Ramiro Agulla entra por el pórtico de su espléndida sala de reuniones y viene con la pregunta a flor de labios: ¿por qué tan temprano?
Son las once y cuarto de la mañana, aunque sus lentes oscuros digan lo contrario.
Me da un abrazo enorme, como toda su humanidad, pero no caigo en la trampa y retruco: ¿por qué hacer, ahora, algo políticamente incorrecto, nadando en contra de la corriente que, sobre todo en el plano digital, impone cierta mentalidad de época?
“Porque me hinché las bolas –suelta, desenvuelto, y agrega– no te voy a contestar políticamente correcto”. Suenan, entonces, las primeras carcajadas de una charla prometedora con uno de los ideólogos de La Llama PolíticallyIncorrect Club –PIC– versión NFT de aquel éxito publicitario que conocimos como La llama que llama.
Aquellos camélidos puneños, animales “fetiche” de Agulla y Baccetti, se ganaron un lugar en el inconsciente colectivo de este país, a fuerza de un humor y una narrativa que no se había visto en la televisión argentina hasta entonces. Fue la forma en que una de las empresas de telecomunicación más grande del país promocionó las llamadas de larga distancia, usando teléfono fijo, en los 90.
Estas llamas, en tanto criaturas salidas de las mismas cabezas, “son mucho más sarcásticas; creamos los primeros personajes de arte digital con lenguaje verbal y un punto de vista sobre una agenda clara: la cultura de la cancelación y el correctismo político”.
Agulla admite que lo que impulsó a la dupla creativa a crear The Black Minds, la empresa con la que se metieron de lleno en el mundo de los activos digitales, fue que se impusiera una moral frente al humor.
De allí que la Llama PIC tenga una comunidad “que agita todo el tiempo” en Discord, la plataforma de comunicación digital preferida por quienes forman parte del naciente mundo del arte virtual encriptado.
Efectivamente, más de dos mil personas de habla hispana conversan allí y se arengan entre ellas a la espera de los primeros quinientos lugares de la whitelist para comprar alguna de las más de diez mil llamas políticamente incorrectas a precio preferencial; las demás, serán minteadas(codificadas como únicas) para su comercialización a valores de mercado, en Open Sea, el Marketplace más grande de arte digital del mundo.
Combinando iguales dosis de serenidad, reflexión y acidez, Agulla está convencido de que las nuevas generaciones equivocan el camino al preferir caer bien antes que hacer reír.
“El humor acerca, une a personas distintas (…) así que, en parte, la corrección política se debe a cierta falta de inteligencia. Imaginate que estás parado en la vereda, para cruzar la calle, y pasa el colectivo feminista, el de los trans, el de los no binarios, el de los judíos, los musulmanes, los negros… y vos lo único que querés es cruzar, viste” –la metáfora es potente, y las carcajadas también.
De hecho, la desfachatez no le quita mesura: Ramiro –vaya uno a saber por qué sus zapatos exhiben colores diferentes entre sí– distingue entre insultar y ofender, y traza una línea clara gracias a la cual la libertad de expresión queda salvada. “Yo tengo derecho a hacer un chiste y que vos te ofendas, porque eso supone la posibilidad de las disculpas, la vuelta atrás. Pero lo que no puedo es tener abierta intención de daño, obviamente”.
Por eso hubo muchos chistes que Agulla y Baccetti tuvieron que dejar de lado. “Pero, igual, el humor que hacen estas llamas es controversial. Es ese que te hace cagar de risa, pero después pensás ‘¿che, me estoy riendo de esto, estará bien?’ así que te hace reflexionar” analiza.
“Incomodar, molestar al statu quo, salir a cazar hipócritas”. Eso es lo que siempre le gustó al dúo dinámico de la publicidad argentina, y era el momento de hacerlo con las llamas, cuyos mensajes son provocadores o, si acaso, simplemente disparatados –como resultado, dicen las malas lenguas, del consumo de estupefacientes; ya sea en su variante sintética, o la más natural, propia de las culturas prehispánicas.
Pero hay una clave en el asunto, que Agulla caza al vuelo, desde ya: “queríamos rebelarnos contra la corrección política, y lo hicimos en el mundo cripto,que es una rebelión contra el sistema financiero”.
Vaya si lo es: las nuevas generaciones no tienen ni idea de por qué alguna vez existieron los bancos, con sus aparatosos cajeros automáticos, e incluso parece no importarles. Pero comprenden que adquiriendo un NFT de las Llamas PIC podrán ganar dinero en un terreno al que el Estado aún no acierta el zarpazo.
De allí que estas llamas sean rockeras, según Ramiro Agulla. Sus bromas fueron urdidas bajo los efectos de psicotrópicos, del mismo modo que sus antepasados noventosos bebieron absenta, la madre de todas las plantas, cuyo brebaje alucinógeno es fama desde los egipcios.
Las que en breve se venderán en esa lista blanca vinieron a meter un poco de caos que sacuda la anestesia diaria, a defender el humor, las burlas ingeniosas. Estos NFT “tienen arte, una comunidad y, en este caso, por primera vez, una narrativa que cuestiona diversos temas a nivel mundial”.
Cuando los diez mil ejemplares deambulen por el Metaverso, probablemente ayuden a unir, con sus ocurrencias, a quienes se sienten cada vez más separados por avenidas cooptadas por colectivos que se han vuelto máquinas de impedir, de juzgar a dedo levantado.
Quizá sea tiempo de animarse a cruzar esas anchas arterias. Hagámoslo montando llamas políticamente incorrectas, voladoras, zarpadas.
No importa dónde termine el viaje. Después de todo, ¿quién nos quitará lo bailado?