¿Qué significa hoy ser docente? Está claro que hay muchas formas de responder esta pregunta. Algunos dirán que se trata de una misión trascendental que requiere de la abnegación y del altruismo; otros hablarán de la obligación de emancipar al alumno de ciertas opresiones; habrá quienes todavía hablen de la transmisión de una herencia cultural; otros que, en cambio, pensarán al docente como un mero intermediario entre el Google y el alumno, o como un motivador o “facilitador” cuyo objetivo es generar algún tipo de entusiasmo, casi como si fuera un coach ontológico.
Bueno, digamos que todo eso está muy bien y se puede discutir, pero vamos a algo más concreto: el docente es, ante todo, un tipo —o tipe—que apenas puede con su vida. O sea, estamos hablando de personas que desayunan Alplax y pasan el día recorriendo edificios precarios donde administran un amplio repertorio de miserias sociales. Gente que convive todos los días con la posibilidad de encontrar su auto rayado, o de que algún padre lo espere con algún reclamo furioso; trabajadores que a principios de mes abren el recibo con la esperanza de que finalmente les paguen esos cuatro módulos que tomaron seis meses atrás, o con el temor de que les hayan hecho algún descuento inapropiado, en cuyo caso saben que les espera un itinerario kafkiano por oficinas que están a dos horas del lugar en el que viven y en el que por cierto pasan varias horas del día pensando, corrigiendo y planificando un nuevo intento de vencer la apatía o el desdén, o de ganarse el respeto de chicos que tal vez el día anterior escucharon en la tele a un presidente o un gobernador decir que los maestros cobran cincuenta mil pesos, viven de licencia, toman alumnos de rehenes y carecen de una formación adecuada, quizás mientras en otro canal —y adviértase la paradoja— algún pedagogo los acusa de no saber construir autoridad.
El rol del docente en las escuelas donde estudian los hijos de inmigrantes
En este contexto, al que habría que sumar, entre muchas cosas, las presiones de los directivos que necesitan tener un número más o menos decoroso de aprobados para no tener problemas con los superiores, ¿qué probabilidad de éxito puede tener un docente? Si además sabemos que la variable socioeconómica es la que más incide en el aprendizaje y en Argentina uno de cada dos chicos son pobres, ¿qué resultado cabe esperar?
Por supuesto, siempre puede haber algún maestro que de pronto tiene un rapto de inspiración y logra producir el milagro; pero los países que han podido avanzar en materia educativa no lo han hecho por la inspiración individual de sus docentes. Ni tampoco por haber encontrado una pócima pedagógica salvadora, porque de hecho en uno y otro se advierten concepciones bastante distintas sobre la enseñanza y el aprendizaje. En todo caso, los puntos en común son dos: la jerarquización del docente, y la inversión. Ambas condiciones sine qua non que Cambiemos levantó como bandera en las últimas elecciones, hasta que pasaron cosas: se suspendió la entrega de libros y de netbooks, se desfinanción el Plan Nacional de Lectura, se redujo considerablemente el presupuesto en materia de infraestructura y de salario docente —no se está cumpliendo ni con la paritaria nacional ni con los seis puntos del PBI que la ley de educación obliga a invertir— y la formación de los maestros sigue con los mismos problemas que tenía durante el kirchnerismo.
Potenciar la carrera docente para enfrentar nuevos desafíos
Así las cosas, y retomando la pregunta anterior, podríamos decir que el docente en Argentina es hoy alguien que cada vez tiene que dedicar más tiempo a reclamar algunas monedas, a llenar más papeles y formularios, a pedir que se cumpla con la ley nacional, a persuadir padres de que sus hijos realmente no estudiaron, a discutir con directivos obsecuentes, a pedirle al psiquiatra que habilite algunos miligramos más de ansiolíticos y un largo etcétera que conduce a la paradoja de que el docente en Argentina es, en definitiva, alguien a quien cada vez le dejan menos tiempo para enseñar.
@gonzalosantos84