. O cuando en fiestas sociales algunos le niegan el saludo.
Es discutible, sin embargo, que Timerman sea tan “inocente” como dice Bárbaro. Pese a sus marcados contrastes, en su conducta hay una constante: la búsqueda desenfrenada del ascenso y la superación de alguna marca que solo él sabrá dónde y cómo está fijada. Jacobo Timerman, una figura polémica pero de indudable talento, medía en influencia política el valor de su ascenso. Su hijo parece medirlo en figuración y obediencia. Por eso, al final de este recorrido vuelve la pregunta koestleriana: ¿hasta cuándo comerá uvas verdes Héctor Timerman?