¿Por qué todo tiene que ser complicado? ¿Nunca una fácil, que entendamos todos? El 11 de agosto, Rusia anuncia el registro de una vacuna contra el COVID-19. La desarrolla el Instituto Gamaleya y en el medio está el Fondo Ruso de Inversión Directa (?).
Los rusos no informan los pasos ni los resultados de la fase uno y dos, y pasan a la fase 3, que toda vacuna debe tener.
Publican luego de que el mundo científico reclamara que se hicieran públicos esos datos. Ok. Rusia publicó en The Lancet. Pero los resultados de las primeras dos fases y estos datos también fueron puestos en duda por los científicos occidentales.
El presidente argentino, Alberto Fernández, aseguró que vamos a tener la vacuna rusa, llamada Sputnik V, en diciembre, cuando todavía no se tienen los resultados de la fase 3 que, según el ruso que hable pueden estar a fines de diciembre, en enero o en mayo. Será un problema de traducción.
En pleno estudio, el presidente ruso, Vladimir Putin, confesó que ya se vacunaron él y su hija, como para demostrar que Sputnik V es segura. Alberto, en charla con el ruso, declinó gentilmente vacunarse para no tener privilegios frente a los argentinos. Presidente, dése el gusto y privilegiesé
Después, el gobierno argentino mandó en secreto (?) a Carla Vizzotti, secretaria de Acceso a la Salud, con Cecilia Nicolini, asesora presidencial y la mujer del secretario de Salud de la provincia de Buenos Aires (el vocero de una hecatombe que nunca sucedió), Raquel Méndez.
Y allí apareció Mariana de Dios, de la firma de servicios médicos digitales Traditium, que vaya a saber Dios qué hacía ahí, junto a ejecutivos de HLB Pharma.
La cuestión es que les compramos a los rusos, sin que tengamos seguridad de su eficacia, ni sepamos el nivel de inmunidad que provee o si no produce efectos secundarios, 20 millones de dosis a u$s19 cada una.
Este lunes, el mundo (y los mercados) festejaban que la vacuna de Pfizer era efectiva en un 90%. ¿Su precio? U$s19,50 por dosis. La del laboratorio Moderna, está entre u$s32 y u$s37. La de la Universidad de Oxford y Astrazeneca, entre tres y cuatro dólares. Las chinas, vaya a saber cuánto valen.
La Argentina, si bien tienen puestos huevos en distintas canastas, parece haberse metido de lleno en la nueva guerra de las potencias. Una guerra como la espacial en los 60: que se disputaba quién llegaba primero a poner un hombre en órbita. Hoy es a ver quién tiene la primera vacuna.
Pero en este caso, es la salud de la gente está en juego, no el orgullo nacional de esos países.
Y Argentina, con el peronismo en el poder, eligió el bando. Esperemos no ser la Laika de esta carrera, y si no saben quién fue la perra Laika, busquen en Google.
Yo, por lo pronto, si me vienen con la vacuna rusa, conmigo no cuenten. Ahí sí le saco el glúteo a la jeringa.