“ Que no son, aunque sean,
Que no hablen idiomas sino dialectos,
Que no profesen religiones, sino supersticiones,
Que no practican cultura, sino folklore”…
¿Cuál es en realidad nuestra función en el ejercicio del rol docente en escuelas cuya matrícula está conformada, casi en su totalidad, por hijos de extranjeros?
En cualquier institución, las relaciones sociales son complejísimas. Estamos articulados a los otros por algo más que una coexistencia en tiempo y espacio. En estas relaciones cada sujeto es factor activo, agente totalizador y cada uno está vitalmente comprometido con las significaciones sociales que se despliegan en la institución. Pero, desde la experiencia, esas relaciones no nos son evidentes, por el contrario, se nos ocultan.
El no percibirnos unos a otros, no preocuparnos de los otros, el que el otro sea un individuo, en general, que es intercambiable, hace que los otros sean anónimos. La vida cotidiana es un objeto de conocimiento del que todos tenemos una práctica, en el que todos estamos sumergidos. Cómo instalar entonces la cotidianidad como objeto de reflexión…
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La vida cotidiana se experimenta como mundo en movimiento, desde allí, como hacer, acción, actividad, espacio y tiempo, a la vez, escenario y sustancia de nuestra vida.
Cómo desplazar entonces los supuestos que velan esa cotidianidad…
En principio, problematizando lo cotidiano, reflexionando a cerca de cuánto hay de verdadero o de mítico en lo observado.
Pude dar cuenta, tras reuniones de asesoramiento pedagógico, que los docentes tenían el prejuicio instalado de que, “estos chicos “, los extranjeros, eran así, de poco hablar, que ni saludaban a la entrada, al igual que sus familias.
Lo cotidiano se veía como lo natural
Desde esa mirada, estos hechos no resultaban significativos y, por lo tanto, no planteaban interrogantes, sino que quedaban encubiertos, bajo el mecanismo de lo obvio, lo natural y evidente. Como en un mito, las palabras portadoras materiales del mito-mensaje social, no remiten a lo real, no denotan, no designan, sólo encubren.
Hay allí una distorsión de la función básica de la palabra, que es la “no pertenencia “.
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Y es también verdad que la palabra encubre y descubre, oculta y expresa…
Hacia estas contradicciones había que dirigirse.
Sabemos que el mito puede homogeneizar. Los argentinos no somos todos iguales. Los argentinos nos encontramos en una identidad nacional, tenemos un sentimiento de patria, pero en esa identidad hay una gran diversidad.
El mito oculta que, en una organización social como la nuestra, hay una gran heterogeneidad de experiencias, de recursos, de condiciones de vida, de hábitat, en consecuencia, una heterogeneidad de cotidianidades.
La cotidianidad nos duele y eso muchas veces nos impide pensarla.
Curiosamente, la cotidianidad puede empezar a ser pensada cuando registramos que duele, o que nos es placentera.
Vivimos en crisis. Los medios de comunicación lo mencionan permanentemente. La crisis separa. Si hablamos de nuestro aquí y ahora, esa crisis implica una ruptura con la cotidianidad.
La situación de crisis desencadena ansiedades de pérdida y ataque, pérdida de lo aquí poseído, logrado. La idea de que la lectura puede ayudar al bienestar de la gente es muy antigua.
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Sin duda, tanto como la creencia de que puede ser peligrosa o dañina. Asimismo, sus poderes reparadores no han dejado de ser observados a lo largo de los siglos. Por ello, uno de los objetivos a tender en esta práctica diaria, era hacer que la lectura pudiese ser un agente transformador en este espacio escolar.
No debemos dejar de lado que, para muchos de los sujetos que componen esta comunidad escolar, la crisis es vivida como ruptura, sobre todo cuando se acompaña de una separación de los seres familiares, de la pérdida del hogar o de los paisajes familiares.
Ante esto, la autoestima se ve afectada. Sin embargo, pueden, estimular la creatividad, contribuyendo a que se elaboren otros equilibrios.
Los espacios colectivos de lectura en la escuela sacan de su soledad a cada uno. Se hacen comprender, que sus sufrimientos son compartidos, no sólo por los que están a su lado, sino también por los personajes que se encuentran en las páginas leídas o por quienes las escribieron.
Niños que en las escuelas públicas encuentran el lugar para expresarse, les permiten “ser”…
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Niños que pueden dar cuenta de cuánto sufren las familias al dejar su lugar de origen. Alumnos que pudieron dar cuenta sobre qué significó para ellos ser inmigrantes.
La escuela que queremos es aquella en la que todas las voces son escuchadas…
Humildemente, me permito citar este fragmento de Daniel Pennac, del libro Mal de escuela :
“Nuestros malos alumnos (de los que se dicen que no tienen porvenir)nunca van solos a la escuela. Lo que entra en clase es una cebolla: unas capas de pesadumbre, de miedo, de inquietud, de rencor, de cólera, de deseos insatisfechos, de furiosas renuncias acumuladas sobre un fondo de vergonzoso pasado, de presente amenazador, de futuro condenado. Miradlos, aquí llegan, con el cuerpo a medio hacer y su familia a cuestas en la mochila. En realidad, la clase solo puede empezar cuando dejan el fardo en el suelo y la cebolla ha sido pelada .Es difícil de explicar , pero a menudo solo basta una mirada , una palabra amable, una frase de adulto confiado, claro y estable, para disolver esos pesares, aliviar esos espíritus, instalarlos en un presente rigurosamente indicativo…”.
CP