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MedioAmbiente

Las utopías reales de Gualeguaychú

Se realizó en la ciudad del sudeste entrerriano el segundo Congreso de Alimentación Sana, Segura y Soberana. Gualeguaychú se presenta como un faro para rumbos innovadores y desafiantes como la agroecología; también como un foro donde todo se discute –desde las formas de decisión hasta la palabra “ambiente”–; y una feria donde se dan cita formas distintas de producir y de distribuir.

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Gualeguaychú. Congreso de Alimentación Sana, Segura y Soberana. | Sebastián Ingrassia

Gualeguaychú se anima a lo que nadie se anima. Primero prohibió el uso del glifosato. Y enseguida decidió comenzar un apoyo activo a la agroecología, con un plan para que productores de la zona hagan la transición. Por estos días discute en su Concejo Deliberante prohibir también el trigo transgénico, el mismo que el partido de gobierno (al que pertenecen las autoridades locales) defiende cerradamente a nivel nacional. 

La prohibición del glifosato fue hace un lustro. Se dio en el marco de una intensa discusión social por casos de cáncer en niños y niñas, y la incertidumbre respecto de sus causas, con la fuerte sospecha de que entre ellas prevalecía el uso de “agrotóxicos”, como se les dice oficial y extraoficialmente aquí, moleste a quién moleste: “Veneno es veneno, aunque lo quieran presentar de otro modo”. 

Como continuidad de esa política, la gestión que conduce el médico Esteban Martín Piaggio (Frente de Todos) impulsó el Plan de Alimentación Sana, Segura y Soberana (Passs) para instar a sus productores a que se reconviertan, en transición hacia una producción con esos tres adjetivos. Fue a instancias de un grupo heterogéneo liderado por Rubén Kika Kneeteman, pionero de la ecología en Entre Ríos, inspirado en las perspectivas del legendario Jorge Rulli y su Grupo de Reflexión Rural (GRR). Así fue como la palabra “agroecología” empezó a permear el discurso oficial en Gualeguaychú hasta ser hoy una de sus políticas públicas más desafiantes. 

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En 2018 se presentó el Passs, con la intención de lograr que los emprendimientos productivos del ejido de la ciudad fueran abandonando la producción de commodities como la soja, basadas en el sistema implantado tres décadas atrás, que hace a los productores dependientes de semillas genéticamente modificadas y de agroquímicos que matan a todo lo demás que crezca a la vuelta. Y nadie puede asegurar con certeza que en ese “todo lo demás” no estemos todos los demás. De hecho, en junio de este año la Corte Suprema de los EE.UU. confirmó su fallo en el caso emblemático de un ciudadano norteamericano que demandó a Bayer-Monsanto por su linfoma no-Hodgkin debido al uso de Roundup, su herbicida a base de glifosato. La indemnización por 25 millones de dólares sentó jurisprudencia para otras 30 mil denuncias.

Un desafío impar. Ese sistema impuesto al campo argentino desde el Estado a partir de los años 90 reduce la diversidad. Pero además es irracional. Gualeguaychú, con un ejido de casi 30 mil hectáreas de las cuales más de 22 mil son rurales, produce un porcentaje ínfimo de los alimentos que consume. El Passs se propone “producir en Gualeguaychú la cantidad de alimentos que la población necesita”. Desde 2017, en que se comenzó a formular, hasta hoy, se ha acrecentado hasta un modesto cinco por ciento. Pero recién empieza. Se trata de un millón de litros de leche y yogurt por mes, una tonelada de hortalizas, otra de frutas, 100 mil kilos de queso y 200 mil de legumbres y cereales, 100 mil docenas de huevos... 

Nada parece más alejado de la lógica que las frutas, verduras, lácteos o carnes viajen miles de kilómetros para llegar a sus consumidores. Algo de sentido común que se ha perdido casi por completo: los mercados de cercanía. Una forma rotunda de medir el desconcierto de la producción de alimentos es calcular cuántos kilómetros viaja un determinado producto. Más inquietante todavía es medir los recursos necesarios para sobrevivir el viaje y llegar en estado “consumible”.

Las usinas de defensas del modelo dicen que es imposible, que la agroecología no podría lograrlo. Un informe reciente del INTA reafirma que el actual modelo agropecuario “no puede prescindir” de los agrotóxicos. Suscripto por una decena de técnicos de INTA, no incluye a los del INTA Barrow, que vienen demostrando empíricamente desde hace años que sí es posible. En INTA Barrow, pero también en muchas otras experimentales, están saliendo del paradigma transgénico (con perdón de Kuhn). Varios de esos técnicos se dieron cita los días 2, 3 y 4 de este mes en el Congreso del Passs. 

Más felicidad, menos dependencia. El eslógan de Monsanto en su planta de Campana dice: “Protegemos lo que importa: tus rindes”. Una definición que lo exhibe todo. Sin embargo, lo que protegen son sus propias ganancias, haciendo dependientes a los productores. Y hace tiempo hay quienes experimentan que la agroecología permite “rindes” mayores.

Como lo hace en Gualeguaychú Juan Pablo Oppen, cuarta generación de productores ganaderos: “Soy arquitecto recibido en la UBA y hace ocho años tomé la administración del campo”, explica a PERFIL. Con asesoramiento y conociendo experiencias ajenas, Oppen comenzó la transición. Y está feliz. “Es muy satisfactorio. Me permite cumplir con la responsabilidad empresaria, ciudadana y ambiental. Produzco alimentos y no solo dólares”, sintetiza. 

“Tuve la suerte de conocer a Eduardo Cerdá, quien me inició en el camino de la agroecología, con el ser humano como parte de la naturaleza, cuidándola y no solo sirviéndose de ella”, explica. “La creación del Passs posibilita acceder a otras miradas, que los prejuicios nos impedían compartir. El productor no ha tenido incentivos hacia ese camino productivo desde la academia, el periodismo, o el Estado, ya que como la agroecología no compra insumos, no tiene espónsores. Solo transferencia de experiencias”.

“El Passs evidencia que otra alimentación es posible”, enfatiza Juan Pablo. Y agrega, ante la posible incomprensión de sus pares: “Mi intención es que quieran copiarme, no putearme por atacarlos. Hay que construir puentes”. Y añade, componedor: “Los cambios disruptivos generan rechazo, por eso la transición se debe acompañar con la compresión de por qué uno hace lo que hace. Se necesita consenso ciudadano, no solo mayorías en los ámbitos políticos. En los pueblos todos tenemos parientes, amigos y vecinos que trabajan con mucho esfuerzo y deben tener la oportunidad del cambio”.

Platón. El filósofo griego propuso un argumento contra la democracia que todavía se discute: en una analogía con el oficio del médico, dijo que los problemas de la salud del Estado son tan importantes como nuestra salud individual. Y así como jamás someteríamos nuestro bienestar a una asamblea de vecinos, sino a un médico experto, ve como irracional que los problemas del Estado los resuelva una asamblea ciudadana.

Es un médico quien está al frente del Municipio de Gualeguaychú, Esteban Martín Piaggio, y otro colega, su primo Martín Roberto Piaggio, ocupa la Secretaría de Salud y tiene a su cargo estas sensibles políticas públicas. Como en una telenovela, quienes integran la gestión los nombran “Martín Esteban” y “Martín Roberto”, para diferenciarlos. Y a diferencia de Platón, que despreciaba a la ciudadanía, los Piaggio se apoyan en una intuitiva legitimación social de sus políticas ambientales.

Es que en Gualeguaychú lo ambiental es el subsuelo compartido. Los Piaggio lo saben y lo estimulan. La idea de licencia social –implantada desde las luchas contra las pasteras– es la argamasa de ese subsuelo común. Y como se animan a lo que nadie se anima, desde hace unos meses rige una ordenanza de consulta popular con “consulta digital no vinculante”. A través de la página web del municipio, se usó por primera vez la semana pasada: fue al tratar un proyecto para prohibir las jineteadas. De 1.676 votos, 913 fueron a favor de la prohibición.

Es curioso lo de Gualeguaychú: sus autoridades políticas responden al peronismo y han sido fieles como pocos en Entre Ríos al kirchnerismo. El apellido Piaggio aparece imbatible en lo local, pero en las nacionales hace cuatro elecciones que en su ciudad se impone el macrismo. Ambas fuerzas, la que pertenece Piaggio como la que gana en categorías nacionales, defienden el modelo opuesto: desde la soja basada en agroquímicos hasta el fracking de combustibles fósiles en Vaca Muerta, pasando por la producción de glifosato por parte de YPF. Contradicciones que en esta ciudad no se ocultan. Aquí no se acepta el glifosato por más “nacional y popular” que sea, y se cuestiona Vaca Muerta o el litio, aunque sea la misma Cristina quien los presente como salvación, como hizo en el acto del Día de la Militancia.

Amplia convocatoria. El Congreso del Passs incluyó un temario heterogéneo y potente, combinando lo conceptual y lo práctico, con consignas sin eufemismos: “Otra economía: digna y a escala humana”; “Agroecología, una agricultura para la vida”; “Saber ambiental: pensarnos ambiente, hacer para hacerse cargo”; “Educación ambiental o analfabetismo”; “Comunicación o extinción humana”.

La primera jornada fue en un predio recuperado: el ex Frigorífico Gualeguaychú, emblema de una época de ilusión industrial, abandonado por décadas, defendido en su momento por Lisandro de la Torre. Ahora, ahí, junto al río, funciona el Mercado del Passs; un espacio en crecimiento donde la comunidad se aprovisiona de alimentos “sanos, seguros, soberanos y sabrosos”, producidos en cercanía. Allí intercambiaron miradas Iñaki Ceberio, heredero de Manfred Max-Neef, el economista ambiental chileno, con el cooperativista agrario Juan Giuliano y con Walter Pengue, de la Sociedad de Agroecología Científica. 

Andrés Dimitriu advirtió que el crecimiento es una trampa: alcanza con entender las curvas asintóticas. “Si es al 2,4% anual eso significa 24% en diez años, 240% en cien. Eso no es crecimiento, eso es metástasis”, define. La contundente metáfora hace recordar al filósofo Jesús Mosterín, para quien la especie humana se convirtió en “cáncer de la biósfera” y el desafío moral es ser la “conciencia de la biósfera”.

El tema ambiental atravesó todas las charlas. Quizás por eso los organizadores incluyeron, en un Congreso de Alimentación, una mesa sobre filosofía con expositores como María Teresa La Valle (especialista en ética ambiental) o Guillermo Folguera (autor de La ciencia sin freno). La idea prevaleciente es que no alcanza con abordar las consecuencias del drama climático: hay que revisar las raíces, es decir qué valores permitieron desarrollar una civilización global basada en formas de producción de energía y de alimentos que son causas centrales del cambio climático. 

El desafío en las piedras. El segundo día fue en la reserva Las Piedras, donde se combinan formas productivas agroecológicas con el cuidado del entorno nativo, no sin polémica: sectores opositores aprovecharon para manifestarse contra la colonia productiva que el Passs impulsa dentro de la Reserva de la mano de la UTT, que desde la pandemia produce con éxito en el lugar. El desafío es mostrar que se puede producir respetando al monte nativo, “contagiar” a productores y promover la educación ambiental desde un lugar creado para proteger la naturaleza. 

Fue un despliegue de experiencias, con expertos como Martín Zamora (INTA Barrow), Nicolás Indelángelo, Remo Venica, Fernando Frank, Viqui Veronesi, Roberto Cittadini, Alicia Schvartzman, mostrando que la agroecología no solo es posible, sino rentable y necesaria. Con una presencia sugestiva: Eduardo Cerdá, director Nacional de Agroecología, quien no dejó de marcar que esa dirección (“primera en el país y en Latinoamérica”) es un símbolo. 

Pero ya no solo eso: “De 16 grupos de Cambio Rural Agroecológicos que funcionaban en 2021 hoy tenemos 140. En Cambio Rural el 40% de sus grupos trabaja en agroecología. Superamos el centenar de municipios”, dijo Cerdá, y destacó que el Passs “es líder, pionero en la Argentina, generando alimentos sanos, seguros y soberanos para sus comunidades”. 

Analfabetismo ambiental. En el discurso inaugural, el Kika Kneeteman reinterpretó el conocido texto de Bertolt Brecht sobre el analfabeto político. El peor, dijo, es el analfabeto ambiental. “Nuestros nietos nos van a considerar delincuentes de lesa humanidad, nos van a meter presos cuando seamos viejitos”, dijo, casi adelantando el libro del filósofo Roman Krznaric, El buen antepasado.

El tercer día los ejes fueron la educación ambiental, con expositores como Marta Maffei, Guillermo Priotto, Daniel Verzeñasi y Marcos Filardi. Y la comunicación, donde debatieron Sergio Ciancaglini, Darío Aranda, Elías Saenz, Quique Pesoa, Tirso Fiorotto y Cecilia Gárgano, autora del libro El campo como alternativa infernal. En el medio hubo fiesta y feria: experiencias de todos lados, desde el pionero Vénica en su granja Naturaleza Viva, hasta los ladrillos PET que construye una cooperativa local, la producción de hongos o la labor de Vicente Cuevas y Perla Herro que militan la soberanía alimentaria desde la gastronomía.

Aranda, uno de los periodistas que con mayor profundidad cubre conflictos socioambientales, autor de Tierra arrasada, apuntó a los gobiernos del kirchnerismo como los que más promovieron el sistema sojero en Argentina. Entre quienes lo escuchaban estaba Piaggio, el secretario de Salud. En su discurso de cierre del Congreso, aquel se reconoció como parte de “un proyecto local, con principios y valores claros”. Martín Roberto no duda: “Si no hacemos lo que hay que hacer, si no vamos a transformar las cosas, la pregunta es: ¿para qué estamos?”.

Faro, foro y feria. En el Congreso se escucharon voces jóvenes y disruptivas, que reclamaron un diálogo de saberes que no sólo se pregone, sino también se concrete, y que la igualdad de género impere incluso entre disertantes. Un foro donde todo está en discusión –el lugar de los bienes comunes, las formas de decisión, las relaciones entre generaciones y géneros y hasta la palabra “ambiente”–, y también una feria de experiencias de todos lados (incluso de Oaxaca, México, vía internet) para promover formas distintas de producir, de distribuir, de conocer y de convivir.

También estuvieron las voces de Jorge Rulli o Myriam Gorban, ejemplos en el final de su fructífero camino: Myriam, con sus 90 años, acompañó cada actividad y vibró en su exposición. Rulli, en reposo por razones de salud, alentó a Gualeguaychú a seguir siendo “un faro que ilumina un camino que el resto de la Argentina no logra encontrar”, según su duro diagnóstico. 

Es que Gualeguaychú se ha convertido en un faro, un foro, una feria de “utopías reales”, tomando la expresión de Eric Olin Wright. Esta ciudad, con determinación envidiable, da pasos hacia otros rumbos posibles: el desafío de producir la mayor parte de los alimentos que la población necesita, y de manera sana, segura y soberana. Un Plan desafiante al que en estos días le agregaron –por ahora informalmente– dos “eses” más: las de “sabrosa” y “solidaria”. 

El tiempo dirá si este faro, este foro, esta feria, logra convertir en real esa utopía, que ya lleva casi cinco años de arduo, pero firme camino.