ELOBSERVADOR
La diplomacia

El Estado mítico como religión

Una mirada sobre la decisión del gobierno de Javier Milei de trasladar la embajada argentina en Israel de Tel Aviv a Jerusalén.

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Presidentes. Javier Milei con Isaac Herzog en Jerusalen durante la gira del libertario. | cedoc

La diplomacia es la ciencia de las relaciones exteriores, la conducción de las correspondencias internacionales, el arte de negociar, los modos de establecer vínculos políticos entre los estados. Por definición, la diplomacia tiene como fin unir a los pueblos, limando las dificultades o diferencias que puedan existir entre ellos. Como se trata del arte de negociar, la actividad diplomática está íntimamente emparentada también con la política interna de los estados, a los objetivos que cada gobierno tenga en un momento determinado. Sin embargo, la característica fundacional del quehacer diplomático es y ha sido la búsqueda y concreción de la paz entre las naciones. Esa búsqueda se ejerce en plural, es decir, no solo en las relaciones diplomáticas de un país con otro, sino una acción que interviene en aquello dado en llamar “el concierto de las naciones”. Sintagma referido al sistema de alianzas europeas que, extendida su significación al modo de metáfora, alude a la compleja red de intercambios y equilibrios entre los estados.

De modo que una acción diplomática primaria, como podría ser elegir una sede de representación de una embajada en país extranjero, o el nombre de un embajador o grupo técnico de trabajo, nunca está ligado solo entre el país A que designa lugar y persona y el país B del espacio designado, sino que tiene en cuenta (debe tener en cuenta) el esquema mundial o internacional. La palabra diplomacia deriva del término griego diploun y refiere al documento plegado que portaban los emisarios que llevaban un mensaje de un soberano a otro. 

El Presidente argentino, en su visita reciente a Israel, ha anunciado el traslado de su sede diplomática de Tel Aviv a Jerusalén. El presidente argentino no llevó ningún diploun ya que él mismo fue la personificación, la presentificación del mensaje. Casi todos los estados del mundo tienen su legación en Tel Aviv, capital del Estado de Israel desde su creación en el año 1948 hasta el año 1980, año de su traslado a Jerusalén. La capital, con reconocimiento internacional limitado, goza de un estatus controversial, ya que los palestinos designan a Jerusalén del Este como la sede de su Estado y, por lo tanto, su capital. 

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Donald Trump fue el primero en reconocer a Jerusalén como la capital de Israel trasladando su embajada allí en el año 2018. Guatemala, Honduras y Kosovo siguieron, luego, sus pasos. El gobierno de Honduras, en noviembre del año 2023 y tras los ataques a Gaza, retira a su embajador y considera regresar su embajada de Jerusalén a Tel Aviv. Ante la crisis humanitaria en Gaza anunciaron la retirada de embajadores Bolivia, Colombia y Chile. Lula da Silva, en la cumbre de la Unión Africana en Etiopía, defendió el acercamiento de su país a África y condenó las acciones llevadas a cabo por el gobierno israelí.

En el contexto de una guerra de Israel y el grupo Hamas palestino, beligerancia que compromete al pueblo israelí y palestino por entero, se anuncia el traslado de la sede diplomática argentina. Si pensamos desde el orden teleológico, ese fin que debe tener el mensaje dado por un soberano a otro soberano para la paz entre los pueblos, dicha decisión no parecería contribuir con la concordia en la región dejando a la Argentina sola en torno a las determinaciones políticas latinoamericanas. 

No se trata de que un estado extranjero se proponga como juez dirimente de un hondo conflicto. El lazo entre los países debería estrechar vínculos regionales y mundiales. La posibilidad de creación de dos estados resulta cada día menos viable, la idea de generar un país, un estado: Israel/Palestina fracasa por la derrota de toda convivencia, de toda cohabitación. La libanización o atomización de los territorios palestinos parecería hacer caer la posición de dos estados. Y la postura de un estado solo se funda bajo la aniquilación del otro, una resolución que va por: uno u otro. En ese entorno político y cívico sucede el conflicto de hoy. Conflicto que unos llaman guerra y otros: acciones antiterroristas. 

Si consideramos que el enfrentamiento es de territorios, de personas y de lenguaje (pueblo/terroristas, guerra/antiterrorismo, territorios liberados/territorios ocupados, asentamiento/poblados) nombrar una ciudad que está en el centro de esa disputa como sede del poder de negociación de una de las partes es entrar a jugar en esa hostilidad, disolviendo, anulando, confirmando o ratificando.

La teoría Border Imperialismo o Imperialismo de Fronteras, creada por la activista Harsha Walia, estudia las acciones del imperio y sus prácticas en las fronteras y considera a los límites nacionales como construcciones políticas de control de cuerpos y de tierras. Si extendemos esta noción, si expandimos la mirada sobre los bordes y entendemos casi literalmente la consigna teorizada, diríamos que el imperialismo está en las fronteras (del imperio). Que tanto el Mar Mediterráneo, el Océano Atlántico o el Mar Muerto son las fronteras donde el imperio se militariza. Y el imperio occidental imagina las tierras de Medio Oriente en su paisaje bíblico. La narración mítica cristiana presenta a Palestina en una postal protocristiana considerando a Israel como soporte geopolítico de la experiencia judeo-cristiana. Esta idea se consolida con la figuración de un mundo árabe solidario y culturalmente común. Este imperialismo de borde está asociado con un colonialismo que considera a ciertos pobladores como sujetos prenacionales. 

Ante la crítica de Occidente frente a los estados teocráticos, el imperialismo de fronteras se construye según un esquema que se pretende laico, pero que sigue los influjos de la narración mítica y hace de ello una religión. Si leemos en Isaías 1, 27 “Sión será redimida por la Justicia y sus liberados por el derecho”, la Justicia que es la práctica del derecho no descansa ni en la vanidad de la ley, ni en el predominio enunciativo del poder, sino en el ejercicio de la jurisprudencia. El modo prudente en que se dice lo justo (juris- dicción) no lo lleva adelante ni el legislador, ni el Presidente, sino el juez.

*Escritora.