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Medicina y filosofía: una relación clave

En uno de los artículos que escribió para el Diario PERFIL, Mario Bunge defendió la necesidad de un pensamiento filosófico detrás de la investigación biomédica y el ejercicio de la medicina.

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Ramon y Cajal. Español, fundó la neurociencia moderna (izq.). / Houssay. El primer científico argentino en formar una escuela (der.). | cedoc

Intentaré defender dos tesis de interés para los médicos: que la investigación biomédica exige filosofía, y que el ejercicio de la medicina se vuelve rutina tediosa sin una perspectiva filosófica. Para sustentar ambas tesis, recordaré los casos de Hipócrates, Harvey, Paré, Bernard, Cajal y Houssay.

Hipócrates es llamado el padre de la medicina porque fue el primer médico que describió los trastornos de la salud de manera objetiva y detallada, y el primero en tratar la enfermedad como un proceso natural, en el que no intervenían dioses, demonios ni brujos. La consecuencia terapéutica es obvia: las enfermedades deben ser tratadas por medios naturales, sin recurrir a encantamientos ni a ritos religiosos. Basta de sacrificar gallos a Esculapio.

Hipócrates también fue el primer médico en afirmar que los trastornos psiquiátricos son patologías del cerebro, así como el primero en subrayar la importancia del medio ambiente. Hipócrates adoptó, en suma, la filosofía materialista, según la cual el Universo está compuesto exclusivamente por cosas materiales. Las llamadas medicinas alternativas y el psicoanálisis le hubieran horrorizado.

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Ambroise Paré (1509-1590), el padre de la cirugía moderna, aprendió su anatomía como médico cirujano en el campo de batalla. Entre otras cosas, descubrió que los nervios periféricos forman un sistema paralelo al cardiovascular. Paré y Harvey introdujeron, pues, el enfoque sistémico en la biología humana. Los atlas anatómicos anteriores a ellos mostraban a los distintos órganos separados entre sí.

William Harvey (15781657) descubrió que la sangre, en lugar de permanecer quieta o de oscilar, circulaba por el circuito que llamamos sistema cardiovascular. Llegó a esta hipótesis haciendo experimentos, ya que la mera disección de cadáveres puede sugerir hipótesis anatómicas, pero no fisiológicas. Dicho sea de pasada, Harvey estudió en Padua, la universidad de Galileo, y no solo medicina, sino también filosofía.

Demos ahora un salto, de la Revolución Científica a mediados del siglo XIX. Entonces fue cuando Claude Bernard (1813-1878) practicó y predicó el método experimental en investigación biomédica. Bernard experimentó en conejos y otros animales porque, contrariamente a la doctrina cristiana, sabía que los seres humanos somos animales emparentados con todos los demás. Casi todos los fármacos se estudian en animales antes de ensayarlos en humanos.

Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) fundó la neurociencia moderna. Sus observaciones fueron tan precisas que aún hoy se usan en textos médicos. Cajal formuló las hipótesis de que el sistema nervioso es un sistema compuesto por neuronas, y que los impulsos nerviosos son de vía única. También cimentó la hipótesis de la unidad psiconeural, o sea que los procesos mentales son procesos cerebrales, tal como lo había sospechado Hipócrates dos milenios y medio antes. Sin esta hipótesis no se explicarían los éxitos de la neurocirugía ni de la psicofarmacología. No contento con investigar, Cajal formó varios discípulos eminentes, tales como Rafael Lorente de Nó, e hizo lo posible por avanzar la causa de la ciencia en su patria, entonces muy atrasada.

El último caso que quiero recordar es el de Bernardo A. Houssay (1887-1971), el primer científico experimental y Premio Nobel en Ciencias que produjera la Argentina. Houssay en Buenos Aires, como Cajal en Valencia, empezó a investigar con recursos muy modestos, en una facultad de medicina en la que nunca se había investigado antes. Su contribución a la fisiología del sistema endocrino-inmune fue capital porque probó que el páncreas y la hipófisis son, en efecto, partes de un sistema único. El animal al que se le extirpa el páncreas desarrolla diabetes, pero mejora notablemente si también se le extirpa la hipófisis, lo que era contraintuitivo, como todas las hipótesis científicas originales.

Houssay fue el primer científico argentino en formar una escuela: hacia 1940, su Instituto de Fisiología tenía unos cien investigadores, entre ellos Eduardo Braun Menéndez y Luis Leloir, también galardonado con el Nobel. La dictadura militar de 1943 lo destituyó de su cátedra de Fisiología, pero con fondos privados organizó un instituto en el que prosiguió sus investigaciones. Además, Houssay, al igual que Cajal, fue un luchador incansable por el reconocimiento de la ciencia como motor del desarrollo nacional. Al restablecerse el orden constitucional, fue nombrado presidente del Consejo Nacional de Ciencia y Técnica, el que financiaba proyectos de investigación, becas a investigadores jóvenes y viajes a congresos internacionales.

Los pocos casos que acabamos de recordar, de Hipócrates a Houssay, sugieren la importancia de dos hipótesis filosóficas en la investigación biomédica y el ejercicio de la medicina: el materialismo y el sistemismo. Sin materialismo caeríamos en el chamanismo, y sin sistemismo, trataríamos a cada parte del cuerpo independientemente de las demás partes.

Lo que vale para la medicina vale para todas las demás disciplinas. O sea, hay que ubicar las cosas que se estudian o manipulan en el sistema de sistemas que es el universo material; y hay que ubicar la disciplina que se practica en el sistema de las ideas contrastables. También hay que practicar el realismo. Así como el sistemismo nos salva del espacialismo fragmentador, el realismo nos salva del apriorismo.

Pero el sistemismo y el realismo no bastan: también hay que practicar el cientificismo. Esta es la regla filosófica según la cual, toda exploración debiera conducirse a la luz del método científico, ya que es el único que nos protege del dogmatismo. Este último es característico de las escuelas filosóficas más influyentes en la actualidad: tomismo, marxismo, positivismo, hermenéutica, fenomenología y existencialismo. Estas escuelas no progresan ni dejan progresar. Por algo los miembros de todas ellas, tanto los de izquierda como los de derecha, combaten al cientificismo.

El médico que se aferre a una posición dogmática se quedará atrás y constituirá un peligro para la salud pública. Para ayudar a vivir hace falta una filosofía viva, que se renueve a medida que progresen todas las ramas del conocimiento.

*Publicado por el Diario PERFIL el 21 de noviembre de 2010.