DOMINGO
Biografías

Las claves del éxito

1-11-2020-Logo Perfil
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En 2019 se estrenó –y fue exitosísima en todo el mundo– Bohemian Rapsody, una suerte de biopic o biografía filmada de Freddie Mercury –Farrokh Bulsara–, quien, como todos sabemos, fue la gran y distintiva voz de la banda inglesa Queen, desde su formación, en 1970, hasta la muerte temprana de Mercury, en 1991. La combinación de un (gran) ídolo del pop con el giro dramático de su bisexualidad, más la muerte joven a causa del sida, fue una tentación irresistible para Hollywood, así como para Brian May y Roger Taylor –ex guitarrista y baterista de la banda, respectivamente–, que participaron activamente en la producción del film (y así consiguieron que sus discos volvieran a venderse como pan caliente).

Andrés Pérez Simón, en su artículo “Conceptualizing the Hollywood Biopic”, de 2014, señala que, desde 1998 hasta ese momento, uno de cada cuatro Oscar por actuación masculina y femenina fue para interpretaciones de personas reales: es decir, para intérpretes de biopics. El dato puede ser aun más abrumador: fueron 65 de las 220 nominaciones por trabajos actorales entre 2000 y 2011. Esto es un buen indicio del éxito del género, lo que incluye la escena latinoamericana –mejor dicho, los relatos de la vida de personajes latinoamericanos–.

La lista es extensa e incluye films y también series: Escobar, el patrón del mal, sobre Pablo Escobar; El Chapo, sobre Joaquín “el Chapo” Guzmán; Luis Miguel, la serie, sobre su epónimo; Monzón, sobre el boxeador; Gilda, no me arrepiento de este amor, sobre una célebre cantante de cumbia argentina; Sandro de América, la serie, sobre el mismo Roberto Sánchez, del que ya hemos hablado; El Potro, lo mejor del amor, sobre el cantante de cuartetos argentino Rodrigo “el Potro” Bueno; Diego Maradona, para que no falte un deportista, rubro en el que lo acompaña Apache: La vida de Carlos Tevez, entre otras, que incluyen otras figuras de la cultura de masas o, también, del delito, más internacional (donde cotizan los narcotraficantes) o más local (donde sobresalen los asesinos).

Una clave central del género es que desafía a los espectadores a comparar la autenticidad de lo actuado y lo narrado con –lo que sabemos de– la “realidad”: en consecuencia y, en primer lugar, un organizador del relato es el maquillaje y las prótesis que permitan juzgar la cercanía o distancia entre la figura representada y su actor o actriz intérprete. De ello pueden derivar actuaciones memorables o simplemente el horror de la dentadura postiza que Rami Malek, el actor que personificó a Mercury, debió soportar durante meses de rodaje. En segundo lugar, en tanto que el principio organizador es lo verdadero y no lo verosímil, como en toda ficción, los espectadores hacen del chequeo de datos casi una obsesión. Esto puede verse en el aluvión de consultas por internet registradas durante la emisión de Luis Miguel, ya que contemporáneamente a la emisión sus fans controlaban hechos tales como  la sucesión ordenada de sus canciones o su relación con los avatares de su biografía real.

En el caso de Bohemian Rapsody, además de que su registro en Wikipedia ofrece un apartado específicamente dedicado a registrar esos desajustes –por ejemplo, que la última pareja de Mercury, Jim Hutton, era peluquero y no camarero–, la web ofrece un ejemplo perfecto de ese tipo de comparaciones: una edición en YouTube en la que se superponen la versión cinematográfica del recital de 1985 en Live Aid –punto decisivo en la historia de la banda– con la real. En tanto la banda de sonido es la grabación musical original de Queen –nadie podía fingir/actuar la voz de Mercury; un punto para el mundo “real”–, la superposición permite ver con nitidez las licencias narrativas que va tomando el film respecto de la actuación en vivo, nuevamente, “real”. Incluso, delata así la mayoría de sus golpes bajos: las sonrisas acompasadas de su ex novia heterosexual y su nuevo –en la película, flamantísimo– novio homosexual se llevan las palmas.

¿Qué narran las biografías filmadas? Básicamente, un modelo: de éxito, de superación personal, de lucha incansable contra los obstáculos pero con el modelo de lo único, de lo excepcional. El ídolo de masas es simplemente eso, como decía Leo Löwenthal en 1961: se trata del individuo excepcional que invisibiliza toda relación –social, económica o material– que lo constituya. Podríamos ir más allá: en el caso de los artistas, oculta la misma idea del arte como trabajo. Se trata siempre de inspiración, del toque mágico y milagroso de una fuerza divina. En Bohemian Rapsody, por ejemplo, es el lejano sonar de unas campanas que tocan, en el silencio de la campiña inglesa, las notas ascendentes de la canción del mismo nombre. Tocan, claro, en el preciso momento en que Malek/Mercury sale a fumar un cigarrillo.

Se trata, decía Löwenthal, de “narrativas de redención que celebran la democracia americana”. Las biografías repiten lo que siempre hemos sabido, pero presentadas con la etiqueta de lo exclusivo: el sujeto excepcional –que suelen ser más numerosos, digamos así, que las “sujetas” excepcionales–. Tan excepcional, tan superlativo, que se mantiene afuera de las relaciones sociales. Pero, al mismo tiempo, son iguales a nosotros, sus públicos, y allí reside su eficacia: iguales y excepcionales, una demanda superior a nuestras fuerzas humanas pero modélica, digna de ser imitada, si eso fuera posible –la cultura de masas nos enseña, finalmente, que no, que no podrá ser imitada y que por esa razón nuestras vidas no serán filmadas–. Las biografías, concluye Löwenthal, como buen heredero de la tradición frankfurtiana, son relatos narcotizantes, porque producen una conciencia deformada de las relaciones sociales –por ejemplo: que el artista depende de un toque de varita mágica llamado talento e inspiración, pero no de su trabajo–.

*Autor de Pospopulares. Unsam Edita (fragmento).