Nuestra economía enfrenta desafíos severos que resulta menester resolver en un tiempo relativamente corto para que los problemas (inflación, pobreza, inestabilidad financiera, falta de horizonte) no sigan agravándose. Sobre llovido, la sequía les quitará a las cuentas externas una suma cercana a los US$ 10 mil millones y US$ 1.500 millones a la recaudación, poniendo presión sobre el tipo de cambio.
La situación es tan delicada que hay un consenso generalizado de que “somos un desastre”. El problema es que ese consenso desaparece al momento de buscar las causas de esta decadencia endémica y ganan espacio las posiciones polares. Paradójicamente, esa grieta genera un consenso entre los que habitan uno y otro lado de la grieta: “La culpa es de ellos”.
Esa antinomia está en la raíz de los numerosos problemas que enfrenta nuestra economía. En efecto, la exacerbación de las diferencias, que además son funcionales para ganar elecciones, ha repercutido en cambios de rumbo muy significativos de la gestión económica, lo que a su turno no permitió la construcción de instituciones estables.
Así, además de fundamentos muy mediocres, nuestra economía padece de un nivel de volatilidad muy pernicioso. Recesiones profundas seguidas de recuperaciones cortas, períodos con la moneda muy apreciada o muy depreciada. Esto no representa un entorno donde sea factible llevar adelante actividades económicas diversas, sobre todo aquellos proyectos que requieren el hundimiento de montos de capital cuantiosos y con una madurez en el mediano/largo plazo. No es casualidad que el último proyecto de inversión privada de envergadura en el país sea el de Profértil, que data de 1996.
En nuestra opinión, la injerencia de la grieta en la vida política resulta incompatible con el diseño e implementación de un plan de estabilización y crecimiento que saque a nuestra economía de la larga decadencia en que está inmersa. Luego de 15 años desde su reaparición, y con gestiones económicas que fracasaron en su combate, el problema inflacionario argentino ha escalado a un nivel más alto y complejo, y su resolución no solo requerirá de una estrategia consistente, sino también que su implementación sea sostenida creíblemente durante un lapso de tiempo que exceda el término de una administración de cuatro años.
Así como la inflación, la grieta política también se agravó, ya que se trasladó hacia el interior de las dos coaliciones más relevantes, donde la prevalencia de la antinomia genera que dentro de esas coaliciones el bando más extremo sea el que pareciera fortalecerse (la grieta de la grieta). Claramente esto dificulta las cosas, máxime cuando los representantes de esas facciones duras ya han fracasado en el manejo de las políticas públicas.
Existe otro consenso, sobre todo en la profesión, de que el otro problema central que padecemos es el déficit fiscal. La política monetaria, por su parte, queda dominada por la inconsistencia fiscal, resultando inefectiva para evitar el deterioro permanente que padecemos en materia inflacionaria. En tiempos de grieta, el programa vigente con el FMI resulta un dique de contención para desórdenes mayores, y en ese sentido la gestión de Sergio Massa al frente de la cartera económica ha mostrado ser eficaz, sobre todo si se la compara con las gestiones anteriores. En efecto, desde que asumió en la cartera económica el gasto público, que venía creciendo a tasas de dos dígitos (+15,6% promedio entre oct-21 y may-22), se desaceleró fuertemente hasta mostrar tasas negativas en términos reales (-8,6% promedio entre ago y dic-22), lo cual permitió cumplir con la meta fiscal del programa con el FMI. Al mismo tiempo, la autoridad monetaria, con todas sus limitaciones, ajustó su tasa de política monetaria hasta situarla en niveles reales positivos (a partir de nov-22), lo cual es otro elemento comúnmente prescripto para situaciones de este tipo.
Por la grieta interna de la coalición de gobierno, esta gestión no ha podido ajustar otras variables como el tipo de cambio, ni tampoco ha ido lo suficientemente rápido en ajustar los precios de los servicios públicos, pero al menos dichos precios no continuaron atrasándose.
En cuanto a la política de financiamiento, luego de haber enfrentado un episodio crítico en el mercado local en junio del año pasado, la gestión actual ha ido atacando el problema ofreciendo mejores condiciones financieras (tasas) y opciones de cobertura de manera de tentar al mercado para que de manera voluntaria acepte esas iniciativas. Hasta el momento no le ha ido mal. Sin embargo, la grieta de la grieta en la principal coalición opositora puso en duda la dinámica del endeudamiento doméstico. Un stock de deuda del 11% del PBI no puede representar un problema de solvencia. Al mismo tiempo, de cumplirse con la meta fiscal del acuerdo con el FMI, en el corto plazo la dinámica de dicho stock de deuda no podría ser considerada como explosiva. En todo caso, el problema sería de liquidez, lo cual acontecería por una negativa del mercado a seguir refinanciando sus tenencias. Pero cepo y regulaciones mediante, el sector privado no cuenta con alternativas financieras donde colocar los fondos que administra. Casi el único modo en que el mercado no estaría dispuesto a renovar sus tenencias es ante la creencia de que la próxima administración podría no honrar sus compromisos.
Ese temor, a la luz de las dificultades que está enfrentando el Gobierno para extender los plazos más allá de las PASO, parecería estar operando. Esto sería así porque en 2019, en lo que se considera uno de los peores errores de política económica que se recuerden, se decidió incumplir con los pagos de deuda emitidas en el mercado doméstico (reperfilamiento de Letes). Errores del pasado y grietas de la grieta al margen, cualquier evento disruptivo con la deuda doméstica representará una dificultad muy seria para administrar el manejo de la economía, ya que representa hoy la única fuente de financiamiento disponible.
La falta de consenso no permite poner en práctica un plan creíble para atacar los problemas de nuestra economía; por eso, hasta tanto se dirima la cuestión electoral, no puede esperarse mucho más que que la economía no explote para evitar las terribles consecuencias sociales que ello acarrearía y su impacto en la percepción que la sociedad tiene de la política. Llevar adelante las reformas requeridas consumirá bastante tiempo y deben contar con un amplio consenso ya que de lo contrario serán percibidas como transitorias y sus resultados serán decepcionantes, tal cual viene sucediendo desde hace años.
*Director de ACM y jefe de Asesores del Ministerio de Economía.