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cambio climatico y derechos humanos

Entre Ríos debate el modelo agroindustrial de la Argentina

En Gualeguaychú se realizó el III Foro de Agroecología de la provincia, en el que se subrayó que se debe modificar la matriz productiva del campo para evitar los daños ambientales.

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Daños. Los químicos comerciales con los que se fumiga viajan con el viento, la humedad del ambiente y las precipitaciones, y por el suelo y el agua. | shutterstock

En la provincia de Entre Ríos rige un amparo que aleja de las escuelas rurales (como ya está establecido de los pueblos) las pulverizaciones con los productos químicos que se echan en los cultivos, principalmente de soja, maíz, girasol, trigo, algodón y muchas de las frutas y verduras que los habitantes de Argentina consumen a diario.

Las aplicaciones sobre, especialmente, los sembradíos de semillas genéticamente modificadas se realizan desde el aire a través de avionetas, o por tierra, a través de unos tractorcitos con alas largas (llamados mosquitos) o con mochila en las espaldas de la o el trabajador. El amparo al que dio lugar el Supremo Tribunal de Justicia de la provincia aleja a las primeras a 3 mil metros de distancia y a las segundas, a mil.

Foro. Está nublado y frío, es 27 de junio a las 8.30 de la mañana y más de 300 personas entran a la Municipalidad de Gualeguaychú, sede del tercer Foro de Agroecología de la provincia, el espacio que nació desde el ejecutivo provincial en febrero último a raíz del amparo para poner sobre la mesa el diálogo y cruce de saberes para la transición hacia un modelo que no dependa de productos de síntesis química y de semillas transgénicas o, como mínimo, la posibilidad de aplicar agroecología, en esas hectáreas protegidas para resguardar la salud de las personas, en este caso niñas, niños y docentes de escuelas rurales.

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En la presentación del amparo, se aportaron más de mil estudios científicos que corroboran la toxicidad en seres humanos y ambiente tanto animal como vegetal, y profundamente en la vida microbiana del suelo de estas aplicaciones de los 4.918 formulados químicos comerciales que viajan con el viento, la humedad del ambiente, precipitaciones, por el suelo y el agua.

Frente a la complejidad del reclamo, que implica la modificación del modelo productivo agrícola de todo el país –que es el tercer exportador de soja a nivel mundial, después de Estados Unidos y Brasil–, las organizaciones de la sociedad civil, unidas en la Coordinadora Basta es Basta, fueron por la protección para la salud de quienes son afectados por las aplicaciones de estos fitosanitarios.

La discusión que se ve desde afuera es cómo y qué seguir produciendo en esas alrededor de 300 mil hectáreas a las que la medida despoja del modelo productivo más expandido en todo el país, en cerca del 70 por ciento de las tierras cultivadas.

Desde adentro es una macedonia de subjetividades, miedos, emociones de todo tipo, enojos, las grietas de siempre y las nuevas, y la eterna dependencia económica nacional de la venta de los productos de estos cultivos: las commodities.

En medio de tremenda trenza, la vida, la preocupación por la salud de las comunidades y del ambiente, los derechos humanos violados que alertan sobre la situación ambiental, las agendas –bastante olvidadas por estos lares– de medidas para el cambio climático y la garantía del derecho humano a la alimentación adecuada y a un ambiente sano declarados en la Constitución Nacional.

Cambios. “De un día para el otro hay que cambiar la matriz productiva, es muy complejo. Nos ven a nosotros como los malos de la película, se creen que es fácil. Técnicamente es muy difícil, estamos buscando alternativa, con nuestro bolsillo, nadie nos apoya”, comparte Demetrio Melchiori, productor afiliado a la Federación Agraria de Gualeguaychú, que asistió al Foro y que está siendo asesorado en una parcela experimental por el ingeniero agrónomo cordobés Javier Scheibengraf, disertante muy aplaudido en la mañana entrerriana.

Scheibengraf, técnico de la Unión de Trabajadores de la Tierra y antiguo funcionario de la desmembrada Secretaría de Agricultura Familiar, asegura que hay que rebiologizar los suelos, que están secos, duros y sin aire, para así recuperar el nivel de rendimiento.

Al cierre de su exposición exclamó: “No queremos más chicos entrerrianos en el Garrahan”, como conclusión de alrededor de 40 minutos en los que dio números y datos técnicos y sociales asegurando que es “posible y necesaria” la transición hacia un modelo productivo agroecológico.

“Quien trabaja en mil hectáreas trabaja realmente sobre una porción de un territorio, tiene que haber ganancia para todos. Ahí la agroecología se trata de vivificar los suelos, de mejorar las relaciones humanas, que las ciudades cercanas estén contentas y abastecidas con esa producción y que los productores estén contentos con lo que están haciendo. En el actual sistema no hay ganancia para todos. Lo único que logra toda esa alquimia es la agroecología, incluso en lo extensivo”, y asegura que esta transición es excitante y que solo obtienen buenos resultados en sus experiencias.

“Agroecología no es solo el trabajo sin químicos y una mirada ecológica sobre la agricultura, sino una intervención directa en las interrelaciones sociales y económicas, que vinculan a las partes de ese sistema: la comercialización, la compra, el consumo, todo tiene que estar equilibrado y ser justo”.

También se acercó al Foro Mario Sartori, presidente del Consejo Asesor del INTA de Federación Agraria de Gualeguaychú, una oficina integrada por productores, y contó que desde hace casi veinte años se dedica a la ganadería en 600 hectáreas, que dejó la agricultura cuando cambió el modelo, en 1996, porque, además de tener campos bajos, la inversión era muy grande.

En ese momento, a través del secretario de Agricultura de Carlos Menem, Felipe Solá, entró el primer evento de semillas transgénicas al país, patente de la empresa Monsanto, la Soja RR (RoundUp Ready, formulado con glifosato como principio activo), denunciada por diversas organizaciones defensoras del medio ambiente por no haber tenido el correspondiente estudio de impacto ambiental.

“Antes de 2000 hacía labranza con rotación de tierras, sin siembra directa. Los pooles de siembra vinieron por algo solo económico, ni de conservación de suelos ni de la salud se ocuparon. Nosotros vivimos acá y no vamos a hacer nada en contra de los nuestros”, asegura.

Pulverizar. A Melchiori le cuesta creer que el glifosato sea tan dañino, aunque la Organización Mundial de la Salud lo haya nombrado como posiblemente cancerígeno. A él se lo venden como inocuo, en formulados comerciales de banda verde que le receta un agrónomo, “que es como un médico”.

Sin embargo, para aplicar los agroquímicos Demetrio tiene que ponerse guantes, máscara y chaleco para protegerse, como dictan las “buenas prácticas agrícolas” que promueven la Secretaría de Agroindustria y las empresas que comercializan los productos.

“En Entre Ríos hay dos personas con un solo vehículo para controlar las pulverizaciones en toda la provincia. Todos estamos haciendo las cosas mal, pero el Estado es el que menos hace. En nuestras casas estamos más desprotegidos que en las escuelas. Si hubiese un Estado que controlara, si es tóxico se prohíbe y no se vende más. Nosotros seguimos una receta”, suma Sartori.

“En la Federación Agraria estamos mareados”, continúa Melchiori, que explota junto a su hermano y su padre, chacarero de siempre, 2 mil hectáreas entre propias (La Morona, el campo con el nombre de su abuela) y arrendadas.

“Me dijeron (participantes del Foro que impulsan la agroecología) que estamos usando químicos de más, y eso no es cierto, estos insumos son en dólares. Es cierto que en estos veinte años duplicamos el uso de agroquímicos por las resistencias de las malezas, plagas y hongos. Hoy lo que hacemos no es un negocio brillante. En 2008, cuando fue el conflicto por la 125, la soja estaba a 600 dólares la tonelada; hoy, a 350. Por cada camión de soja, son 3 mil dólares de retenciones”.

Y asegura: “Para una familia normal, para llevar una vida de clase media, hacen falta 500 hectáreas de soja y, así y todo, no te da para irte de vacaciones afuera o cambiar el auto seguido”.

María Fernández Benetti, integrante del Basta es Basta, cree que “necesitamos que la provincia tome estos debates, pero no le pone potencia y no quiere financiar las políticas públicas necesarias para comenzar la transición. La agroecología es una oportunidad para Entre Ríos, para posicionarnos como productores de productos sanos. Podemos exportar pero también autoabastecernos como provincia y dejar de importar el 75 por ciento de nuestras frutas y verduras”.

“Tenemos mucho temor a los efectos a largo plazo en segunda y tercera generación, nos preocupa el daño crónico por la exposición a largo plazo”, concluye refiriéndose a los productos fitosanitarios.

Grieta. Después de las acreditaciones y un desayuno con pan casero y dulces agroecológicos, y antes de las exposiciones técnicas y los debates por temáticas, hubo una mesa inicial con autoridades del municipio y representantes de la Secretaría de Producción de la provincia.

El viceintendente de Gualeguaychú, el médico Jorge Maradey, encendió la mecha: “Los políticos que no se comprometan con el ambiente van a pagar el costo, y no solo político. Este modelo está llevando adelante un ecocidio”.

Dicen que un productor se levantó y se fue. Muchas personas aplaudieron y vivaron. Maradey apuntó al modelo agroindustrial como responsable de las últimas inundaciones en el municipio, denunció los desmontes y aseguró: “La agroecología es el único camino que nos queda para revertir el daño que hemos hecho”.

Los productores perciben las denuncias de las asambleas y de la gestión de Gualeguaychú, que prohibió los agroquímicos en todo el ejido urbano y lleva adelante el Programa de Alimentación Sana, Segura y Soberana, como una grieta ideologizada –se acuerdan que vivimos en la Argentina del River-Boca–, aunque rescatan el espacio del Foro como lugar de encuentro, de capacitación y de “arrimar voluntades”.

“Acá no hay que caer en fundamentalismos. Ha habido negligencia y se han hecho algunas cosas mal, es cierto, pero se ha agrandado la grieta contra el propio productor agropecuario. Hay muchas cosas que como sociedad tienen que cambiar”, reflexiona Melchiori.

Carlos Bos, productor hortícola agroecológico de Guareyán, asegura nunca haber usado un veneno y, al final del encuentro, suma: “El Foro es interesante. Me parece que faltaron productores que son en definitiva los importantes en todo esto. Tenemos en la provincia la gran falta de productores hortícolas”.

“Ha habido una pequeña grieta entre la gente y los sojeros en la zona, medianos productores que no pertenecen a los pooles, que se sienten muy discriminados”, admite, pero concluye: “No podemos ir en contra de la naturaleza. No podemos modificarla solo por el lucro”.