Este es un libro para pensar el cambio en educación. Y se propone hacerlo por fuera de las visiones apocalípticas apoyadas en la idea de decadencia educativa y, también, eludiendo la receta que prescribe un recorrido lineal entre el cambio planificado y las prácticas. Los autores convocados son académicos, docentes, funcionarios, legisladores, ministros y exministros que centran su análisis en las políticas educativas que buscan conducir los cambios. El análisis rehúye sistemáticamente la simplificación, para lidiar con las complejidades que implica considerar las condiciones y capacidades que requieren las políticas educativas, para hacer de ellas entidades más relevantes, eficaces e inteligentes. Porque para cambiar la educación es necesario operar un cambio profundo en el modo de pensar y desarrollar las políticas educativas concebidas para gobernar y conducir el cambio. Se trata entonces de un libro que se propone transitar reflexivamente las tensiones inherentes al cambio educativo y las pretensiones de conducirlo.
El título del libro, La trastienda de la educación, define un modo de analizar el problema de la gobernabilidad y el cambio educativo. El concepto de “trastienda” remite en su primera acepción literal a lo que está detrás, oculto a la vista. Pero el diccionario de la Real Academia Española reconoce una segunda acepción coloquial: “Cautela advertida y reflexiva en el modo de proceder o en el gobierno de las cosas”. De manera que, al hablar de “trastienda”, en este caso, de trastienda de las políticas educativas, se hace referencia a lo que subyace, a lo que está implícito, pero también a las condiciones de posibilidad (y de imposibilidad) de la acción política, al territorio conceptual y cultural donde lidian las políticas y a la reflexión sobre las prácticas.
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El conflicto central de las políticas educativas es comprender que desarrollar más y mejores capacidades en los sistemas educativos exige, a su vez, más y mejores capacidades en las políticas. Entre ellas, la capacidad para desarrollar una gobernanza multinivel apoyada en una lógica participativa de planificación a largo plazo; tomar decisiones en base a conocimiento fundamentado; implementar una gestión situada, eficiente y eficaz en diálogo con las culturas del contexto en el que operan.
Cambiar la educación y cambiar las políticas implica saber hacer, querer hacer y poder hacer. De modo que, además de una buena dosis de coraje cívico y generosidad para involucrarse en los temas educativos, necesitamos ideas poderosas y experiencias ricas que sirvan como aprendizaje.
En cuanto a las ideas, la educación puede pensarse de manera retrospectiva o prospectiva. En el primer caso, se acudirá a la restauración de modelos y prácticas en desuso, acomodando el futuro al pasado. En el segundo, se trata de proyectar visiones que permitan aprender del pasado para desarrollar otros futuros posibles. La posición que se adopte definirá el tono conservador o progresista de la narrativa y de las decisiones políticas y, con la potencia que tienen las ideas, se puede avanzar décadas o retroceder siglos.
En cuanto a las experiencias valiosas, muchas veces quedan encriptadas en su aquí y ahora, y en la memoria de sus actores, con pocas posibilidades de ser transferidas y expandirse. La política educativa se vuelve una práctica artesanal que produce un tipo de saber que requiere ser reflexivo y compartido, si lo que se desea es aprender de la experiencia o, al menos, evitar tropezar siempre con la misma piedra. De allí que la conversación abierta y plural de quienes atraviesan experiencias de política pública sea un camino cada vez más necesario.
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En lo que va del siglo XXI, y para toda América Latina, se observa, en líneas generales, una progresiva expansión de los derechos educativos: creció la cantidad de alumnos en todos los niveles, aumentaron los presupuestos y se produjeron nuevos marcos legales que incorporaron una visión más compleja e integral de los derechos educativos. Sin embargo, persisten inequidades, problemas de calidad y de relevancia en los sistemas educativos, que se vieron profundizados durante la escolarización en la pandemia de covid-19, que reclaman mejores ideas y experiencias.
Antes de la pandemia y durante las dos primeras décadas del siglo XXI proliferaban, con renovadas fuerzas, las expectativas y las preguntas en torno a los cambios que los sistemas educativos requerían en un contexto que ya sacudía sus cimientos. Como si el comienzo de un nuevo siglo apurara el tiempo de descuento para que las políticas educativas emprendieran, al fin, ese giro paradigmático que se esperaba.
Ya hacia fines del siglo pasado, resultaban claras las señas de identidad de una nueva época, con sus luces y sus sombras: una nueva configuración social y económica global se hacía evidente. La sociedad posindustrial, poscapitalista, posmoderna, sociedad en red, sociedad de la información, modernidad líquida, capitalismo tardío, sociedad del riesgo, que podríamos acordar en llamar “sociedad del conocimiento”, aludiendo a uno de los elementos centrales de las transformaciones: el uso intensivo del conocimiento como factor primordial de producción en un mundo en el que, paradójicamente, crece la incertidumbre. En sus aspectos económicos, sociales y políticos, y en su dinámica de cambio acelerado, inseguridad global e incertidumbre, la época tensiona como nunca antes los sistemas educativos, sus sentidos, sus políticas y prácticas, multiplicando las preguntas radicales como la que se formulara Antonio Viñao: “¿Estamos ante el principio del final de los sistemas educativos tal y como los hemos conocido (y amado u odiado) desde su génesis en el siglo XIX?”.
*Compiladora del libro La trastienda de la educación, editorial Aique. (Fragmento).