Hay quienes celebran este impasse que le estamos dando a la Madre Tierra como un aire positivo dentro de un ambiente virulento. Sin embargo, los impactos alrededor nuestro están acumulándose desde la Revolución Industrial, de tal manera que un mes sin nosotrxs realmente no es significativo en el “mejoramiento” o remediación del sistema. Estos cambios provocados durante siglos por la actividad humana adquirieron tanta magnitud, que esta era se denomina “Antropoceno”.
Pero… ¿cuáles son las causas ambientales que vienen predisponiendo al mundo ante esta situación? Tal como menciona el científico Ricardo Baldi, tres de las más grandes son el tráfico y la caza de especies silvestres, la destrucción de hábitat y el cambio climático, que han provocado una enorme pérdida de biodiversidad a escala global.
Estas causas son propias de una sociedad que separa “lo civilizado” de la naturaleza, menospreciando su cuidado y poniéndola a su disposición, servil a sus intereses que priorizan la acumulación de capital sobre el cuidado de la vida. El discurso del desarrollo, como una construcción cultural sesgada, determina la destrucción masiva de estilos de vida sostenibles de comunidades originarias, hábitats de millones de especies, vegetación y fauna nativa y sociedades para su explotación. Hoy, la Madre Tierra nos dio un cachetazo y nos despierta a pensar.
Salud y ambiente. Si algo deja muy en claro esta pandemia de coronavirus, es la íntima interconexión entre la salud humana y la ambiental. Los ecosistemas, tal como los conocemos, se componen de múltiples piezas que configuran un entramado sincronizado para brindar distintos servicios, llamados “servicios ecosistémicos”. Un ejemplo de esto puede ser cómo los bosques nativos controlan inundaciones al absorber agua del suelo, o cómo la diversidad de flores permite la polinización (y luego, la reproducción) de los cultivos mediante el rol de las abejas. Pero, otro gran ejemplo, al que hoy nos referimos es precisamente el control biológico de innumerables virus y bacterias que ya coexisten de forma equilibrada, sin que los molestemos. Ahora bien, el avance del impacto humano sobre los recursos naturales provoca una severa pérdida de la capacidad del ambiente de brindar esos servicios, generando desequilibrios importantes. En consecuencia, uno de esos virus que se escapó del equilibrio fue el COVID-19.
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Así, bajo estas circunstancias, resulta evidente la pérdida del control humano en el mantenimiento de los ciclos naturales, provocando la diseminación de un virus por amplios espacios geográficos y que ahora persigue a la población global. Alteramos nuestras cotidianidades de forma drástica y nos sinceramos en que -por el momento- no tenemos mejor antídoto que apartarnos. Sin embargo, es necesario notar que hace varias décadas existe una alteración de los ciclos naturales de los ecosistemas a nivel mundial, debido a la actividad antropogénica. Quizás no haya tenido la misma repercusión, ni apareció en todos los titulares como fue el COVID-19, pero sí permanece y continúa agravándose. La duda que surge es: ¿cómo buscar frenar una pandemia, si hace rato hemos alterado severamente los ciclos naturales del planeta.
Bajo una intensa destrucción y modificación de ecosistemas naturales, junto con el comercio ilegal y condiciones antihigiénicas de especies silvestres, generan un aumento de la probabilidad de que los agentes infecciosos de los animales sean transmitidos a seres humanos.
Aún saliendo de argumentos más ecocentristas (es decir, que se valoren únicamente los ecosistemas y no a las sociedades), los humanos tampoco vivimos en equilibrio de nuestra salud y bienestar. ¿Cómo pensar en reforzar nuestro sistema inmune, cuando convivimos en un ambiente enfermo? Si estamos continuamente expuestos a contaminación atmosférica (como smog), alimentos con agroquímicos, las escuelas rurales bajo fumigaciones directas, con efectos como disrupción endócrina, cáncer, abortos espontáneos… Todos estos ingredientes nos alejan mucho de la posibilidad de conservar un cuerpo saludable en el tiempo. El ambiente es un todo intrincadamente relacionado, y los impactos sobre él son muy difíciles de predecir y deben ser vigilados. Sabiendo esto, es complejo pretender salud.
Las crisis traen oportunidades. Todo sistema en crisis pone de manifiesto un cambio sin precedentes en el mismo. Por lo tanto, las soluciones que antes creíamos factibles, ya no lo son. Se vuelve necesario pensar sin una trayectoria ni historia, y mirar hacia ventanas de oportunidades para generar cambios constructivos de políticas.
María Eugenia Polesello es Licenciada en Ciencias Ambientales (UBA) y este es un extracto de un artículo publicado en Feminacida