Al día siguiente a las PASO se volvió a escuchar el resonante: “fallaron las encuestas”. Lo cierto es que algunas fallaron por completo, como las que anunciaban el triunfo del Presidente de última hora, tanto como las que presentaban un escenario de paridad. La diferencia de más de 15 puntos porcentuales, tiró por tierra esas estimaciones. ¿Errores metodológicos u operaciones políticas en el entendido que producirían un efecto en el electorado? No lo sé. Sin embargo, otras sí se aproximaron al resultado final de la elección que el escrutinio provisorio arrojó: 47,65% para el Frente de Todos y 32,08% para Juntos por el Cambio. Desde luego fallaron en la exactitud del resultado, pero contemplaban la victoria del Frente de Todos por amplio margen. No voy a hacer una defensa de las consultoras, porque no es mi ámbito ni tampoco mi interés. Pero como académico e investigador, reivindico la encuesta como un método vigente y útil para estimar tendencias, encontrar patrones y conocer las preferencias de la opinión pública. Por eso desde hace tiempo (cuatro años exactamente) dirijo la Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública (Espop) de la Universidad de San Andrés indicando periódicamente cómo varía la satisfacción con la marcha general de las cosas, la aprobación del Gobierno y la evaluación que hace la opinión pública del desempeño del Gobierno en las diferentes áreas de política pública. En todos esos indicadores, publicados también en este diario, el Gobierno experimentó una caída con posterioridad a las elecciones de medio término de 2017: el descenso sistemático en aprobación y en la evaluación de su desempeño fue asombroso pasó del 66% de aprobación en octubre de 2017 al actual 33% en julio de 2019.
Con ese desempeño en la opinión pública y con la correspondiente caída en imagen del propio Presidente, el 28/5/2019 a propósito de la nominación de Alberto Fernández como candidato a presidente publiqué un artículo en este suplemento acerca de “Los tres escenarios que abrió la sorpresa de Cristina” basado en lo que nuestras investigaciones nos permitían inferir. El escenario número uno, fue el del resultado que se constató el domingo.
Muestreo. Parte del problema de algunas estimaciones puede encontrarse en la cobertura de la muestra y en la tasa de rechazo a responder. La mayoría de las encuestas que se publicaron fueron telefónicas, lo cual supone un nivel de cobertura del 60% aproximadamente. Por otra parte, en particular las entrevistas recolectadas mediante IVR (Interactive Voice Response) tienen una alta tasa de rechazo. Estos dos problemas combinados, pueden estar en la base del sesgo de los resultados. De ahí que ese método de recolección quedó cuestionado.
A diferencia de muchas encuestas, en la Espop de julio recolectamos 1.028 entrevistas en un panel online a nivel nacional de población conectada a internet, estratificada a nivel provincial proporcional al tamaño del estrato con un mínimo de casos por provincia. Además aplicamos cuotas de sexo, edad y nivel socioeconómico. Con posterioridad a la recolección, los datos fueron ponderados por nivel socioeconómico y por región, agrupando las provincias en diferentes regiones: NOA, NEA, Patagonia, Cuyo, Centro y la CABA. La provincia de Buenos Aires, por su parte fue dividida en dos estratos: el interior de la PBA y el Gran Buenos Aires. El trabajo de campo y recolección de la última ola de la Espop se realizó entre los días 2 al 11 de Julio. Un mes antes de la elección.
Resultado. El informe que divulgamos contenía, entre muchas otras cosas, dos resultados claramente indicados: el producto crudo o bruto de la intención de voto y la proyección de intención de voto. En el resultado crudo, con un intervalo de credibilidad de ±3,15%, el 29% nos había dicho que votaría por la fórmula del Frente de Todos, Alberto Fernández y Cristina Fernandez, mientras que un 25% nos indicó que lo haría por la fórmula integrada por Mauricio Macri y Miguel Angel Pichetto, bajo la etiqueta de Juntos por el Cambio. Un 18% dijo que “prefería no contestar” mientras que un 15% indicó que “no sabe” por quién votará. El resto se repartió entre las demás candidaturas.
El acertijo fundamental de ese resultado crudo o bruto era como proyectar al 15% típicamente indeciso, el que espera a último momento para decidir su voto, incluso dentro del mismo cuarto obscuro. Y, al otro 18% que respondió “prefiero no contestar”, que algunos en la jerga periodística y política denominan el “voto vergüenza” o “voto oculto”, como prefiero llamarlo. Cómo predecir el potencial comportamiento de estos votantes era la incógnita, que sumados ambos nos daba un tercio de los entrevistados. La hipótesis menos arriesgada en ausencia de información más precisa, es asumir una distribución normal de estos votantes, incluso sabiendo que pueden estar inclinados más hacia un lado que hacia otro, como más abajo desarrollaré. De este modo, en el mismo informe ofrecimos también nuestra estimación en forma de proyección: un 43% lo haría por Alberto Fernández y un 37% lo haría por Mauricio Macri, mientras que esperábamos que un 8% lo hiciera por Roberto Lavagna. Esta estimación o proyección de indecisos y voto vergüenza, se realizaba con un intervalo de credibilidad mayor (o incertidumbre respecto del resultado), esto es ±3,78%. Así las cosas, en el límite de nuestra incertidumbre el porcentaje de votación de Alberto Fernández podría alcanzar unos 46,8%, y el de Mauricio Macri 33,2%, aproximadamente.
Los indecisos y los ocultos. La distribución de los indecisos, era similar entre los diferentes segmentos sociodemográficos: alrededor del 15% en cualquier segmento, con excepción de la generación silenciosa, los de mayor edad, en donde la indecisión llegaba al 21%. Los que preferían no contestar, en cambio seguían una distribución similar a los votantes del binomio de los Fernández: esto es, es mayor entre las generaciones más jóvenes y menor entre los mayores, así como menor entre los de nivel socioeconómico alto y aumentando entre los sectores medios y bajos. Según mi intuición, en ese caso, había allí un indicio. Entre mis allegados y conocidos cercanos al Frente de Todos, estos datos les resultaban alentadores. Entre mis colegas y allegados cercanos al Gobierno, encontré que estaban convencidos de que esos votantes eran de Juntos por el Cambio. Así entre mi lectura sociodemográfica y la opinión de estos últimos, la mejor “apuesta” estadística que podíamos hacer (¿una maroma estadística?) era asumir una distribución normal de los indecisos y los vergonzantes. Insisto, ahí había algo para leer con detalle, más allá de la intención de voto en crudo.
No viene al caso aquí decir que acertamos, porque a decir verdad el resultado final no se encontró dentro del rango de nuestras estimaciones. En este sentido, fallamos. Pero respecto de la probabilidad del triunfo de Alberto Fernández, no teníamos ninguna duda, y nuestras estimaciones estaban ajustadas a la evidencia. Desde luego, tenemos que mejorar la cobertura, perfeccionar nuestras técnicas de inferencia y reportar con mayor claridad los intervalos de confianza o márgenes de error con los que trabajamos. También prestarle más atención a la distribución de aquellos que si bien tienen definido su voto, prefieren no responder. Las PASO son la mejor encuesta, y puede ayudar muchísimo a refinar nuestras proyecciones de cara a octubre. Siempre se puede aprender algo más.
* (@dgreynoso), Politólogo, Investigador del Conicet, director de la Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública de la Universidad de San Andrés.