DOMINGO
Comportamientos

Sentir

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La unidad de la condición humana, especialmente bajo la égida de la dimensión simbólica, es esta capacidad propia del hombre de crear sentido y valor, de establecer el lazo social, e implica la diferencia a la vez colectiva e individual, es decir, la sucesión de las culturas, y en su seno las maneras singulares en que los individuos se las apropian.

Las percepciones sensoriales, donde el sentimiento y la expresión de las emociones parecen emanar de la intimidad más secreta del sujeto, sin embargo, no son menos social y culturalmente modeladas. Los gestos que nutren la relación con el mundo y pintan su presencia no surgen de una fisiología pura y simple, no de una sola psicología, una y otra se enredan con una simbología corporal para darle sentido, ellos se nutren de una cultura afectiva que el sujeto vive a su manera. (…)

Los sentimientos y las emociones no son estados absolutos, substancias extrapolables de un individuo y de un grupo a otro, no son, o al menos no solamente, procesos fisiológicos de los que el cuerpo detentaría el secreto. Son las relaciones. Si bien el conjunto de los hombres del planeta dispone del mismo aparato fonatorio, ellos no necesariamente hablan la misma lengua; de la misma forma, si bien la estructura muscular y nerviosa es idéntica, esto no presagia de ninguna manera los usos culturales a los que darán lugar. De una sociedad humana a otra, los hombres experimentan afectivamente los sucesos de su existencia a través de repertorios culturales diferenciados que a veces se parecen, pero no son idénticos. Cada término del léxico afectivo de una sociedad o de un grupo social debe ser puesto en relación con el contexto local en acciones concretas. Se trata de evitar la confusión entre las palabras y las cosas y de naturalizar las emociones extrapolándolas sin cuidado de una cultura a otra, a través de un sistema de traducción ciego a las condiciones sociales de existencia, que envuelve la afectividad. En un contexto de comparación entre culturas, el empleo de los términos afectivos impone ponerlos siempre entre comillas para recordar lo borroso que los rodea, o bien emplear los términos vernáculos para recordar que tal acercamiento no es evidente y sigue planteando la misma cuestión.

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El registro afectivo de una sociedad exige ser tomado en el contexto de las condiciones reales de esas expresiones. Toda traducción debe aceptar un duelo del sentido original y la creación de otra relación con la realidad descripta. Ella introduce una desviación más o menos del contenido original. A veces también confronta con problemas semánticos complicados de resolver si los sistemas lingüísticos están demasiado alejados uno del otro. Traduttore, traditore. Como lo mostró E. Benveniste, las categorías de pensamiento son tributarias de las categorías de la lengua, es decir de la organización de los signos y símbolos que la construyen.

Si bien el hombre piensa con el intermediario de su lengua, él no es menos pensado por ella. La cuestión es tratada con agudeza en el terreno de la antropología del cuerpo (Le Breton, 1992), y más también sin dudas en el territorio que concierne a las emociones humanas.

El análisis que parte, sin previo aviso, de un vocabulario francés o anglosajón (porque la antropología americana es particularmente fecunda en ese terreno), cae en el peligro infantil del nominalismo universalizando el conjunto de las emociones, considerándolas como estados en los cuales es suficiente ver anecdóticamente algunas pequeñas variaciones culturales. El odio, el amor, los celos, la alegría, el miedo, el dolor, etc., serían percibidos como objetos, mentales sin dudas, pero reparables como si buscáramos las mil y una maneras de nombrar el roble o el perro. Es la manera de neutralizar las emociones y de ocultar de entrada la cuestión del mosaico afectivo que anima a la miríada de las sociedades humanas en el tiempo y el espacio, bajo el prisma de un vocabulario que disuelva toda diferencia. (…)

Los sentimientos o las emociones, por supuesto, no son de ninguna manera fenómenos puramente fisiológicos o psicológicos, no son librados al azar o a la iniciativa personal de cada actor. Su emergencia y su expresión corporal responden a convenciones que no están casi nunca alejadas de las del lenguaje pero, sin embargo, se diferencian.

Las emociones nacen de una evaluación más o menos lúcida de un actor, nutridas de una sensibilidad propia, ellas son pensamientos en actos, apoyadas en un sistema de sentidos y de valores.

*Autor de Las pasiones ordinarias. Editorial Prometeo. (Fragmento).