No hay arrugas que esconder, no hay flacidez que disimular. Un rostro desnudo, limpio, sin maquillaje, detrás de un velo de novia…
Es 18 de junio de 2016 en Nicaragua. Rosaura tiene 17 años y se está casando con un hombre –su marido, en unos minutos– que tiene 45 años. Como ella es menor de edad, su papá la autorizó, siendo fiel al artículo 54 del Código de Familia de Nicaragua.
Claramente, Nicaragua no forma parte de los seis países de América Latina (Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras y Panamá) que no permite matrimonios por debajo de los 18 años de edad, tanto para mujeres como para hombres, sin excepción.
Al contrario, lidera la lista, junto con Brasil y República Dominicana, de las estadísticas más altas de América Latina y el Caribe: diez de cada cien jóvenes nicaragüenses, de entre 20 y 24 años, se casaron cuando tenían menos de 15 años, mientras que 35 de cada cien lo hizo cuando tenía menos de 18. A nivel mundial, esta cifra es tremenda: hasta hoy, más de 650 millones de mujeres y niñas se casaron antes de cumplir los 18 años.
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Rosaura no tiene canas que pintar, ni melena que suavizar. Su velo cae sobre su cola de caballo, el peinado de siempre. El corte superior del vestido está por encima de su pecho y, para acentuar el pudor, una tela semitransparente le cubre el cuello y los brazos. Sus manos, escondidas tras unos guantes, cargan un ramo de flores, también blancas, mientras el borde de su falda se ensucia un poco por el camino de campo sobre el que se arrastra. Su rostro, sin arrugas ni flacidez, es el único que no teme mostrarse.
Los invitados celebran esta unión, que el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) declara como una violación fundamental de los derechos humanos.
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Ha pasado más de un año. Es diciembre de 2017 y Rosaura, aunque es evangélica, ayuda a preparar la chicha que aclarará la garganta de quienes, en las próximas horas, le cantarán a la Virgen Inmaculada Concepción, patrona de Nicaragua, en la celebración de la Purísima.
—A veces agradezco estar casada. A veces no –dice, mientras lava los platos y se encoge de hombros. Ahora ya es mayor de edad.
Hace seis meses que colabora con tareas del hogar en la finca de la comarca Muluco, departamento de Chontales, en el centro de Nicaragua, porque es donde su esposo “chapea” (realiza labores del campo) en una finca, y ella va siempre con él.
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La Rosaura de la vida real no se parece a la de Facebook. Las fotos en la red social muestran pocas sonrisas. Pero ahora, en persona, mientras revuelve la leche extraída de las vacas de la finca es fácil que se siente en un taburete e intercambie chistes con quienes trabajan con ella.
Es que, hace un tiempo, realizó un taller del departamento de Chontales con técnicas para hablar en radio o televisión –que busca que las chicas ganen confianza en sí mismas y sean más extrovertidas– y los profesores le dijeron que se desenvolvía muy bien.
—Pero, ahora, casada, es difícil. A él (su esposo) no le gusta que estudie. Alguien le tiene que hacer la comida.
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Desde la capital de Nicaragua, Managua, Ana Clemencia Teller, coordinadora de Proyecto de la Federación Coordinadora Nicaragüense de ONGs que trabajan con la Niñez y la Adolescencia (Codeni), se pregunta qué interés puede tener un adulto en casarse con un menor de edad.
—Simple, no es amor. Es sometimiento. Es tomar la vulnerabilidad que tiene esa persona: “Te voy a dar todo, pero sé esclava mía”. Y el control no es solo de recursos materiales, también es de las emociones. Para nosotros, ese es el matrimonio infantil.
Antes del hombre de 45 años, Rosaura tenía un novio de 19.
—Lo dejé. No sentía nada por él –dice.
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Según el estudio Escuchen nuestras voces, la razón principal de las niñas para casarse con hombres adultos es por “dinero o conveniencia, particularmente cuando los padres ya no pueden mantenerlas debido a la pobreza”.
—Aun si ella decidiera casarse, es un matrimonio forzado. Cuando una chavala vive en buenas condiciones, no se quiere casar. Si está estudiando, si come a diario, si tiene para recrearse, si se siente amada y protegida, no se quiere casar –dice Joanna Chevez Alarcón, asesora en género del Plan Internacional Nicaragua–. Si esto no sucede es porque las circunstancias la obligan, se ve forzada a asumir un matrimonio para el que en realidad no está preparada. Ellas creen que casándose con un hombre mayor él les va a dar todo lo que no tienen. Al casarse, se dan cuenta de que era irreal. Empieza una relación de poder, de dominio, de control, y no son libres.
Para ir de la comarca Muluco a la de El Zancudo, municipio Cuapa, Rosaura primero tiene que pedirle a un lechero un aventón hasta la ciudad de San Pedro, capital del municipio del mismo nombre. Después, tiene que pagar 10 pesos por un autobús hasta el municipio Santo Tomás; 30 pesos más hasta Las Lajitas, otros 25 para llegar a Cuapa y 35 más hasta El Zancudo. En total, 100 pesos.
Ahora, su esposo cubre esos pasajes, pero antes, de niña, su “mamita” tenía que pagar como 300 pesos mensuales para llevarla al colegio porque quedaba lejos: solo pudo cubrirlo hasta su quinto grado de primaria.
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Una espesa masa de maíz se adhiere entre los dedos de Rosaura. Estos, sin vacilar, se entierran un poco más en la pasta homogénea. Se curvan hacia dentro, se liberan y vuelven a emerger, pero ya no están frescos como al principio, sino pegajosos por la frambuesa que lleva la chicha de Nicaragua. Ascienden y descienden, repiten el baile tantas veces como sea necesario hasta dejar en su punto la masa que, junto con un par de litros de agua, será la base de esta bebida típica que tomarán después unos cien invitados que llegarán a la finca de Muluco para la celebración de la Purísima.
A Rosaura le gusta preparar la chicha, pero al plato que le pone más cariño es al caldillo, que lleva zanahoria, papa, salsa de tomate y carne de pollo.
—Partimos de algo doloroso: si vos les preguntás a las chavalas qué es lo que más les gusta hacer, ellas te responden “cocinar”, pero les gusta porque entre todo lo que ellas hacen, como barrer, acarrear el agua, caminar kilómetros, eso es lo más creativo. También te pueden decir “acarrear el agua”, pero lo bonito no es el camino, sino estar en el lugar porque llegan otras mujeres y es su espacio de socialización –explica Joanna, desde su experiencia de trabajadora social en las comunidades durante 12 años.
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El sur del Sahara, Africa, es la región donde más predomina el matrimonio infantil, donde alrededor de cuatro de diez mujeres estuvieron casadas antes de los 18 años. Le sigue el sur de Asia, donde la proporción es tres de cada diez. De esta manera, el matrimonio infantil es una gran causa del embarazo adolescente: el fondo de población de Naciones Unidas, Unfpa, alerta que un 90% de los embarazos de mujeres entre los 15 y los 19 años de edad se producen entre las que ya están casadas. Aunque Rosaura todavía no tiene hijos y sacude la cabeza en completa negación ante la posibilidad de tener alguno, Nicaragua es el país con la segunda tasa más alta de América Latina y el Caribe (92,8%) de embarazos en esa franja etaria.
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La finca en la comarca Muluco huele a grama fresca, a carne de cochino asada y a heces de vaca. Rosaura ya tiene lista la chicha y antes de que lleguen los invitados para la celebración de la Inmaculada Concepción aprovecha para descolgar unos jeans secos recién lavados.
Entre el monte de la finca, arranca unas flores de palmera y de mano de tigre para adornar el altar de la Virgen…
*Periodista. Esta crónica forma parte del portal de historias www.escrituracronica.com