Después de esperar varias horas en la antesala del despacho presidencial, Daniel Scioli se encontró, cara a cara, con Cristina Kirchner. Fue un día de junio de 2011, a poco tiempo de que se cerraran las listas de candidatos a la Legislatura bonaerense y el Congreso nacional. El gobernador, que medía muy bien en las encuestas, pretendía sumar tropa propia en los dos recintos: sostenía que era su derecho que los diputados y senadores le respondieran, para no toparse con obstáculos a la hora de aprobar las leyes que necesitaba.
—Presidenta, tengo en mente un nombre para ocupar la presidencia de la Cámara de Diputados de la provincia.
—¿Ah, sí? ¿Quién es?
—Martín Ferré.
—¿Y qué hace?
—Es ministro de la Producción.
—¿Y es bueno como ministro?
—Sí, muy bueno.
—Bueno, entonces dejalo como ministro. La presidencia de la Cámara va a quedar para Horacio González. Ah, y la vicepresidencia para José Ottavis.
La conversación duró pocos minutos y el mensaje fue claro: las listas serían armadas por la Casa Rosada y el gobernador no tendría ninguna influencia sobre ellas. En esa misma reunión, Cristina le comunicó que su compañero de fórmula iba a ser Gabriel Mariotto, entonces titular de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca) y autor intelectual de la Ley de Medios. Mariotto desembarcaba en la Provincia para representar al “talibanismo” K. Hasta ese momento, la idea de Scioli era llevar como compañera de fórmula a Cristina Alvarez Rodríguez, su ministra de Infraestructura y sobrina nieta de Eva Perón, pero la jefa de Estado, implacable, lo dejó sin margen de maniobra. La situación llegó al borde del ridículo: el mandatario se enteró por los medios de quién completaría el binomio cuando él les repetía a los periodistas que la elegida sería Alvarez Rodríguez. La sumisión de Scioli al poder central se debe, casi exclusivamente, a la necesidad permanente de recibir asistencia financiera de la Nación para pagar sueldos y aguinaldos y sostener con hilos muy delgados la provincia de Buenos Aires.
Después del encuentro con CFK, Scioli se reunió con Mariotto en su despacho del piso 19 en la sede porteña del Banco Provincia y le comunicó la noticia, aunque él –y los medios– ya lo sabían de antemano. La única libertad de acción que tuvo el gobernador fue, y hasta cierto punto, sobre el armado del gabinete, porque en la Legislatura sólo asomó la cabeza con cuatro senadores sobre 46: Baldomero “Cacho” Alvarez, Alberto de Fazio, Osvaldo Goicochea y Nora de Lucía. Esta última, al año de haber asumido, abandonó su banca para reemplazar a Silvina Gvirtz en el Ministerio de Educación, con lo cual Scioli perdió a una representante en la Cámara alta. Y en Diputados sólo le quedaron tres figuras propias, de las cuales una renunció para volver al gabinete como ministro de Desarrollo Social: era Martín Ferré, el mismo que Scioli había propuesto como presidente de la Cámara. Las bancas de De Lucía y Ferré, previsiblemente, fueron reemplazadas por kirchneristas puros. Los candidatos del Frente para la Victoria a la Legislatura en la elección de 2011 eran, en general, miembros de La Cámpora o dirigentes ultrakirchneristas. La agrupación juvenil empezaba a tener peso no sólo en el Parlamento bonaerense sino también en el Congreso de la Nación, donde consiguió ingresar con varios diputados.
El binomio Mariotto-Ottavis fue puesto adrede para mantener acorraladas las aspiraciones presidenciales de Scioli y evitar que consolidara un armado político propio. A Cristina le disgustaba, además, que Scioli se apoyara en los caudillos históricos del Conurbano bonaerense, como los senadores Cacho Alvarez y Federico Scarabino, y el ex ministro de Gobierno, Eduardo Camaño. Estaba decidida a aplastarlos, porque veía en ellos un sinónimo de traición a su modelo. De hecho, los había combatido en 2005, cuando el kirchnerismo enfrentó al duhaldismo. La hostilidad hacia Scioli había vuelto para quedarse. En las internas de agosto de 2011, la Casa Rosada puso al intendente de José C. Paz, Mario Ishii, a disputarle la gobernación en el partido. Ishii sacó muy pocos votos, el gobernador lo pasó por encima, ganó los comicios y luego la elección general. Sin embargo, la postulación de Ishii fue un mensaje de advertencia del Gobierno nacional, que le avisaba así que las cosas no le resultarían tan fáciles.
En las elecciones generales, el resultado que obtuvo el gobernador aumentó respecto de su primera elección: pasó del 53% de los votos a casi el 57%. Y les sacó una gran diferencia a sus rivales, como Francisco de Narváez, que apenas arañó el 11% de los sufragios. La victoria fue contundente, pero Scioli estaba sujeto al buen humor de Cristina Kirchner para sobrevivir en la política provincial.
El 13 de diciembre de 2012, cuando le tocó asumir su segundo mandato, se produjo el primer enfrentamiento con el Frente para la Victoria, cuando un grupo de integrantes de La Cámpora intentó ingresar al recinto para asistir a la ceremonia y el personal de la policía se los impidió a balazos de goma y golpes de puño. Hay dos versiones sobre ese hecho: La Cámpora culpó a Scioli de haber dado una orden para evitar el ingreso de militantes al recinto (que estaba copado por sciolistas con banderas alusivas al gobernador). La otra versión es que La Cámpora generó adrede el enfrentamiento para victimizarse y dejar expuesto al mandatario provincial. El incidente derivó en un autoacuartelamiento de los uniformados de Infantería acusados por la represión. El motín se levantó luego de negociaciones que entablaron los oficiales sospechados con el ministro de Justicia, Ricardo Casal. Pero, en un gesto hacia la Casa Rosada, el gobernador sumarió a los señalados por golpear a los militantes de la agrupación juvenil. Los roces con La Cámpora recién se iniciaban. En abril de 2012, el vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, acusó a la empresa de juegos de azar Boldt de montar una conspiración para desestabilizarlo. Fue después de que aparecieran varias denuncias en los medios que lo ligaban a la compra de la imprenta Ciccone Calcográfica a través de un testaferro llamado Alejandro Vandenbroele. Al mes siguiente, con el aval de Mariotto y Ottavis, el Frente para la Victoria aprobó, en la Legislatura bonaerense, el primer pedido de informes en contra del gobernador, para conocer cuál era la relación de la Provincia con la empresa Boldt. Era la primera vez en la historia que un bloque oficialista le hacía pedidos de informes a un gobernador del mismo signo político. El proyecto llevaba la firma del senador Juan de Jesús, ex intendente del Partido de la Costa y hombre de Amado Boudou. Se pedían allí explicaciones sobre la relación contractual del Gobierno bonaerense con Boldt, y sobre la veracidad de una extensión de las licencias hasta el año 2027. Pero Scioli leyó en el informe un primer intento de desestabilizarlo. José Ottavis, uno de los impulsores de la medida, respondía directamente a Máximo Kirchner, el hijo de la Presidenta, y no movía un dedo si no era con el aval del primogénito presidencial. Estaba claro que la embestida venía del círculo íntimo de Cristina. Y por orden de ella. En mayo de ese mismo año, el bloque oficialista le hizo otro pedido de informes, esta vez para saber cuánto dinero destinaba el gobernador a publicidad y propaganda. La iniciativa cayó poco tiempo después de que Cristina Kirchner lo acusara en público, durante un acto en la Casa Rosada, de pautar publicidad en el diario Clarín, enemigo declarado de la jefa de Estado. El gobernador respondió los dos informes.
Salieron a la luz los contratos que Boldt tenía con el Gobierno bonaerense, pero también el rol que había tenido en su momento Florencio Randazzo –hoy ministro del Interior de la Nación– cuando era ministro de Gobierno de Felipe Solá, prorrogando varias licencias de la firma de juegos de azar. Luego de esa respuesta, los ataques por el asunto del juego cesaron. En cuanto a la publicidad, sus cifras oficiales mostraron que había gastado en 2011 más de 300 millones de pesos, y que había destinado ese dinero en un 69% a los medios del área metropolitana y el resto a los del interior del país. Aunque los números no se acercaban a la realidad, el kirchnerismo los utilizó para pegarle a Scioli en el costado que más le duele: la imagen.
Pero el control del kirchnerismo sobre la Legislatura también llegó a la “caja”. La función de Ottavis era quitarles presupuesto a los enemigos y darles aire a los amigos. En el Senado, el camporista contaba con otro hombre para vigilar las cuentas, Juan Manuel Pignocco, secretario administrativo de la Cámara. Por lo tanto, el control del presupuesto de la Legislatura estaba en manos de la agrupación juvenil de Máximo, y con él llegaron los recortes de muchos beneficios para los legisladores “no alineados”.
El golpe
En junio del mismo año, Scioli enfrentó un problema más grave: debía pagar sueldos y aguinaldos y no tenía dinero para hacerlo. Les propuso a los sindicatos abonarlos en cuatro cuotas, pero como respuesta le pararon la provincia de Buenos Aires. Todos los años, el Gobierno nacional –al menos hasta 2012– giraba los fondos para ayudar al bonaerense a afrontar el pago de haberes. Pero esa vez, a medida que se acercaba la fecha para liquidar los haberes, la asistencia no llegaba. La orden que había dado Cristina, inicialmente, era la de no girarle fondos a la Provincia. Mandó a sus ministros a no atenderles el teléfono a sus pares bonaerenses y a los referentes kirchneristas a machacar sobre la idea de que Scioli era un mal administrador y que, sin el acompañamiento de la Nación, no podía subsistir. El conflicto se agudizó tanto que el tiempo jugó a favor de Scioli: a medida que el paro continuaba y la tensión también, las encuestas indicaban que la mayoría creía que Cristina Kirchner estaba castigando al gobernador bonaerense por sus aspiraciones políticas. No era un dato traído de los pelos: un sábado de mayo, Scioli había pedido salir al aire en Radio Rivadavia para anunciar que, en caso de que la jefa de Estado no fuera por la re-reelección, él se postularía a la presidencia. Dijo: “Tengo mis aspiraciones presidenciales de cara al 2015, pero ahora es momento de gobernar, de gestionar, de acompañar a la Presidenta”. Lanzarse sin la bendición de Cristina fue un pecado para el mundo K. La lógica oficialista de otorgarles fondos a las provincias afines al “modelo” y castigar a las disidentes funcionó bien para Scioli hasta que blanqueó sus intenciones de ser candidato a presidente. Los números reflejaron bien ese castigo: en 2011, la provincia de Buenos Aires recibió de la Nación en forma discrecional siete mil millones de pesos, y en 2012, 1.500 millones de pesos. Al final, Cristina giró el dinero justo y necesario para que el gobernador pudiera pagar los salarios a tiempo. Antes, como temía que la ayuda no llegara, el mandatario provincial había recurrido a prorrogar las licencias de los bingos por varios años a cambio de un canon que le sirviera de colchón económico para tapar los agujeros financieros.
Scioli, que se mostraba tranquilo y confiado en que los fondos llegarían, en la intimidad estaba furioso: “¡Me quieren hacer un golpe de Estado!”, bramó frente a sus colaboradores. Su teoría se condice con versiones que circularon en ese momento en la Casa Rosada, que indicaban que Cristina quería que Gabriel Mariotto quedara como gobernador ante una eventual renuncia de Scioli. El columnista de Página/12 Horacio Verbitsky lo publicó en una columna sin rodeos: “Si tiene algo de dignidad, Scioli debería renunciar y postularse como candidato a diputado en 2013”. El 6 de julio de 2012 se filtró una conversación que habría mantenido Cristina con intendentes del Conurbano, que alimentó la versión de que la Casa Rosada quería poner a Mariotto como gobernador. “¿Tenemos que poner 300 millones de mangos para cubrir a este inútil? Que se vaya de la Provincia, que la deje, que la gobierne otro, que seguramente algo hará. No sabe gestionar, es un desastre”, se ofuscó la Presidenta.
La idea todavía no se aplicó en la práctica. La asfixia a Scioli es permanente, pero nunca llega a ser lo suficientemente fuerte como para convertirlo en un cadáver político. Esos días se vivieron con mucha tensión en la gobernación bonaerense. Los ministros del gabinete pensaron que el kirchnerismo se los quería llevar puestos. Según un funcionario de alto rango de la Provincia, el giro de fondos había sido acordado entre los dos jefes de gabinete de Provincia y Nación, Alberto Pérez y Juan Manuel Abal Medina. Lo que habían convenido era que la Nación pondría el 18% del aumento salarial y que el 2% restante lo abonaría la Provincia. Al final, la gobernación depositó el 20%. Utilizó en parte dinero de la Anses, es decir, fondos que tienen que ser devueltos. Los gritos de Alberto Pérez también retumbaron en las oficinas de la Gobernación en esos días: “¿Ahora se dieron cuenta de que no sabemos administrar?”,
Después de haber obtenido los fondos, Cristina Kirchner repitió en varios discursos la necesidad de que los mandatarios provinciales gestionaran bien sus recursos. El jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina, reforzó la idea: “Administrar bien no es una opción, sino una obligación de los funcionarios públicos”, destacó.
Un auténtico enigma
El gobernador Daniel Scioli es, probablemente, una de las figuras de mayor exposición pública de la Argentina. Sin embargo, pocos saben lo que piensa y lo que hace, porque esquiva, con una habilidad inusual en los políticos, cualquier definición tajante. “No soy comentarista de la realidad”, repite, así sea que le pregunten por el Indec, por la inflación, por su relación con Cristina Kirchner o por los ataques que recibe del kirchnerismo. Gracias a su buena relación con los medios esconde muchas cosas. Scioli, que no proviene de la política, tiene los mismos vicios que otros gobernantes: hace negocios con amigos, transa con la Policía Bonaerense, y, mientras tiene enormes dificultades para gestionar, gasta millones de pesos en publicitar su imagen. Una encuesta a la que tuve acceso en la previa a las elecciones de 2011 decía que el 57% aprobaba su gestión, pero cuando se les preguntaba a los entrevistados si conocían sus políticas, respondían que no. Scioli es un enigma hasta para los encuestadores. Este libro intenta descubrir las múltiples facetas del gobernador. Y también indaga su vida privada, desde la infancia hasta la actualidad.