El inicio de la pasión argentina por la divisa (el dólar) es algo (…) difuso. Su embrión puede encontrarse a fines de la primera presidencia de Juan Domingo Perón (1946-1952), cuando el mandatario le preguntó a una multitud de sus seguidores si alguno de ellos había visto un dólar alguna vez, en un encendido discurso desde el balcón de la Casa Rosada un 17 de octubre. Era una pregunta retórica, por supuesto, que apuntaba a desmentir el impacto en las clases populares que podía acarrear la escasez de la divisa, por entonces aún poco conocida y que recién empezaba a desafiar la primacía global de la libra esterlina.
Del dólar se había empezado a hablar bastante en la prensa por la crisis del sector externo que golpeó al país en 1951, cuando la cosecha de trigo —por entonces el principal rubro de exportación— cayó dramáticamente en volumen y en valor. Para salvar la balanza comercial, el pueblo comió pan negro durante casi dos años. La harina se hacía con salvado y centeno para exportar todo el trigo posible y maximizar el ingreso de libras y dólares. Pero Perón tenía razón: casi nadie había visto uno en su vida.
Aunque durante las décadas de 1950 y 1960 aparecieron en Buenos Aires los primeros ahorristas criollos dolarizados, el billete verde recién irrumpió con fuerza en la vida cotidiana de los argentinos mucho después, con la dictadura más sangrienta que haya vivido el país, de la mano de un plan económico que buscó deliberadamente, entre 1976 y 1983, aniquilar la industria local como forma de ponerle un límite al ascendente poder de los trabajadores organizados. Ese nuevo régimen de acumulación, que siguió al abandono de la convertibilidad del dólar con el oro por parte de Washington, el surgimiento de los mercados globales de capitales y la consolidación de esa divisa como moneda de cambio y reserva de valor mundial, terminó por dolarizar para siempre la cabeza de los argentinos.
Hacia 1949 Perón ya hablaba bastante recurrentemente del dólar. En noviembre de ese año, en un discurso citado por el historiador marxista Milcíades Peña, aludió a él ante un grupo de peones rurales. Cualquier similitud con 2012 no es coincidencia. “Los problemas de divisas, agitados políticamente, son totalmente ficticios. Dicen que el peso vale poco, pero ¿a mí qué me importa que valga poco el peso con relación al dólar o la libra esterlina si acá yo no compro ni vendo nada en el orden internacional en pesos? Todo lo vendo en dólares y libras esterlinas. El peso sirve en el mercado interno. Para comprar en el mercado internacional tampoco empleamos nosotros ni libras ni dólares; empleamos trigo y carne, que es una moneda que no se desvaloriza en todos los tiempos.”
Al año siguiente, el Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio (iapi, que centralizaba el comercio exterior nacionalizado y establecía en los hechos los tipos de cambio diferenciales para cada sector) contradecía al jefe máximo del movimiento en su propio balance: “Finalmente, repitiendo lo que ya se señalara el año anterior, el país necesita en la etapa de evolución en que se encuentra su economía un apreciable volumen de divisas. Por ahora, y en el futuro inmediato, la responsabilidad de la producción de divisas recaerá en su práctica totalidad sobre la exportación de productos agropecuarios”. Algunas cosas no han cambiado casi nada.
En la peatonal Lavalle al 400, en el centro porteño, en una oficina austera y pegada a la de su jefe, el ex secretario de Hacienda de Raúl Alfonsín, Mario Brodersohn, el joven economista Ramiro Castiñeira, de la consultora Econométrica, investiga la historia del dólar. “Cuando Perón dijo ‘¿Quién de ustedes ha visto un dólar?’, el único que ahorraba en serio en dólares era el Estado nacional, y tenía muchos. La sociedad, en cambio, ahorraba en general con estampillas, y recién arrancaba a comprar dólares. El furor del ‘verde’ llegó después, con la [última] dictadura”, rememora. Entre ambos períodos hubo otros golpes de Estado en 1955, 1962 y 1966.
Castiñeira dice que “antes solo se usaba el dólar para el comercio exterior, porque casi no había cuenta capital hasta los setenta”. El economista alude a la sección de la balanza de pagos que contabiliza el ingreso y la salida de fondos especulativos, la inversión extranjera directa y el endeudamiento externo, entre otros rubros. Fue en esa década cuando el capitalismo global comenzó, con las crisis del precio del petróleo como telón de fondo, su etapa de financiarización, es decir, la proliferación de instrumentos especulativos sofisticados.
El gran negocio de los bancos en el mundo dejó de ser el otorgamiento de créditos a empresas productivas y apareció la alternativa de endeudar al Tercer Mundo. Pero sobre esto volveremos más adelante.
Liberales pero no tanto
El control de cambios había debutado bastante antes de Perón. “Como régimen, nace en septiembre de 1931”, apunta Pablo Gerchunoff, ex jefe de Gabinete del ministro de Economía aliancista José Luis Machinea. “Aparece en medio de la crisis mundial, y tenía sentido, porque era el momento en que los gobiernos empezaban a sentir escasez de divisas y miedo a devaluar. Arranca como un tipo de cambio único, un control de cambio con tipo de cambio único; y Federico Pinedo lo convierte en un desdoblamiento cambiario”, recuerda Gerchunoff al padre del actual diputado de Propuesta Republicana (PRO), aquel que fundó el Banco Central y fue dos veces ministro de Economía durante la denominada Década Infame y otra vez en 1962. “Y después vinieron los tipos de cambio múltiples. Y eso lo hacen gobiernos muy liberales, a principios de los treinta. [Ernesto] Hueyo, Pinedo y después sigue, tanto sigue que el régimen de control de cambios dura hasta diciembre de 1958, hasta que Arturo Frondizi hace la liberalización cambiaria con un costo altísimo. Esa salida de los controles implicó una cuadruplicación del tipo de cambio comercial y una inflación arriba del 150% anual. Después se revirtió, pero fue la primera experiencia de una inflación de más de tres dígitos en un año en la historia argentina”, cuenta el economista e historiador (…) “Por esos años era ilegal que vos compraras dólares y, por lo tanto, que acumularas. No había un lugar donde comprar. Si vos exportabas, tenías que entregar los dólares y el Banco Central les daba dólares a los importadores hasta el punto en que alcanzara. La situación era parecida a la de hoy con Moreno.
Había un sistema de permisos previos de importación. Es decir, vos para poder importar un bien tenías que pedirle permiso al Banco Central, el Central te otorgaba ese permiso y en el momento que correspondiera te daba las divisas para pagar la importación. Y la remisión de utilidades estaba restringidísima, por no decir anulada, porque, además, como esto era un sistema de servicios públicos nacionalizados, las divisas de las empresas extranjeras, inglesas, francesas, de servicios públicos que remitían utilidades al exterior ya no lo hacían porque eran empresas estatales”, explica Gerchunoff.
Raúl Prebisch, por entonces un joven economista que dos décadas después fundaría la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (cepal), estaba a cargo de las memorias de la nueva autoridad monetaria. “Ya por entonces aparece un dólar paralelo. Prebisch lo definió como una ‘bolsa negra’. Él hace varias referencias a la bolsa negra y a los costos de tener un sistema de control de cambio como ese, pero también a las dificultades de salir, la complicación de salir. Porque salir implicaba una depreciación brusca de la moneda; la depreciación brusca de la moneda baja los salarios reales, y entonces nadie quería tomar el costo”, subraya Gerchunoff.
Su colega Mario Rapoport, profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA), recibe a los autores de este libro en el living de su departamento de Belgrano. Asegura que, hasta la última dictadura, el dólar era un tema exclusivo de una reducida elite.
Durante el primer gobierno peronista “la Argentina dependía más de Europa que de los Estados Unidos”, sostiene. “Perón hablaba mucho y decía a veces boludeces. Decía por ejemplo que caminaba por el Banco Central pateando lingotes de oro. Eso es imposible, pero por otro lado no era cierto. La Argentina comerció durante toda la [segunda] guerra [mundial] sin la base de reservas reales, de dinero real, salvo con los Estados Unidos, que pagó en dólares. Gran Bretaña pagó en libras bloqueadas, que eran libras que se asentaban en el Banco de Inglaterra, porque no tenía otra forma de pagar. Entonces la Argentina financió el esfuerzo de guerra inglés con esas libras. Y eso mismo hizo Londres con un montón de países que eran sus colonias. La Argentina, como era colonia informal, entró. Cuando terminó la guerra, el país tenía un montón de libras bloqueadas.
¿Qué ocurrió inmediatamente? Algo que era previsible: el único país que podía vender producción nueva y equipos eran los Estados Unidos. La industria europea estaba destrozada. Para comprarles a los Estados Unidos necesitabas dólares. Entonces los Estados Unidos automáticamente intimaron a Gran Bretaña a que hiciera convertible la libra. Gran Bretaña aceptó, y duró aproximadamente un mes, porque en un mes la cambiaron por dólares en todos lados. Incluso la Argentina cambió 500 millones de libras esterlinas en dólares, hasta que en agosto del ’47 vuelve a decretarse la inconvertibilidad de la libra”, detalla Rapoport. Con la libra inconvertible durante todo su gobierno, excepto por un mes, y el dólar siempre prohibido, la Argentina peronista aún no ahorraba en dólares. Lo hacía en pesos, a tasas de interés reales negativas como las de ahora, en los bancos o con las estampillas de la Casa Nacional de Ahorro Postal a las que aludía Castiñeira. El propio Gerchunoff recuerda que se las hacían pegar en la escuela para mostrar que estaba ahorrando y que lo hacía en pesos. El negocio recién rindió durante los últimos años de ese primer peronismo (1952-1955), ya con Alejandro Gómez Miranda en el Ministerio de Economía, cuando el país tuvo dos de sus poquísimos años de crecimiento con baja inflación en toda la historia: 1953, con el 3%, y 1954, con poco más del 4%. (…)
La libertad de los ansiosos
Un ex secretario de Política Económica de la Alianza, Miguel Bein, figuró cuarto entre los mayores compradores individuales de dólares del país durante 2011, según la lista que difundió el periodista Alfredo Zaiat en su libro Economía a contramano, cuya lectura recomendó por cadena nacional la mismísima Cristina Kirchner. En enero de 2013, el cotizado consultor de empresas, bancos y ministerios nacionales y provinciales intentaba calmar la ansiedad que se había apoderado de los argentinos por la disparada del dólar blue, que arañaba por primera vez los 8 pesos y se distanciaba 60% del valor oficial de la divisa. “Esta brecha no refleja el equilibrio cambiario, sino más bien el precio de la libertad de los ansiosos implícito en los propios controles de una economía que agotó su excedente de dólares. De hecho, para recrear la razonable competitividad de fines de 2010, el salto de la divisa oficial debería ser del 18%”, dijo al diario La Nación.
En la misma nota, y desde una perspectiva teórica más ortodoxa, el ex subsecretario de Financiamiento menemista Miguel Kiguel apuntó: “Hay una psicosis con el dólar y, cuando aparecen estos comportamientos irracionales en los mercados, lo ideal sería intervenir. El problema es que este es un mercado ilegal y marginal, pero no hay que perder de vista que los vasos comunicantes con la economía real existen”. Psicosis. Comportamientos irracionales. Ansiedad. Más que comentarios sobre economía, los de Bein y Kiguel lucen como diagnósticos psicopatológicos. Zaiat también define la atracción que ejerce el dólar sobre los argentinos como una “obsesión”, un “domador de miedos”, una “trinchera frente a cualquier cataclismo fantaseado” y un “chupete”.
Los datos del cerx parecen darles la razón a todos ellos. Si bien el Banco Central asegura que solo el 12% de los argentinos y argentinas adultos acudió al mercado cambiario durante 2011 (el último año en que se lo pudo hacer libremente), ya en 2009 la encuesta de los psicoeconomistas de ese centro de estudios arrojó que el 25% de los habitantes de la capital y el GBA planeaba comprar dólares en los siguientes cuatro meses. Una proporción altísima. Posiblemente, la cara de Franklin flotaba sobre la cabeza de muchos que luego no concretaban siquiera ese plan dolarizador. Pero flotaba.
Veamos cómo le fue a cada quien. Los obsesos del “verde” perdieron plata entre 2003 y 2012, hasta la implantación definitiva del control cambiario. Lo probaron los economistas Estanislao Malic y Andrés Asiain, kirchneristas a ultranza, que tomaron el ejemplo de tres personas que hubiesen invertido 10.000 pesos en 2003 en acciones líderes, plazos fijos o dólares y calcularon su rendimiento nominal, sin descontarle la inflación. Los primeros los vieron multiplicarse hasta 43.000, los segundos acumularon intereses hasta 21.400 y los terceros debieron conformarse con 13.100 si los vendían en el mercado oficial, o 17.000 si acudían al mercado negro.
El recorte temporal del estudio no deja de ser intencionado. El ahorrista, en 2003, venía de ver cómo quienes habían apostado sus ahorros al dólar en 2001 los habían multiplicado por cuatro en menos de un año, después del overshooting que siguió a la devaluación inicial de 1 peso a 1,40. Y en 2012, después del lapso que tomó el informe, quienes llevaron sus pesos a “cuevas” para cambiarlos por “rúcula” a razón de 5,50 pesos por unidad hicieron otro pingüe negocio. Nueve meses después ya podían venderla a 8,75 pesos y anotarse un rendimiento del 60%. Los ansiosos pueden haber perdido en el corto plazo, pero, si persistieron en su ansiedad, terminaron por ganar en un plazo más largo. ¿Merecen ser tratados como histéricos?
Para qué comprar
Para el ex ministro de Economía Miguel Peirano, lo que ejerce una atracción magnética sobre los argentinos no son los dólares sino las ganancias que siempre generaron para quienes los poseían en medio de las sucesivas crisis que sufrió el país.
Peirano descarta la hipótesis del TOC y opta por analizar las razones que llevan a cada segmento social a pensar “en verde”. “No hay un único motivo. El empresario compra con un objetivo; el pequeño ahorrista, con otro distinto, y el gran fugador, con otro. También hay que pensar qué alternativas tiene cada uno y cuán rápido cambian las condiciones del mercado en la Argentina. Porque, en el fondo, lo que nos distingue no es la pasión por el dólar sino la altísima velocidad
de reacción frente a los cambios de reglas o la presunción de que los habrá”, opina el último alfil económico del gobierno de Néstor Kirchner.