La economía argentina llegó a las elecciones legislativas con una macro desbalanceada, un Gobierno políticamente debilitado, con fuertes tensiones internas, presión cambiaria al tope y niveles de inflación que no daban respiro.
Si bien la actividad económica venía mostrando indicadores mejores que los que se esperaban tiempo atrás y probablemente cierre 2021 con un rebote superior al 9%, el punto de partida para 2022-2023 es de total incertidumbre ante la ausencia de un rumbo económico y falta de anclas para las expectativas. Este panorama se enmarca en un contexto de deterioro estructural de largo plazo que hace al escenario que viene aún más desafiante.
Lo que queda claro es que el tiempo de procrastinar se va agotando: el riesgo país superó la barrera de los 1800 puntos básicos, el Banco Central se quedó sin reservas netas líquidas, los dólares alternativos valen más de $ 200 –cotización que refleja “la espuma” de la incertidumbre– y la brecha cambiaria está en un insostenible 100%. Y por si fuera poco, este mundo de “ríos revueltos” con decisiones desacertadas y mal implementadas (como la reciente modificación por parte del BCRA de la posición general de cambio en efectivo de los bancos) es caldo de cultivo para que corran rumores de todo tipo (como el corralito de depósitos en dólares) que, si bien descartamos por no estar dada la situación para ello, cuando los rumores se vuelven verosímiles, parece que cualquiera cosa puede pasar.
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Así, hoy la economía navega a la espera de definiciones claves con la expectativa de que contribuyan a construir anclas para moldear favorablemente las expectativas. Urge reducir la incertidumbre.
En ese sentido, las miradas están puestas exclusivamente en el plano político, a la espera de señales que muestren a un Presidente más fortalecido de cara a los dos años de mandato que le quedan, encolumnando detrás de sí a su coalición, con menos injerencia del ala radicalizada. Casi una ilusión.
Y en el plano económico, diciembre apura el paso con dos cuestiones claves: por un lado, la definición de un acuerdo con el FMI, su timing y contenido –programa económico que lo sustenta– es lo que más concentra la atención de los mercados, dado el potencial que tiene para constituirse en el “ancla” que falta. La segunda cuestión, pero ligada a lo anterior, son los cambios en la regla cambiaria que deben darse inexorablemente en un contexto en el que, casi sin reservas relevantes y brecha al 100%, seguir devaluando al 1% con una inflación arriba del 3%, dejó de ser una opción.
Hoy la economía navega a la espera de definiciones claves con la expectativa de que contribuyan a construir anclas para moldear favorablemente las expectativas. Urge reducir la incertidumbre.
Las industrias argentinas se encuentran frente el desafío de gestionar una doble agenda. Con esa macro adversa y pendiente de respuestas que den algo de oxígeno, enfrentan el reto de gestionar una doble agenda. La de los obstáculos, con alta incertidumbre de corto reflejada en una presión cambiaria al tope, reservas declinantes y crecientes expectativas de devaluación; y en un marco de deterioro estructural de largo plazo con problemas de regulación, presión tributaria que las deja fuera de competencia y dificultades de empleo.
La otra agenda es la de los catalizadores, con la disrupción de la tecnología y la confirmación de un nuevo sendero en las preferencias de los consumidores, la aceleración de la agenda de sustentabilidad, los cambios en la espacialidad y en el mundo del trabajo, que imponen la necesidad de transformación y otorgan oportunidades para agregar valor. Una agenda que de un lado mantiene los problemas del siglo pasado y del otro apura las innovaciones del siglo XXI.
En esa dualidad, los últimos proyectos de ley enviados al Congreso intentan dar alguna directriz para guiar la actividad productiva a través de estos desafíos, pero los incentivos planteados no son claros y, en algunos casos (ley de inversiones automotrices, ley de envases y ley de electromovilidad, entre otras) confunden los desafíos de corto con la necesidad de otorgar una mirada estratégica, coordinada con el sector privado y creíble.
No obstante, los principales movimientos de inversión van en la línea de posicionarse en torno a los catalizadores. Las empresas apuestan a la creatividad como nexo entre la coyuntura y las tendencias: nuevos productos y servicios, unidades de negocio diferenciadas y alianzas estratégicas para alcanzar un buen posicionamiento.
Los sectores en foco. La normalización de las actividades presenciales y el consumo de revancha ponen el entretenimiento y la hotelería como tractores de una recuperación de bolsillos flacos (aunque la amenaza de la ómicron desafía nuevamente a aquellos que dependen del turismo receptivo). “Restricciones covid” y supercepo con salarios en dólares bajos generan turistas cautivos y sostienen consumo de indulgencia, pero ahora no necesariamente en el hogar.
El sesgo intervencionista otorga oportunidades a inversiones spot de rápida maduración y resguarda el mercado para sectores sensibles a las importaciones. La sábana es corta: las restricciones a las importaciones topean el desarrollo de algunos mercados: limitan la diversidad de modelos a disposición y otorgan incertidumbre en relación con algunos insumos. A la administración de importaciones se le suman los riesgos de la distorsión de las cadenas de valor internacionales, con industrias ya afectadas por la crisis de chips y semiconductores, así como por la presión de costos ante el aumento de precios de insumos difundidos: vidrios, plásticos y acero, entre otros.
Para aquellos que dependen del Presupuesto Nacional, las señales son mixtas. Para la obra pública, si bien las licitaciones avanzan a buen ritmo, los pagos se encuentran tensados. Por el lado tarifario, si bien esperamos algo de ajuste de precios relativos, la inflación acumulada en los últimos dos años impide una normalización de corto plazo.
Para el petróleo y el gas, el foco está en asegurar el abastecimiento interno, en medio de una continua discusión sobre la ventana de oportunidad que tiene Vaca Muerta ante la aceleración de la electrificación del transporte y la transición energética. Para el petróleo, el diferencial está en manos de aquellos capaces de exportar, aunque asegurando el barril criollo. Para el gas, el Plan Gas avanza favorablemente, más aún en un contexto de aumento de precios del GNL a nivel mundial.
Conjugar esa doble agenda para que no haga cortocircuitos y permita proyectar la actividad es la principal tarea que enfrentan hoy las compañías que están iniciando un 2022 con gran incertidumbre, pero también con la expectativa de que sea un año en el que seguir procrastinando no sea una política económica.
*Directora de Operaciones de Abeceb.