Uno de los espacios en los que casi todos los seres humanos convenimos de distintos modos durante toda nuestra vida es la escuela. En el pasado, la participación de las familias en la educación se entendía como la asistencia de las madres a las reuniones de padres o el pago de las cooperadoras escolares. En los últimos años, este modelo ha virado hacia uno ampliado, en el que se incluyen padres, pero también abuelos, nuevas parejas, hermanos, tíos o cuidadores, en el cual se entiende que todos trabajan de distintas maneras para el progreso tanto del niño o joven como del conjunto de la escuela.
Se sabe que la lectura en el hogar o la colaboración de los padres con las tareas de Matemáticas (como lo revelan los estudios sobre las evaluaciones PISA 2009 y 2012) aparecen relacionados con mejores resultados en estas dos disciplinas. En el mundo, se señalan tres aspectos del vínculo educación- familias que tienen el impacto más alto en la calidad de los aprendizajes de los estudiantes: las altas expectativas, la comunicación fluida con la escuela y el acompañamiento en las tareas escolares. Sin embargo, muchas experiencias muestran que el vínculo puede ser mucho más rico y complejo.
Tres aspectos tienen impacto en la calidad de los aprendizajes: las alta expectativas, la comunicación fluida con la escuela y el acompañamiento en las tareas escolares
W. Jeynes (California State University) realizó un meta-análisis de 21 estudios y acumuló evidencia de que, en igualdad de condiciones, aquellas escuelas con alianzas más sólidas con los padres de la comunidad tienden a obtener mejores resultados: se reducen los problemas de disciplina, aumenta la posibilidad del estudiante de continuar en el sistema, mejora la satisfacción con la enseñanza y mejora la relación con los docentes, que se sienten más comprendidos y ven su tarea más aliviada.
Desde la Universidad John Hopkins, una referente en el tema, Joyce Epstein, desarrolló material para guiar a las familias en esta tarea. Según ella, cualquier esquema de involucramiento (desde una comunicación fluida hasta la realización de tareas de voluntariado) debe insertarse en la misión y proyecto institucional de la escuela, de modo de que los resultados sean productivos, y la relación, sostenible.
En Europa, ya desde los años 70´s se comenzó a prestar atención a este tema, y 20 años atrás casi todos los sistemas educativos habían desarrollado un marco normativo para encuadrar las relaciones con las familias. En un documento producido por el Estado español acerca de las familias y las escuelas europeas, se sostiene que allí la concepción participativa de la educación se entendió como una exigencia característica de los estados democráticos: no sólo se benefician los estudiantes, la escuela y el sistema, sino que se educa a las familias en prácticas participativas, tan necesarias en una democracia.
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Desde esta perspectiva, se pasa a entender que ya no sólo es necesario que las familias se involucren en las tareas escolares, sino que también tienen responsabilidad en la gestión, administración y gobierno de las escuelas. En Alemania, por ejemplo, existen asociaciones de padres en todos los estados (Consejo de Padres a nivel regional y a nivel de la institución). En los casos de España, Grecia o Portugal, los padres forman parte del consejo (consultivo) de gobierno de educación a nivel nacional. En todos los países existe algún modo de organización de padres en el seno de la escuela. Respecto a su capacidad de decisión, en general el rol de las familias es, a nivel nacional, consultivo, pero −y esto es clave− en los ámbitos local y escolar tiende a ser decisivo. Las esferas de decisión varían aunque suelen relacionarse con la organización de actividades extraordinarias o el control de los gastos; hay casos extremos (como el de Inglaterra) en los que incluso pueden decidir la contratación del directivo y los profesores.
Hacia el futuro. Construir una sociedad de mejor calidad es una tarea que nos corresponde a todos, en el espacio en que nos desenvolvemos y de modo congruente con los recursos que manejamos. Hemos visto que la participación de las familias es clave en la educación porque tiene un impacto crítico en los desempeños de los estudiantes. Sin embargo, también es necesario mirar el fenómeno como un bien en sí mismo: involucrarse en la educación y, consecuentemente, en el modelo de sociedad que deseamos construir está bien… porque está bien. Desarrollar una actitud positiva, comprensiva, empática, que valore el arduo trabajo que los docentes realizan por los jóvenes, niñas y niños es necesario para crear sociedades más virtuosas.
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La tarea a la que diariamente se enfrentan directores y docentes es quijotesca. Enseñar en contextos altamente demandantes trae −además de grandes satisfacciones− cansancio y frustración. Universalmente, cuando se consulta a los directivos acerca de qué factores explican los malos resultados de los estudiantes, suelen señalar (con variabilidad, desde luego, respecto a las condiciones de trabajo, infraestructura o contexto) el bajo involucramiento de los padres en la educación de sus hijos. De hecho, existe acabada evidencia, como señala Bolívar (2006) sobre la gran fuente de desmoralización que implica para los docentes sentir que llevan adelante en soledad una de las tareas más complejas que existe sobre la Tierra: formar a un ser humano.
La extrema desigualdad en nuestras sociedades hace que la mayoría de las familias tengan pocas posibilidades efectivas de participar. Por ello, es fundamental que el Estado focalice esfuerzos en las familias más vulnerables, de modo de que las voces que más sean escuchadas no sean, naturalmente, las de quienes ya tienen muchos privilegios.
La extrema desigualdad hace que la mayoría de las familias tengan pocas posibilidades efectivas de participar.
La escuela ofrece la oportunidad de experimentar sobre la calidad de las relaciones sociales. Es allí donde empezamos a construir nuestros vínculos y, luego, la comunidad. Si queremos mejorar no sólo los aprendizajes de nuestros estudiantes sino ser ciudadanos de una democracia más vigorosa, ¿qué mejor lugar para empezar?
Reflexión desde las escuelas
A pesar de la infraestructura legal y el discurso de los actores del sistema, es difícil lograr que más
familias se involucren en la educación, o que quienes lo hacen lo hagan sostenidamente. Un estudio
interesante realizado por Durbin, Milijevic y Pop en 2009 en países de Europa oriental muestra una
disociación entre expectativas y acciones: a pesar de que los directivos expresan su frustración por la baja
participación de los padres, existen ínfimos espacios y ocasiones reales para que éstos puedan vincularse
con la escuela. En consecuencia, para empezar, es recomendable que en cada institución se realice un
diagnóstico: ¿qué espacios efectivos existen de participación? ¿Qué medios utilizamos para promoverlos?
¿Qué estrategias de mejora podrían sumarse?
*Magíster en Política Educativa Internacional por la Universidad de Harvard.