DOMINGO
Libro

Sembrador de democracia

El hombre que cambió la historia argentina.

2023_10_15_alfonsin_juansalatino_g
En Ahora Alfonsín, de Margen Izquierdo, Matías Méndez y Rodrigo Estévez Andrade reconstruyen minuciosamente, la intimidad de la campaña electoral que consolidó la vida democrática en Argentina. | Juan Salatino

El gesto, si bien marcial y protocolar, no carecía de esas pinceladas de noble amateurismo que por momentos, se apoderaban de la casaquinta de Cura Allievi 55. Después de largas horas de espera, ese “ojo, que ahora custodiamos al presidente” fue el anuncio de un cambio de época. Desde atrás de unos tupidos bigotazos, el oficial en jefe de la custodia se dirigió así a dos subalternos de la Policía Federal que estaban asignados para cuidar al candidato durante las últimas jornadas de la campaña electoral. Cinco automóviles Ford Falcon con los motores en marcha y las luces de posición encendidas, con esas características patentes porteñas de la letra C (cuya numeración, blanca sobre negro, empieza en 1113), con choferes de sobaquera armada, vestidos de traje y corbata, aguardan detrás del cerco de ligustrina en aquel enclave de Boulogne, donde una numerosa familia de clase media de Chascomús rodea a su integrante más célebre: un hombre de 56 años que no pierde su calma campechana y repite –una y otra vez– “Hay que esperar, hay que esperar”, mientras el reducido núcleo de amigos que lo acompaña ya no reprime el “¡Vamos, Raúl, carajo!”.

Por azar, Eduardo Metzger atiende el teléfono; una voz de mando lo saluda y le pide que lo comunique con el doctor Alfonsín. “No puede tomar la llamada”, responde el productor. “Soy el comisario general a cargo de las custodias, transmítale que a partir de este momento el responsable de su custodia es el comisario Omar Tirelli, que ya se está dirigiendo hacia allá”, informa lacónico. Antes de cortar Metzger pide que le deletree el apellido y lo anota. Al productor –el hiperquinético, el de los avisos, los móviles, los éxitos de TV– le tiemblan las piernas. Inmóvil, con el tubo en la mano, repite mentalmente dos veces: dijo presidente.

Ajeno al despliegue policial, el futuro ministro de Economía y Finanzas Públicas, Bernardo Grinspun, grita: “¡Cagaste, Raúl, ganamos!”, y estalla en una ruidosa carcajada que huele más a desahogo que a festejo. María Lorenza Barreneche lo mira sorprendida desde un sillón incómodo y hundido por el paso del tiempo. Por sobre su cabeza pasa un extenso cable de teléfono; el que intenta escuchar es Aldo Neri.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

Se trata del mismo aparato blanco con el que Luis Caeiro y Víctor Martínez van a batallar un poco más tarde contra la larga distancia de ENTel, pugnando por acceder a los resultados de Córdoba, en una disputa cuerpo a cuerpo por el uso de la línea con los periodistas que dictan aceleradamente sus textos a los editores. Eran tiempos en que las comunicaciones de larga distancia debían solicitarse con antelación a la operadora, no siempre se concretaban, había que esperar varios minutos –a veces incluso horas– para recibir el ansiado llamado que prometía la conexión requerida. Y generalmente la fritura entorpecía el audio.

Neri, futuro ministro de Salud y Acción Social, corta la comunicación entusiasmado y empieza a recorrer la casona. En un momento se distrae frente a una diminuta bandera plástica roja y blanca que alguien olvidó en un ángulo del living, un cotillón de campaña en el que también se puede ver la omnipresente imagen del candidato con las manos entrelazadas por sobre su hombro izquierdo. Baja la mirada y sigue la caminata hasta dar con la persona que buscaba: “Raúl, me acaban de decir que estamos ganando en casi todos lados”. El que había llamado era Bernardo Neustadt.

La geografía se limitaba a un amplio chalet de una sola planta. En una extensa mesa en el comedor se disponían tartas pascualinas, empanadas, zapallitos rellenos, vinos, gaseosas y aguas sin gas que amortiguaban las tensiones de la espera. El jardín trasero, junto a la pileta de natación, era el lugar elegido por los más jóvenes, que vivían la experiencia de votar por primera vez –y encima a su propio viejo–. Dentro de la casa había un moderno televisor color, pero habían decidido sumar también otros dos más pequeños, en blanco y negro. Hubo que hacer magia con las antenas para sintonizar las transmisiones de los canales porteños. Con esos tres aparatos en busca de información, las radios del patio posterior sintonizadas en las emisoras líderes, más el apoyo de un par de líneas telefónicas, empezaron a armar el rompecabezas del escrutinio.

Los datos escasos no hacían más que confirmar la certeza que Raúl Alfonsín había intentado transmitir durante la campaña. Él, sin embargo, no perdía su condición de dirigente bonaerense e insistía en reclamar resultados del Conurbano –tradicional bastión del peronismo en el cordón industrial colindante con la Capital Federal–. Se servía una copa de vino blanco, comía algo, picaba un poquito más, se quedaba detenido frente a alguna pantalla de TV. Caminaba y pensaba, cargaba con diez kilos de sobrepeso que había sumado en los últimos meses. Entraba y salía de la casona, y los periodistas que deambulaban por el jardín se le acercaban cada vez que lo veían asomarse.

El fin de semana que cambió su vida empezó el sábado en su casa de Chascomús, avenida Lastra 228, con un grupo de periodistas. Un gesto de reconocimiento para ese puñado de gente con el que había compartido sus recorridas. Café con edulcorante en la vieja confitería Achalay (en quechua, qué lindo, qué bueno), que ya había dejado atrás su nombre autóctono por el inglés Fire. En ese mismo sitio, y con solo 17 años, había reunido a los amigos que lo acompañaron en su primera derrota, la de 1946 con el Movimiento de Intransigencia y Renovación. Un grupito que no superaba los 120 votos, pero que plantó bandera frente el establishment partidario.

 –Aunque sea con café, pero brindemos por el triunfo –le dijo uno de los cronistas, confiado.

–No, no brindemos. Todavía estamos fruncidos –respondió con una sonrisa. Y se tomó un minuto para presentarles a su “teacher” de inglés, la hija de uno de sus amigos de la infancia. Luego almorzó en el campo de los Bigatti, su segundo hogar. La siesta, inevitable, fue en su casa. Y por la tarde caminó unas cuadras hasta el comité partidario. Hizo honor a una vieja tradición que algunos medios transformaron en cábala: pasó a saludar a los suyos, que interrumpieron la crucial reunión de fiscales. La vieja casona en la esquina de Mazzini y Lincoln recibió por última vez al ciudadano de a pie repleta de militantes jóvenes, mujeres y hombres que trabajaban en preparar la logística para la larga jornada.

A la noche cenó empanadas y pastas en la casa de los futuros suegros de su hijo Javier, la familia Aldet. Un rato después de medianoche saludó, volvió a su casa y se fue a dormir.

El domingo arrancó muy temprano en su Chascomús natal, una pequeña ciudad de 30 mil habitantes ubicada a una hora y media de la capital argentina. A las 7.30 recibió a un grupo de periodistas en el living. “Dos departamentitos que hizo a instancias de los Goñi”, como caracterizó uno de sus hijos. “Chalets gemelos”, interpretaron los periodistas de La Semana.

–¿Nervioso, doctor? –indagó el enviado de Editorial Atlántida, Daniel Cecchini.

–No, muchacho. Contento –respondió con el tono de siempre. El cronista le preguntó qué significaba haber llegado a ese día y la réplica fue inmediata–: El comienzo de cien años de democracia.

En ese primer encuentro con el periodismo, alguien insistió con el resultado. “No sé si ganamos, pero no perdemos por goleada”, se limitó a responder en esa charla informal.

A la Escuela Municipal N° 1 Juan Galo de Lavalle, en la calle San Martín, llegó a las 9.35 del domingo 30 de octubre. Caminó hasta la primera de las seis mesas dispuestas en el pasillo central, entre un mar de gente en el que se entremezclaban autoridades de mesa, vecinos y militantes con el desembarco de una treintena de fotógrafos, veinte periodistas y camarógrafos de nueve canales de TV que aguardaban para retratar la escena del sobre blanco firmado y cerrado ingresando en la urna de madera fajada –una de las casi ochenta mil urnas-valija diseminadas por todo el país que había diseñado José Pedro Bottai, un inmigrante italiano ganador del concurso público tras la promulgación de la Ley Sáenz Peña, por la que tantos radicales habían muerto en cuatro sucesivas revoluciones armadas–.

En esa pequeña multitud sobresalía una señora visiblemente conmovida que intentaba contener las lágrimas, y cuando alguien se acercó a ofrecerle ayuda ella solo pudo responder que estaba ahí para saludar a su compañero de escuela. Alrededor de la mesa, se posicionaron los cronistas de los canales de Buenos Aires, que habían llegado antes de la apertura y habían hecho un sorteo para determinar quién preguntaría primero: Carlos Barulich de Argentina Televisora Color, Julio César “El Turco” Caram de Canal 9, Alberto Amorosino del 11 y Jorge “Chacho” Marchetti del 13. Éste último era el único movilero sin corbata –integrante de una generación de jóvenes radicales que habían organizado la resistencia al onganiato, tras el golpe a Illia–.

El cronista de ATC llegó temprano porque pidió ir a cubrir el voto de Alfonsín. Lo había conocido en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos, y había quedado conmovido cuando lo escuchó en el acto de diciembre de 1982 en el Luna Park.

El candidato se tomó menos de un minuto en el cuarto oscuro y no cedió ante la insistencia de fotógrafos y camarógrafos para posar, frente a la urna, con el sobre debidamente cerrado y firmado. Adentro ya estaban puestas las abultadas boletas de la Lista 3, que tenían cinco capítulos. Dos eran blancas, correspondientes a los cargos nacionales, donde debería votar a sus electores, encabezados por su amigo Raúl Borrás; dos celestes, las de los cargos provinciales a gobernador y vice, y de las boletas legislativas de los representantes de la quinta sección electoral, y finalmente la amarilla, que llevaba a los candidatos municipales.

Estrechó la diestra del contador José Álvarez, presidente de mesa, y partió junto a sus tres hijos varones, todos votantes de esa misma mesa. Su uniforme tenía muy poco de protocolar, precisamente porque era netamente dominguero: zapatos negros, pantalón gris, cinturón negro, camisa blanca con un diminuto cuadrillé bordó y campera liviana de gabardina azul oscuro.

De allí, en un Ford Falcon amarillo, salió a la ruta para emprender los 152 kilómetros que lo separaban de San Isidro. Un grupo de periodistas siguió el auto; otros se quedaron entrevistando a los vecinos y vecinas en la escuela. La mujer que lloraba dijo entre sollozos, con tono imperativo y premonitorio: “Póngase contento, acaba de entrevistar al presidente”. Barulich no lo olvidó.

Alfonsín se refugió en esa casa de fin de semana en Boulogne, a cinco cuadras de la Panamericana. Llegó al mediodía para almorzar una tira de asado con ensalada, tomar una copa de vino tinto y esperar el postre (hubo helado). El dueño de casa, el productor televisivo Alfredo Odorisio, aportó la logística. Tras una larga sobremesa, el candidato se fue a descansar a la habitación principal. Persianas bajas y silencios generosos del reducido grupo que deambulaba por el parque completaron la tarde. Entre las 15 y las 18.30 logró dormir.

Un par de horas más tarde ya no estaba rodeado únicamente de familiares y de una treintena de amigos, sino que un puñado de periodistas –los que lo habían acompañado durante los últimos tramos de la campaña por el interior– poblaban la casa. Uno de los hermanos del aún candidato, Guillermo, había sido el encargado de convocarlos a un punto de encuentro reservado: una estación de servicio en Don Torcuato. Hilario Amadeo “Lalo” Molar, de la agencia Diarios y Noticias, junto a su fotógrafo, Dani Yako; Carlos Quirós, de Clarín; Eliseo Álvarez, de Tiempo Argentino; Claudio Bramanti, de la Agencia Noticias Argentinas, y su fotógrafo Norberto González, entre otros, dejaron los autos de sus medios y se montaron en otros que los llevarían a Boulogne. Ya entrada la noche, otros periodistas –los que montaban guardia detrás del cerco de ligustrina desde que se había filtrado el dato de la ubicación del búnker alfonsinista– también se sumaron como cronistas de esas horas definitivas. Todos fueron testigos de ese vuelco histórico en el que siempre –aunque por momentos en soledad– había confiado el mayor de los hermanos Alfonsín.

Ajenas a ese micromundo, las mesas de votación comenzaron a cerrar, y los miles de anónimos fiscales entregaron sus sobres de papel madera, las planillas completadas a mano y firmadas, y por último las actas y urnas lacradas a las autoridades electorales y los hombres y las mujeres de la Empresa Nacional de Correos y Telégrafos. El escrutinio no fue sencillo: después de siete años de dictadura, y a una década de la última compulsa presidencial, la sociedad había perdido la práctica de la participación eleccionaria. Sobraba entusiasmo, faltaba experiencia en los centenares de miles de jóvenes que debutaban como votantes y a la vez como autoridades de mesa o fiscales partidarios. Eran generaciones de chicas y muchachos, de entre 18 y 27 o 28 años, que nunca habían votado.

Al caer la tarde, ATC comenzó la cobertura del escrutinio bajo el título “Argentina elige su futuro”, con cinco unidades móviles dispuestas en la Capital y vía cable coaxil con cada provincia.

Las tradicionales ocho mesas de la Antártida abrieron el conteo televisivo y los cómputos fueron: Alfonsín, 102 votos; Luder, 58.

A bordo de un Renault 30 gris metalizado, en el que recorría los 228 kilómetros que separan Pergamino de Buenos Aires, Borrás escuchó ese mismo primer número en la radio, y sin alzar la vista les dijo a sus hijos Raúl y Ana: “Ganamos”. Así, sin titubeos ni relecturas, en ese tono apocado que lo caracterizaba.

 El resultado antártico tenía tres militares de cada cuatro empadronados en actividad de las tres fuerzas y era una muestra representativa de la estructura de oficiales y suboficiales. Si los que sabían que se iba a derogar la autoamnistía lo votaban, la cosa no podía salir mal.

El futuro presidente no permitió la euforia ni el festejo, y mucho menos los excesos. Comenzó con sus habituales caminatas con las manos atrás. Buscaba aflojar tensiones, hacía preguntas pausadas por largos silencios, con los ojos fijos en el piso, evadía el bullicio que empezaba a ganar la escena de esa casa de fin de semana.

Uno de los móviles de la ATC Pública transmitió el escrutinio de la Escuela José Gervasio Posadas, un imponente edificio en la avenida San Juan casi Pichincha, en el barrio de San Cristóbal, zona tradicional de comercios mayoristas, jugueteros, libreros y vendedores de artículos para gastronomía, muchos de origen sirio libanés –los “turcos”, según la simplificación porteña de aquellos años–. Allí, la mesa 1.155 femenina (las mesas tenían un parteaguas: el sexo), que escrutó toda la Argentina frente a la TV, blanco y negro en su inmensa mayoría, fue elocuente: habían concurrido 244 mujeres de las 285 inscriptas, y Alfonsín, con 161 votos, triplicaba al peronismo, que sumaba apenas 58 boletas. El hombre que presidía el panel en el piso del estudio era el experimentado Roberto Maidana, quien intentaba poner paños fríos y recordaba que Juan Carlos de Pablo –el “numerólogo”, como lo presentaba– acababa de decirles minutos antes que había que aguardar los cómputos oficiales. En un mix de oficio, reflejos y olfato, durante el corte Maidana (gerente de Noticias) le ordenó a Mónica Gutiérrez que partiera hacia la casaquinta de Boulogne.

La suerte quiso que, tras conocerse ese resultado, Ítalo Argentino Luder hiciera su entrada a las “oficinas políticas”, tal como se las denominó en el aire de ATC. Un joven Nelson Castro –de ambo claro, con sus anteojos característicos y grabador en mano– secundaba al activo cronista del canal público frente a las puertas del edificio de Reconquista 1016. El candidato llegó vitoreado, al grito de “pre-si-den-te, pre-si-den-te”, e intentó apurar el paso entre una andanada de abrazos y empujones de la militancia que lo aguardaba y a la vez lo alejaba de las puertas de ingreso, valladas y custodiadas por uniformados de la Policía Federal.

“Fue una noche inolvidable y muy tensa ahí adentro”, recordó Castro, y confesó que aquel fue su ingreso definitivo al periodismo político. En plena dictadura, y con la gran mayoría de las radios en manos del Estado, los cronistas callejeros dedicados a cubrir política no existían. La salida hacia la democracia fue también el quiebre de esos trabajadores –con oficio–, que dejaron atrás las coberturas deportivas para adentrarse en la seducción del periodismo político. Castro había sido convocado por radio El Mundo el lunes previo a la elección para trabajar como acreditado en el comando de campaña del PJ.

Con la ansiedad del joven que presiente su oportunidad, llegó temprano al Bajo porteño –viejo barrio de burdeles que supo cobijar millares de sueños de amor de marineros en los tiempos de oro de la Argentina agroexportadora–. Castro, sin haber cruzado palabra con la dirigencia peronista durante la campaña, estuvo atento a cada movimiento y se acercó ante la llegada de los escasos referentes que pasaban por la coqueta sede.

Entrada la noche, los canales comenzaron a dar resultados precisos en distritos del Gran Buenos Aires en los que la UCR no solía tener buenas performances. La TV confirmó lo que había adelantado el teléfono. Era hora de creer lo que leían los locutores en las veinticuatro pantallas apostadas en el Centro Cultural San Martín. Las sonrisas y las palmadas empezaron a hacerse más frecuentes. En Avellaneda y Quilmes, la Lista 3 estaba por encima de los cálculos previos. No solo ganaba Alfonsín con su boleta blanca, ganaban también Alejandro “Titán” Armendáriz con su boleta celeste, y los intendentes locales con su boleta amarilla. Dos seguidores de Crisólogo Larralde de pura cepa, Luis Raúl “El Chino” Sagol (Avellaneda) y Eduardo Vides (Quilmes), ya habían recibido las felicitaciones de sus competidores peronistas. “Si estamos ganando en la tercera… Ahora sí, ganamos”, pensó en voz baja el que, hasta hacía un par de meses, era el retador. Y ahí sí salió al jardín, y tras besar en la frente a una de sus hijas, se lanzó a caminar. ¿Recordaría sus primeros ataques de asma en Chascomús, esos que de pibe lo habían empujado a quedarse más tiempo en cama? ¿Pasarían por su cabeza los largos meses fuera de casa, en la impiadosa Juvenilia liceísta? ¿O la primera interna de la derrota principista de 1946 con Intransigencia y Renovación? ¿O el alegrón del día en que finalmente recibió el título de abogado? ¿O la banca de concejal, que tan poco duró, o el triunfo en las internas que lo llevó a presidir el partido en su pueblo? ¿Volvería a su mente el día en que había jurado sus mandatos de diputado provincial o nacional y que nunca pudo completar? ¿Pensaría en aquellas semanas detenido por el onganiato? ¿En el verano del 72, cuando finalmente decidió ir a perder contra su mentor, Ricardo Balbín? ¿O en el choque en ese Falcon Rural que casi lo saca de la interna? ¿Aún retumbaban los miedos de los tiempos de las reiteradas amenazas de la Triple A? ¿O los de los primeros años de la dictadura, cuando Camps se había ensañado? O tal vez, ya solo quedaban las certezas, esas que atronaban en los cánticos de las multitudes de Oberá, Ferro, Córdoba, Posadas, Estudiantes de La Plata, el Obelisco o el Monumento a la Bandera.

 

☛ Título: Ahora Alfonsín

☛ Autor: Matías Méndez y Rodrigo Estévez Andrade

☛ Editorial: Margen Izquierdo
 

Datos sobre el autor

Matías Méndez (Buenos Aires, 1973) estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires. Trabaja en comunicación política e integró equipos como responsable de prensa en todas las campañas electorales desde el 2001.

Fue jefe de prensa de Elisa Carrió. Es vocero del senador Martín Lousteau.

Rodrigo Estévez Andrade (Buenos Aires, 1969) es licenciado en Periodismo y Comunicaciones. Trabajó en la Secretaría General de la Presidencia de la Nación durante el gobierno de Alfonsín.

Publica artículos de opinión y de investigación histórica en los diarios Clarín, El Cronista Comercial, PERFIL, y el portal Infobae, entre otros.