DOMINGO
libro

Orígenes de un país

La historia de la corrupción.

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En Óxido, Jorge Lanata a través de diferentes hechos históricos, recorre este proceso imparable de descomposición nacional y lo ilumina una selección sorprendente de casos, tanto poco conocidos como notables. | JUAN SALATINO

A rgentina está oxidada. La corrupción es su óxido. Óxido proviene del griego y significa ácido, es el compuesto químico que surge de la combinación del oxígeno y un metal. La oxidación sucede cuando un compuesto pierde uno o más electrones. Un buen ejemplo es la corrosión de las tuberías de agua: tienden a quebrarse en el tiempo y a contaminar el agua con pequeñas dosis de óxido. El óxido es un cáncer. El óxido se extiende, inadvertido. El 22 de junio de 1979, en los estudios de Reprise Records, Neil Young grabó un álbum titulado Rust never sleeps (El óxido nunca duerme). Young nunca imaginó que iba a contar la historia de un país.

Cabildo y cárcel

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En el caso de Buenos Aires, “lo que fundó Mendoza, en verdad, fue un Fuerte, hecho con el casco de uno de los navíos que nunca regresaron. Para tener ‘categoría de ciudad’, según las leyes españolas, debía contar con un Cabildo que no tuvo hasta 1580”. “Al mencionar el Cabildo, debo aclarar que nos referimos al órgano legislativo en sí, que funcionó durante años en otros edificios y no en el conocido luego; los cabildantes ocupaban generalmente algunas habitaciones del Fuerte, y allí sesionaban, aunque estaba por demás claro que, a la hora de considerarse ciudad, la Trinidad debía contar con un Cabildo construido como tal”. “Después de veinticinco años de la fundación, el 3 de marzo de 1608, el alcalde ordinario Manuel de Frías, atento a ‘que no hay casa de Cabildo’ propuso que ‘se ponga remedio y diligencia en hacerlas’, financiando dicha construcción con nuevos impuestos a los navíos ‘que han entrado a este puerto y entraren de ahora en adelante’, y fue cobrado de manera retroactiva, haciéndolo también extensivo a las carretas con leña que entraban a la ciudad ‘atento a la mucha necesidad y pobreza’ de las autoridades. Recién en 1766, ciento cincuenta años más tarde, el Cabildo logró conseguir una campana. Cuando esto sucedió, ya casi nada quedaba del Cabildo original –en un terreno que, por otra parte, había sido alquilado– ya que en 1632 amenazó con derrumbarse y fue construido casi enteramente de nuevo. Más adelante volveremos sobre el tema, ofreciendo más detalles del ‘estado de obra constante’ en que vivió el Cabildo”.

Las actas del Cabildo y, eventualmente, algunos pocos libros de viajeros son los únicos testimonios de la época a los que se puede recurrir. Así como se extraviaron las actas de fundación de la ciudad, lo mismo sucedió con las del Cabildo desde la fundación hasta 1588 y las de 1591 hasta 1605. 

Durante más de doscientos años, en realidad, hasta su cierre definitivo, en 1821,  el Cabildo de Buenos Aires “estuvo en obra”. José Torre Revello realizó la investigación más minuciosa sobre los destinos del Cabildo, publicada en 1951 bajo el título La Casa Cabildo de la Ciudad de Buenos Aires, por el Instituto de Investigaciones Históricas de la Facultad de Filosofía y Letras. Torre Revello asegura que “las designaciones de regidores que debieron integrar los cabildos de las ciudades fundadas por Pedro de Mendoza nunca fueron erigidas, ni aquellos ejercieron sus cargos”. De modo que la historia del Cabildo comenzó con una excepción: “nombrar al Cabildo” era una de las primeras obligaciones de quien fundaba una ciudad en el siglo XVI y el Cabildo era, en términos institucionales, el distintivo que se imponía entre una ciudad y un fuerte. De allí que sería inexacto sostener que Mendoza fundó en Buenos Aires una ciudad; lo que emplazó fue un fuerte que, como se vio, fue luego despoblado. 

Cuando Juan de Garay repartió solares en la ciudad de la Trinidad, puerto de Buenos Aires, asignó un sitio para que allí se levantara la “Casa Cabildo y Cárcel”. Sin embargo, por las demoras ya señaladas, el Cabildo funcionó durante los primeros años de la ciudad celebrando sus reuniones en casas particulares hasta que el gobernador Hernandarias de Saavedra, en 1592, doce años después de la fundación, acomodó dentro del recinto del fuerte una pequeña habitación destinada a celebrar las reuniones de los cabildantes. Según el Acuerdo de Hacienda del 17 de febrero de 1603, “la ciudad carecía de edificios destinados a Aduana y Cabildo”. Torre Revello señala que “tales propósitos no pasaron de proyecto, porque no hay constancia alguna de que se hicieran diligencias de acuerdo con lo expresado”. Antes que edificio, el Cabildo tuvo un portero: el 7 de agosto de 1603 se solicitaba por escrito el abono de su sueldo, fijado en veinte pesos anuales; el portero debía dar aviso a los ediles del día en que se celebraban acuerdos. En 1606, una de las actas del Cabildo vuelve sobre el punto de la necesidad de tener un edificio propio, señalando que “no poseen residencia para celebrar sus reuniones”, de lo que se desprende que habían sido desalojados del fuerte en fecha y circunstancias desconocidas. Luego efectuaron sus sesiones en casa de los tenientes de gobernadores Víctor Casco de Mendoza y Manuel de Frías. En 1608, en un solar abandonado, comenzó la construcción de la Casa Cabildo. Diversas actas dan constancia de quiénes trabajaron en la obra y las retribuciones que recibieron por ello. El carpintero Pedro Ramírez, por ejemplo, recibió veinte pesos por el labrado de dos puertas y dos ventanas “con destino a los locales construidos debajo de los corredores, que serían ocupados por cuartos de alquiler y tiendas de comercio”. 

Según Hernandarias, quien fue electo cinco veces como gobernador, las obras del Cabildo terminaron alrededor de 1609. Pero en el Acuerdo del 1° de marzo de 1610 el alcalde Don Juan de Bracamonte hizo constar que el rey había cedido por el término de diez años el producto de las condenaciones de cámara y gastos de Justicia con destino a obras públicas de la ciudad. “Es de necesidad –dijo– atender la defensa del lugar y será muy conveniente proseguir el edificio de las casas del Cabildo”. Al año siguiente algo debía haber en el solar del Cabildo ya que la corporación decidió, en una de sus sesiones, alquilar dos locales de su propiedad. Según las cuentas del mayordomo y depositario del Cabildo, Bernardo de León, en 1612 estuvieron terminadas las obras; más allá de los recibos por dos mil tejas, transporte de una reja y arena, hay otros que indican la compra de cal para el blanqueo y limpieza “de las casas del Cabildo después de acabadas”. Pero el flamante Cabildo resultó pequeño: dos años después la cárcel y el resto del edificio estaban abarrotados de presos, y las reuniones volvieron a hacerse “temporalmente” en la casa del gobernador. En ese mismo año los cuartos de alquiler destinados para negocios estaban desocupados, sin locatario posible en vista, les faltaban cerraduras a las puertas, y los locales servían de vertederos de agua. En 1624, en las actas de una de las sesiones, se expresa que el Cabildo “se estaba cayendo” y que “no obstante estar obligado Bacho de Filicaya a hacer todas las refacciones que el edificio pudiera necesitar, dicho personaje se niega a su cumplimiento”. Dice Torre Revello: “Un lustro después, en acuerdo que la corporación efectuó en el Fuerte el 25 de enero de 1629, dejó constancia de que las reuniones que celebraba en edificio propio se efectuaban en una sala donde también se hallaba la cárcel pública. Allí se aglomeraban los presos, blancos, indios y negros, encontrándose a la vista de los ediles el cepo y el burro. Con el último de los instrumentos mencionados se daba tormento a los delincuentes. Además, se hizo notar que la sala tenía ventanas a la calle, no pudiéndose guardar secreto de las deliberaciones porque a través de las mismas se oía cuanto se trataba en el interior. Desde entonces los ediles volvieron a celebrar sus reuniones en el Fuerte, mientras el ruinoso edificio se iba desmoronando lentamente. Un curioso debate se desarrolló en la reunión celebrada el 9 de agosto de 1634, en cuya acta se dejó constancia de la imposibilidad material, por parte de la corporación, para restaurar las casas o habitaciones que se destinaban a alquiler”. Otra acta de 1645 indica que no había podido celebrarse acuerdo en la Sala Capitular “por encontrarse esta ocupada por presos”. Una carta del obispo Antonio de Azcano Imberto al rey, del 28 de agosto de 1678, hizo referencia al paupérrimo estado de la ciudad y la situación ruinosa del Cabildo. El rey respondió solicitándole a la corporación un proyecto atinente a reconstruir el edificio, y asegurando su financiación. 

En el acuerdo del 13 de mayo de 1682 se discutió el proyecto de Cabildo: necesitaban un edificio de dos plantas, con las siguientes dependencias: en la planta baja, la sala que se destinaría a la cárcel “de las personas privilegiadas” (claro antecedente de nuestras cárceles vip), más dos viviendas asignadas a toda clase de presos, una para hombres y otra para mujeres. Con vista sobre la Plaza Mayor se construirían dos habitaciones destinadas a jueces y escribanos. En el patio se instalarían cuatro calabozos y un cuarto para el servicio de vigilancia, y en la planta superior, la sala capitular y el archivo. Los gastos de la obra demandarían unos quince mil pesos, y se demoraría unos tres años su finalización. Faltaba precisar la cantidad de empleados públicos: el Ayuntamiento necesitaría dos alcaldes porteros que serían, a la vez, alguaciles ejecutores, con un sueldo anual de ciento cincuenta pesos. Dos mulatos libres que percibirían ochenta pesos cada uno. Ochenta pesos anuales en calidad de propina a cada uno de los regidores, que eran ocho. Unos ochocientos pesos anuales para atender las festividades religiosas, para sueldo del capellán y otros gastos fortuitos, unos tres mil pesos por año. La respuesta del rey fue autorizar cien pesos por año para “atender los reparos que debían efectuarse en el edificio”. El 23 de julio de 1725 el maestro albañil Julián Preciado, acompañado de un grupo de obreros, inició los cimientos y comenzó la construcción del tantas veces proyectado Cabildo de Buenos Aires, bajo la gestión del gobernador Bruno Mauricio de Zavala. En febrero de 1728 las obras fueron suspendidas. Hasta ese momento se habían construido la sala baja, sitio que fue utilizado temporalmente para la celebración de acuerdos, una habitación que se usaba como depósito, dos calabozos “usuales” y uno chico, lugares comunes para los presos y un pozo de balde; además, un cuarto independiente con salida a la calle y otro cuarto en la planta alta, que fueron arrendados como tiendas. A partir de ese momento, cuenta Torre Revello, la construcción sufrirá grandes interrupciones debido a la falta de recursos. Las obras se reanudaron el 1° de agosto de 1731; en mayo del año siguiente la corporación, por falta de presupuesto, resolvió dejarlas en suspenso. En la sesión del Cabildo del 17 de octubre de 1733 el alcalde de primer voto Juan Gutiérrez de Paz y el regidor Sebastián Delgado dieron cuenta del “estado miserable en que se hallaban las Casas Capitulares y sus cuartos y calabozos por las goteras”, por lo que resolvió utilizar la labor de los presos de “poco delito”, pagándoles a cada uno un real diario de jornal, para realizar los arreglos más urgentes. Hasta 1739 no se había dado término a la Sala Capitular. En 1747 se propuso la continuidad de las obras, para lo que el Cabildo pidió un préstamo de cuatro mil pesos pagando un interés del cinco por ciento anual. La dirección de la obra fue puesta entonces a cargo de un conocido contrabandista llamado Juan de Narbona, a quien el Cabildo consideraba “persona de mucha inteligencia en las fábricas y edificios”. Once presos, “delincuentes de lo más criminosos”, se fugaron del Cabildo en 1748; este hecho concentró la atención de la obra en aspectos de seguridad y relegó la construcción proyectada de la torre. En 1764 el regidor Fermín de Aoiz aseguró que estaba “concluida y cerrada, la torre, en lo substancial”. Algunas actas de 1784 brindan una idea acabada de la situación de los presos en la Casa Cabildo y cárcel: aquel año había en el edificio 47 detenidos purgando delitos comunes, 147 con causas pendientes y siete mujeres, y la higiene dejaba mucho que desear, tomándose entonces algunas medidas para evitar que las ratas, cuya abundancia era notoria, pudieran propagar alguna epidemia. Los calabozos solo podían albergar a unos cincuenta reclusos. Dice Torre Revello en su investigación: “Cuando estalló la Revolución de Mayo, el Cabildo no había alcanzado a dar término al edificio que había proyectado para sede de sus actividades, aun reduciendo las proporciones del mismo, tal como hemos expuesto. La llamada Cárcel Nueva se hallaba sin concluir, pero se dio término a la obra antes de finalizado 1810. De modo que las Casas Consistoriales, prácticamente dentro de las líneas que nos son familiares a través de láminas realizadas en el siglo XIX, se dieron por terminadas en el memorado año”. La última sesión efectuada por el Cabildo se celebró el 31 de diciembre de 1821.

 

☛ Título: Óxido

☛ Autor: Jorge Lanata

☛ Editorial: Sudamericana
 

Datos sobre el autor 

Jorge Lanata nació en Mar del Plata en 1960.

En 1987 fundó el matutino Página/12, y en 2012 su programa Periodismo para todos (PPT). 

Estuvo al frente de éxitos en radio (Hora 25, Lanata AM y Lanata sin filtro, actualmente en Radio Mitre) y en televisión (el emblemático Día D); en gráfica dirigió El Porteño y fundó y dirigió Página/30, Crítica, Veintitrés y Ego.

Llevó adelante producciones documentales para diferentes cadenas televisivas como Turner y History Channel: 26 personas para salvar al mundo, Tan lejos, tan cerca. 

Desde hace diez años conduce Lanata sin filtro por Radio Mitre.