DOMINGO
libro

Los libros para regalar

Cuatro diferentes propuestas para Navidad.

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La Felicidad de Gabriel Rolón, de la editorial Planeta; Está entre nosotros de Pablo Semán, SXXI editores; El Pastor de los autores Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti, de Ediciones B; más La noche de las beguinas de Kiner Aline de Edhasa. | cedoc

Entre una puja y una elección

Este libro parte de la duda y de un cuestionamiento: ¿qué es la felicidad? Si se revisa lo escrito a lo largo de la historia por quienes pensaron el tema, la definición de felicidad encuentra sentidos diferentes. La palabra misma parece ser un cuenco lleno de teorías que se pretenden certeras y a veces chocan entre sí. Platón y la virtud, Aristóteles y el fin supremo, Epicuro y el placer, Kant y la búsqueda del deber, Heidegger y la vida inauténtica, Byung-Chul Han y su crítica a esta sociedad que siente fobia al dolor, Nietzsche y la voluntad de poder, Bertrand Russell y una conquista imposible, Compte Sponville y la desesperación. Pensadores que de un modo directo o velado habitarán estas páginas.

No tengo certezas, pero puedo asegurar que la felicidad no está en las falsas metas que nos propone la cultura contemporánea. No la conseguiremos con logros materiales, con mayor reconocimiento en las redes sociales ni al cumplir con alguno de los mandatos familiares, porque es posible que en ninguna de esas cosas se juegue nuestro deseo.

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Estamos tan atravesados por opiniones ajenas que quedamos excéntricos a nosotros mismos. Vivimos alienados al discurso de los demás, y el análisis se propone acallar esos discursos “otros” intentando que al menos como un susurro lejano el paciente pueda escuchar su propia voz. Solo cuando eso ocurra el análisis se pondrá en movimiento. Veremos luego hacia dónde nos lleva. Quizá debamos abandonar lo que creemos que nos hace felices para ser nosotros mismos. También es posible que aprendamos a valorar algunas cosas que, por tenerlas cerca, no llegamos a apreciar. No será un trabajo fácil. Se trata a la vez de una puja y una elección. Muchos pacientes abandonan el tratamiento porque se asustan.

Todo tiene un precio, y el camino que lleva hacia uno mismo no es la excepción. Entonces, al comprender las pérdidas que se acercan, esos pacientes eligen el ruido que generan realidades que no les pertenecen.

También están los demás. Amigos, familia, personas que con sus opiniones muchas veces interfieren en el tratamiento.

El paciente se debate entre esas voces y otras que, desde adentro, pegan manotazos para hacerse oír. Manotazos que llamamos “formaciones del inconsciente” (lapsus, actos fallidos, chistes, sueños y síntomas). Experiencias que ponen en juego algo desconocido que, sin embargo, es tan propio que devela que lo que creemos ser poco tiene que ver con lo que en verdad somos.

Una lectura caprichosa de los textos de Freud dio origen a la llamada “psicología del yo”. Una escuela que pensó que el camino estaba en fortalecer la personalidad del paciente y alimentar su autoestima. Lejos de eso, el analista sabe que el “yo” es una estafa, un velo, un engaño que nos armamos para no aceptar el hecho de que todo no se puede (a eso nos referimos los analistas cuando hablamos de “castración”) porque siempre habrá algo imposible de conseguir.

Todo sujeto humano es recorrido por una falta de la que intenta escapar construyendo una identidad imaginaria, un supuesto ser. El análisis, lejos de huir del vacío, busca que el paciente se acerque a él todo lo que pueda. Surge, entonces, una pregunta: ¿en ese punto de máxima cercanía al abismo hay alguna posibilidad de ser feliz?

Y otra vez aparece el anhelo de felicidad. 

Nietzsche pensaba que la búsqueda de la felicidad no era más que un desperdicio de tiempo de vida. 

Como sea, cada día al entrar al consultorio tomo el guante y retomo mi batalla.

En El duelo comparé al analista con Virgilio, el poeta que guio al Dante en La divina comedia porque, al igual que él, acompañamos a nuestros pacientes en el recorrido por sus infiernos personales. Ahora doy un paso más y afirmo que también caminamos junto a ellos por el Purgatorio, el lugar al que acceden quienes no fueron condenados al Infierno, pero todavía no están preparados para entrar al Paraíso.

Así como Dante dividió el Infierno en círculos, el Purgatorio se compone de siete giros en los que el alma se va limpiando de sus pecados. Al ingresar, se graban en ellas siete “P” que representan cada uno de los pecados capitales: soberbia, envidia, ira, pereza, avaricia, gula y lujuria. A medida que avanzan por los giros, esos pecados son lavados y las “P” se van borrando una tras otra. Según Alighieri, solo cuando ya no quede ninguna, luego de la expiación y el arrepentimiento, el alma estará lista para acceder al Paraíso.

Como lo hicimos con el Infierno, podemos hacer también una analogía entre el análisis y el Purgatorio, con la diferencia de que en lugar de borrar las “P” de sus pecados, el paciente deberá resolver las “T” de sus traumas para liberarse de las “S” de los síntomas que lo atormentan. Liberarse o al menos aprender a hacer algo distinto a pesar de ellos. Pero, ¿basta con eso para ser feliz? Es posible que no. Por eso el análisis intenta ir un poco más allá. Apenas un poco, aunque suficiente para hacer del paciente una persona distinta. Una persona que, como dice Jorge Beckerman, no hubiera sido nunca de no haberse analizado.

Mientras termino mi café, me pregunto qué me impulsa a acompañar a mis pacientes en un viaje tan incierto.

¿El enigma que representan, el deseo de aliviar sus padecimientos o el desafío de acercarme al misterio de la felicidad? Lo ignoro. Solo sé que será un proceso complicado. Ya lo hemos dicho: quienes entran al consultorio no son felices. ¿Pero acaso lo son quienes no llegan a un análisis? ¿Lo han sido alguna vez esos desconocidos que caminan por la calle?

Es una frase muy dicha, sí, pero la vida nos da sorpresas y, muchas veces, circunstancias indeseadas abren puertas que ni siquiera sospechábamos.

Cuando tenía catorce años un hecho desafortunado obligó a mi familia a dejar la casa en que vivíamos en el barrio de Liniers para regresar por unos meses a Gregorio de Laferrere. Había nacido en ese lugar del que, por otro infortunio, nos fuimos cuando tenía cinco años. Ahora volvía.

Alojados por la generosidad de un tío, nos quedamos en una pieza a la espera de que se desocupara el departamento al que debíamos mudarnos.

Al principio me costó el cambio. Esas calles de las que me había despedido con dolor diez años atrás ya no eran mis calles. Yo mismo me había convertido en un desconocido para mis amigos de la niñez. Sin embargo, el cariño familiar hizo lo suyo y, cuando comenzaba a sentirme a gusto, el departamento esperado quedó libre. Y allá fuimos.

En el norte del Gran Buenos Aires, Florida es una zona muy hermosa, pero me resultaba ajena. Con mi familia en la localidad de La Matanza y mis compañeros de colegio en Liniers, me sentí aislado y con pocas posibilidades de generar vínculos nuevos. Fue entonces que padecí la soledad de los domingos. Ese momento en que la vida parece volverse más pesada.

☛ Título: La Felicidad

☛ Autor: Gabriel Rolón

☛ Editorial: Planeta 
 

 

Milei no es Bolsonaro ni Trump

A inicios de 2023, La Libertad Avanza (LLA) –el partido que disputó la presidencia de la Nación en noviembre de ese año– era considerado por buena parte de los observadores poco más que una curiosidad evanescente. Este libro describe la historia de las ideas y los mundos sociales en que toma forma y volumen la fuerza política de extrema derecha que finalmente conmovió el panorama electoral y la agenda política del país.

La Libertad Avanza constituye una experiencia que canalizó una corriente social, potenció la crítica del Estado, de los partidos políticos y de la economía y, finalmente, transformó las coordenadas del debate político. Con independencia del resultado electoral de la segunda vuelta, la candidatura del dirigente libertario Javier Milei radicalizó visiones económicas y políticas de las derechas. Al mismo tiempo, engendró una alternativa a la expresión mainstream, encarnada por algunos de los más influyentes protagonistas de Cambiemos, y planteó un desafío al peronismo. (…) 

¿Cómo fue posible la emergencia de esta fuerza que sorprende, muchas veces, indebidamente? Nos encontramos ante una situación que presenta desafíos y amenazas graves e inusitadas, aun cuando no conozcamos su magnitud. Por un lado, La Libertad Avanza surge de una forma tan enérgica y desproporcionada respecto de las estructuras y caudales políticos existentes, que todo sucede como si a través de esta fuerza se expresaran un perfil y una dinámica social que esperaban de un proceso político unas pocas acciones constitutivas, el toque de la varita mágica de la historia. Por otro lado, ese trabajo político, ideológico y organizativo ha sido tan pertinente, tan complejo y tan específico, que actualizó de forma acelerada las potencias del proceso social. (…)

¿Cómo explicar la irrupción de La Libertad Avanza? La respuesta requiere algunas consideraciones preliminares. El escenario geopolítico global supone fuerzas y recursos financieros, ideológicos y comunicacionales que operan como nutrientes de la formación de La Libertad Avanza. Y no hay que ignorarlo de ninguna manera. Pero Milei no es Bolsonaro ni Trump, ni un plan perfecto de la internacional negra, sino un fenómeno que tiene parecidos de familia con ellos, pero que metaboliza y hasta radicaliza esas experiencias. Después de todo, Milei tiene un ascenso más abrupto, más acelerado y desde posiciones más marginales que las de los líderes estadounidense y brasileño. Llega, además, sin experiencia de gestión, sin padrinazgos institucionales y con un partido nuevo que, hasta poco tiempo antes de las elecciones presidenciales, no disponía ni de una mínima red territorial ni de apoyos económicos o sociales institucionalizados (aunque no puede decirse que estos hayan sido nulos).

La tentación de enfatizar la dimensión mimética del caso argentino respecto de otros fenómenos mundiales, cuando hasta no hace mucho se pronosticaba que ese tipo de deriva era imposible debido a un presunto blindaje nacional, no hace sino compensar con una nueva simplificación simplificaciones previas. El peronismo como potencia arbitral, un sistema de electorados solidificados entre un peronismo inclinado a la izquierda y un antiperonismo modulado como centroderecha que funcionaría como amortiguador, el poder de los sindicatos y la resistencia de las organizaciones sociales que serían disuasores, los efectos del juicio a las juntas, el éxito de público de la película de Santiago Mitre sobre ese acontecimiento histórico, fueron argumentos destinados a sustentar una densidad diferencial que funcionaría como “cerco sanitario frente al crecimiento del fascismo” (¿una solución europea para problemas argentinos?). Para nosotros, se trata de reconocer que estas circunstancias, lejos de ser excepcionalidades que obraron como barreras, son rasgos específicos de las potencias sociales y políticas que dieron lugar al crecimiento de la derecha radical. Las supuestas excepcionalidades son condiciones históricas que pueden ser integradas como vectores en la singularidad, la radicalidad y lo abrupto del proceso en que las derechas extremas, como en otros países, han crecido y llegado al gobierno.

Tampoco se trata de algo que exclusivamente aconteció en las redes sociales o entre varones reactivos al feminismo, aun cuando esos medios, esos sujetos y esos motivos formen parte del combustible espiritual de la LLA. Puntualicemos también que la referencia al fascismo desenfoca en vez de ayudar: lo amenazador para la democracia no siempre tiene la misma forma y la historia no se repite ni como farsa. Los daños a las instituciones y prácticas democráticas no se hacen tangibles con una escala de Richter como la que mide los terremotos, en la que el mayor daño se determina por el mayor grado alcanzado y, voilà!, el fascismo es el grado máximo. Los análisis y materiales empíricos que están en la base de este libro hablan, justamente, de la especificidad histórica de la derecha radical y de las categorías que mejor podrían ceñir los fenómenos en curso, pero sin identificar el análisis con los puntos de mira que la propia contienda ha evidenciado limitados.

También se trata de evitar el razonamiento zoológico en términos de género y especie para determinar, a partir del cuadro hipotético de todas las radicalizaciones posibles, la que correspondería al animal autoritario argentino. Se han popularizado argumentos que aíslan un conjunto de variables y diferencian cada caso por el modo en que se combinan para dar lugar a conclusiones del tipo “Bolsonaro tiene al ejército y Milei no” o “Trump fue precedido por el Tea Party”, como si hubiera una ley o fórmula general de las derechizaciones.

Estos razonamientos contienen un dato que no puede ignorarse, pero debe incluirse en una realidad superior: la dimensión procesual de la emergencia de la derecha radical en cada país. Las configuraciones nacionales no pueden estandarizarse: las comparaciones que se hacen entre países esconden heterogeneidades insanables al equiparar escalas muy disímiles y aplanar significaciones muy diversas. No se trata de hacer checklists para establecer analogías, sino de usar lo que sabemos de otros casos para pensar los propios. Y esto no implica desdeñar el hecho de que todos estos fenómenos participan, con su textura específica, de una corriente internacional en que confluyen y se determinan recíprocamente. (…)

En el seno de una trama social transformada por sus derivas socioeconómicas y por mecanismos de socialización política que han venido a complementar y desbordar lo que considerábamos tradicional, se produjo en el espacio de las derechas la voluntad de una expresión con peso popular capaz de ganar en otros formatos y programas una influencia que ya había tenido en otros momentos de la historia.

☛ Título: Está entre nosotros

☛ Coordinador: Pablo Semán

☛ Editorial: SXXI Editores
 

 

Papa Francisco: el experto en romper moldes

Se dice que es un papa conservador, pero acaba de tener un gesto revolucionario”, afirmó el cardenal Jorge Bergoglio el 11 de febrero de 2013, apenas unas pocas horas después de que Benedicto XVI sorprendió al mundo con su renuncia –anunciada en latín ante un consistorio de cardenales–, convirtiéndose en el primer papa en casi ocho siglos en dimitir y generando la extraordinaria circunstancia de la coexistencia de un pontífice emérito y otro en funciones. “Se trata de una decisión muy pensada delante de Dios y muy responsable por parte de un hombre que no quiere equivocarse él o dejar la decisión en manos de otros”, consideró Bergoglio en declaraciones a la agencia de noticias italiana ANSA. Ahora –como cardenal menor de 80 años– debía prepararse para viajar y participar del proceso que desembocaría en la elección del sucesor de Joseph Ratzinger. Sin perder tiempo, sacó pasaje para el 28 de febrero, 17 días después de la histórica renuncia. Pero un laico amigo, enterado de la fecha de partida que había escogido, lo reprendió: “¡Cómo no vas a estar para la despedida del papa!”. Bergoglio, que era poco afecto a los viajes, y menos aún a estar un lapso prolongado fuera de Buenos Aires, se defendió diciéndole que tenía mucho trabajo. No obstante, comprendió que la amonestación era atinada y que iba a incurrir en una desconsideración hacia un pontífice que había tenido el coraje de protagonizar un enorme gesto de grandeza tras admitir por considerar que ya no contaba con la fuerza para ejercer el papado adecuadamente. 

Bergoglio volvió a recorrer a pie las pocas cuadras desde el arzobispado hasta las oficinas de la compañía aérea para cambiar su pasaje. A diferencia de la vez anterior, cuando no tuvo que esperar, en esta ocasión numerosas personas aguardaban ser atendidas. Así que sacó número, se sentó, metió la mano en un bolsillo, tomó el rosario y se puso a rezar. Ya llevaba unos cuarenta minutos de espera cuando llegó el gerente y al verlo lo invitó gentilmente a pasar a su oficina. Enterado de que quería adelantar la partida, se ocupó personalmente del trámite y le dijo: “Tiene suerte, por la nueva fecha le cuesta más barato: 140 dólares menos”. Eso sí, la de regreso la mantenía: era dos días antes del Domingo de Ramos porque quería presidir la celebración del comienzo de la Semana Santa (incluso, sabiendo que volvería cansado, optó por dejar escrita la homilía). Creía que eso era factible porque, por más largo que fuese el cónclave, un papa no iba a asumir durante la Semana Santa.

(…)

La apertura de Bergoglio a abordar algunos aspectos personales que ya había demostrado en El jesuita nos llevó a indagar un poco más. Nos dimos cuenta de que parte de las preguntas a las que había contestado en el capítulo “También me gusta el tango” eran parecidas a las que formaban parte del “Cuestionario de Proust”, y se nos ocurrió completarlo. Llamado así porque el célebre novelista fue uno de los primeros en responderlo a fines del siglo XIX, el cuestionario cobró especial notoriedad con el paso del tiempo por su empleo para saber más y entender mejor a personalidades de diversos ámbitos. Claro que nunca hasta ahora un pontífice lo había respondido. Experto en romper moldes, Francisco no dudó un instante en aceptar lapropuesta. 

—¿Principal característica de su carácter?

—Sentimental. Me gusta recordar las cosas gratas del pasado.

—¿Qué cualidad aprecia más en un hombre?

—La honestidad, la transparencia.

 —¿Y en una mujer?

 —La capacidad de maternidad, sea o no madre.

—¿Su principal defecto?

—Los defectos van cambiando con la edad.

—Hoy diría que cargar con cuentas pendientes.

—¿Su ocupación favorita?

—Leer.

—¿Su ideal de felicidad?

—Me encanta hacer feliz a la gente.

 —¿Qué es para usted la infelicidad?

—Cuando las cosas no son armónicas y sobreviene la tristeza. El cristiano dirá: “Cuando las cosas no están según el plan de Dios”.

—¿Qué le gustaría ser?

—Un viejo sabio.

—¿La flor que más le gusta?

—La rosa, sin duda. Me dice mucho. Las naturales, no las teñidas de laboratorio. Pero hay dos chiquitas que me encantan: la violeta y la no me olvides.

—¿Animal preferido?

—La belleza del caballo me fascina.

—¿El pájaro que prefiere?

—El gorrión.

—¿Su autor favorito en verso?

—Virgilio en La Eneida.

 —¿Un héroe en la vida real?

—Charles Peguy, el escritor y poeta que murió en la guerra y que para mí es un héroe.

—¿Un héroe de ficción?

—El comisario Maigret, el inolvidable personaje creado por Georges Simenon.

—¿Una heroína en la vida real?

—Catalina II.

—Una heroína de ficción.

—No se me ocurre ninguna.

—¿Su músico favorito?

—Wagner es el que más escucho, pero Mozart me llena mucho.

—¿Su pintor favorito?

 —Marc Chagall.

—¿Su nombre favorito?

—Jorge Mario… ¿Egocéntrico yo?

—¿Qué hábito ajeno no soporta?

—En Argentina lo llamamos el “chismerío”. Sería hablar mal de los demás. Porque destruye.

—¿Qué es lo que más detesta?

—En mi caso es relativo. Hoy diría una cosa y mañana otra.

—¿Una figura histórica que no le guste?

—Hitler.

—¿Un hecho de armas que admire?

—Ninguno. De todas maneras, me viene a la mente la batalla de Ayohuma (en la guerra de independencia de Sudamérica), pero por el valor de las mujeres que pelearon y la abnegación con la que auxiliaron a los heridos.

—¿Qué don le gustaría poseer?

—Condiciones para la música. Tomé clases con un profesor de piano, pero no aprendí nada. 

—¿Cuál es el estado más típico de su ánimo?

—La serenidad. Cuando me enojo, me enojo. Es un mecanismo, pero enseguida relativizo lo sucedido; digo que no es para tanto y trato de buscar la solución. Hoy sin ir más lejos tuve una rabieta… Me pregunté enseguida qué se podía hacer y en cinco minutos se me pasó. Lo que nunca me quitaron es el sueño.

 —¿Qué defecto le suscita mayor indulgencia?

—Las “agachadas”, palabra difícil de traducir. O algunas actitudes incoherentes con las que me enfrento en la vida. Pero trato de comprender la debilidad humana.

—¿Tiene una máxima?

—La que puse en mi escudo episcopal: “Miserando atque eligendo”. Está tomada del comentario de San Beda al pasaje del Evangelio cuando Jesús miró a Mateo. 

Las preguntas del cuestionario se terminaron, pero no nuestra curiosidad y sumamos otras.

—Usted dijo cuando lo eligieron pontífice que sintió mucha paz. ¿Realmente no se inquietó ante tamaño desafío?

—Es que soy un inconsciente….

—¿Por qué cree que escribieron tantos libros sobre usted?

—Porque soy el primer papa latinoamericano, el primer jesuita y el primero que se llama Francisco. Y el primero que no vive en los aposentos papales. Demasiado curioso el personaje.

—Además, se realizaron varios documentales y películas de ficción con su figura como protagonista. Algunas de estas producciones recibieron premios y fueron apreciadas por los críticos. ¿Vio alguna?

—No, ninguna.

—¿Por qué?

—Me da pudor.

—¿Sigue sin mirar televisión?

—Como les había contado en El jesuita, hice un voto de no mirar televisión el 16 de julio de 1990 y lo cumplí, salvo para algunas asunciones presidenciales o en el caso de una tragedia

aérea en mi país. Y lo sigo cumpliendo acá.

—¿No siente que deja de conocer algunos aspectos de la vida de la sociedad?

—Todo eso me llega de una u otra manera, a veces de modo mucho más directo que a través de la pantalla de la televisión. La realidad se termina imponiendo.

—¿Sueña mucho?

—Sí, a veces, pero en general no me acuerdo de lo que sueño. Y si lo hago lo olvido rápidamente.

—¿No pensó en escribirlos?

—No. Me gana la pereza.

—¿Tiene sueños recurrentes o pesadillas?

—La respuesta a ambas preguntas es no.

—Sabemos que le gusta la poesía, ¿escribió alguna vez en verso? 

—Pecados de juventud…

—¿Fueron muchas?

—Veinte o treinta.

—¿Tenía una temática en particular?

—No, escribí de lo que me surgía en el momento.

—¿Guardó alguna de esas poesías?

—Sí, algunas. 

—¿Las podemos publicar?

—No quiero que se publiquen.

—¿Qué le diría al joven que quiere escribir o escribió poesías?

—Que lo haga o que lo siga haciendo. Está entre las cosas más lindas.

—Las personas que lo conocieron de joven lo describen como muy tímido. ¿Es cierto?

—Sí, lo era y de alguna manera lo sigo siendo.

☛ Título: El Pastor

☛ Autores: Sergio Rubín y Francesca Ambrogetti

☛ Editorial: Ediciones B
 

 

El gran beguinaje de París, fundado por Luis IX. San Luis

En este barrio de París que llaman Le Marais, el pantano, en la esquina de la calle Charlemagne y la calle de los Jardins-Saint-Paul, se erige una torre resquebrajada. Marca el extremo norte de una muralla de más de ochenta metros de largo, reforzada por una segunda torre. Allí se encuentran los vestigios de una fortaleza construida a fines del siglo XII por el rey Felipe Augusto para proteger la ciudad. Un recuerdo de las guerras medievales sobre el que se apoyan hoy los edificios del liceo Charlemagne. En su extremo sur, el muro se encuentra con la calle del Ave María, por el nombre del convento que, antes de la escuela, ocupaba el predio. Pero en el siglo XIV tenía otro nombre. Se llamaba la “calle de las Beguinas”.

Porque ese cuadrilátero, cercado por callejones empedrados de gris, donde el ruido de la ciudad se atenúa, dejando el aire libre a los gorjeos de los pájaros, a los gritos de los niños que juegan a la pelota, a las risas de los adolescentes, varones y mujeres mezclados, a sus voces fuertes y sin ataduras, albergaba entonces –muchos lo ignoran– una institución única en Francia: el gran beguinaje de París. Fundado por Luis IX. San Luis.

En ese lugar, y en los barrios de los alrededores, vivieron durante casi un siglo mujeres notables. Inclasificables, inasibles, rechazaban tanto el matrimonio como el claustro. Rezaban, trabajaban, estudiaban, circulaban por la ciudad a su antojo, viajaban y recibían amigos, disponían de sus bienes, podían legarlos a sus hermanas. Independientes y libres.

Una libertad que las mujeres no habían conocido hasta entonces, y que no conocerían sino muchos siglos más tarde. No todas fueron conscientes de ello. Pero algunas lucharon para conservarla.

Durante años, recorriendo las calles del Marais, busqué sus huellas. Día tras día, vinieron a mí, sombras fuertes y livianas. Escuché sus risas y sus cantos, el ruido de sus pasos sobre el empedrado, sentí sobre mi piel ese mismo sol que las hacía entrar en calor, y en mi nariz, el olor del río tan cercano. Soñamos, temblamos, caminamos codo a codo. Como compañeras que el tiempo separa, pero cuyos deseos, miedos y rebeliones se armonizan en un mismo eco.

1º de junio de 1310. Si no fuera por el silencio, se podría pensar que era un día de fiesta.

Hay una multitud, en la plaza de Grève, ese lunes que precede a la Ascensión. Todos los habitantes del casco urbano. Los comerciantes y los funcionarios, los burgueses y los artesanos, los estudiantes y los clérigos, los soldados, los mendigos, los palanquines y los peones que se habían acercado al puerto a ofrecer su mano de obra. El calor de los cuerpos apretados, su olor.

Pieles mugrientas, alientos corrompidos, mezclando sus exhalaciones con el hedor que viene de la calle de los curtidores y con el perfume fangoso del río. En los vanos de las bellas viviendas que rodean la plaza se asoman, de pie, las damas y los gentilhombres vestidos de colores vivos.

Los clamores y los gritos, los cantos de apoyo a los barqueros y a los esportilleros se han acallado en una larga ola rebosante.

Detrás del rumor de la chusma, solo se percibe el chasquido de la madera sobre la piedra –los barcos golpean su panza contra la playa– y el chapoteo del agua, mínimo, apresurado.

Todos tienen los ojos puestos en el centro de la plaza, donde se levanta una hoguera casi similar a las que se erigen, en ese mismo lugar, para las fiestas de carnaval y de San Juan. Pero en lugar de máscaras danzantes y de jóvenes aprendices que saltan por encima de las llamas, es una mujer a quien vemos trepada a esa hoguera, con los pies descalzos directamente sobre la gavilla, con el pelo negro y una larga camisa adheridos al cuerpo.

Es tan alta, tan frágil, su cuello nudoso sobresale por la abertura de tela a través de la cual le hicieron pasar la cabeza. Erguida, sin embargo. Y dura. En nada cambiada por los largos meses de cautiverio, los múltiples interrogatorios, y el silencio que ha mantenido. Ellos lo tomaron por arrogancia. Simplemente no tenía nada que decir. Nada que pudieran comprender.

Un poco más lejos se ha montado una segunda hoguera.

Atado a la estaca, desplomado sobre sus piernas, un hombre con el rostro desfigurado. Un judío acusado de haber escupido sobre las imágenes de la Virgen.

Pero todos la miran a ella.

Humbert se encuentra a unos metros de ahí, por su gran estatura se destaca por encima de la plebe. Quiere acercarse más. 

Hasta ver los párpados cerrados de la condenada, y sus rodillas que sobresalen bajo el sudario con el que está vestida. Empuja con los hombros a la matrona apretujada contra él, se desliza entre los grupos que un movimiento inconsciente apura hacia el centro de la plaza.

De pronto, a su derecha, percibe un empujón similar al suyo.

Una silueta menuda, envuelta con una capa gris, se cuela entre los espectadores.

Ahí están los dos a unos pasos de la hoguera.

El verdugo espera, con la antorcha en la mano. Cerca de él, un dominico, de toga blanca y manto negro. Guillaume de París, el inquisidor. Otro hombre lleva espada y sombrero de plumas.

El preboste. Este se adelanta, deposita un libro sobre la paja a los pies de la mujer. Ella inclina levemente la cabeza, abre los ojos de par en par, como sorprendida. En ese preciso momento, el viento sube desde el río. La silueta que se adelanta paralelamente a Humbert rechaza la multitud, avanza con paso decidido hacia la hoguera y deja caer su capucha.

Una mata de pelo rojizo se despliega sobre la ropa oscura, despeinada por la brisa.

La torturada gira la cabeza. Parece mirar a la jovencita que acaba de descubrirse, y reconocerla.

Humbert la mira también, estupefacto. Nunca se hubiera imaginado encontrarla ahí, ni con ese hábito.

El verdugo da un paso hacia la hoguera. Humbert baja la cabeza, se da vuelta. Sigue con la mirada a la pelirroja, de nuevo cubierta, y a otra muchacha, vestida del mismo modo, que la toma de la mano y la jala bruscamente. Luego, abriéndose paso con los hombros, él se vuelve a ir hacia la playa.

Pronto, el olor de la madera y de la carne que se consumen excede a todos los demás. Y el grito de la multitud, excitada y compasiva, cubre el grito del hombre en la hoguera. Tal vez también el de la mujer que están quemando viva. Ya que nadie puede exigirle que permanezca en silencio hasta el final. (…)

Leonor, su abuela, lo había afirmado. Al ver cómo se vaciaban las chozas de los pueblos circundantes, cómo los jóvenes con los pantalones destrozados y la panza vacía abandonaban sus familias y sus parroquias por la ciudad, le había dicho a Ysabel: “Llegará el día en que los contornos de nuestro mundo se habrán transformado a tal punto que la gente de mi edad ya no podrá reconocerlo. Yo desapareceré pronto, ¡pero tú, mantén los ojos abiertos!”.

Esa mañana de enero de 1310, Ysabel se levantó mientras los primeros fulgores se filtraban a través de la ventana de su cuarto. (…)

¿El mundo ha cambiado? No sabe qué pensar. Conoció a tres reyes. Luis IX había muerto mucho antes de que su segundo esposo falleciera y de que decidiera entrar al gran beguinaje. Su sucesor, Felipe III el Atrevido, había muerto a su vez. El 6 de enero de 1286, bajo el rosetón nuevamente plantado en la catedral de Reims, el arzobispo había ungido con el santo crisma la cabeza, el pecho y la espalda de un adolescente de una hermosura vigorosa. Desde entonces, el Hermoso reina sobre el reino. Un caballero, un cazador que, en las horas más serias o solemnes, e incluso durante el nacimiento de su hijo Carlos, sigue persiguiendo a sus presas, espoleando su jauría por los bosques de Orleans, de Halatte, del Vaudreuil, de Montargis o de Compiègne. Obstinado, eficaz. Educado en el culto de su abuelo, figura venerada de la que ha hecho, luego de un largo procedimiento de canonización, un santo San Luis.

☛ Título: La noche de las beguinas

☛ Autora: Kiner Aline

☛ Editorial: Edhasa