EMPRESAS Y PROTAGONISTAS

Bastón de mando

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La turbulenta historia política argentina tiene pocas transmisiones de mando en paz. Como democracia tuvimos muy poca en los últimos setenta años, las asunciones pacíficas de presidentes democráticos también fueron pocas. Nunca es triste la verdad, dice Serrat.
Imposible no recordar una de las más tensas del último medio siglo: cuando Héctor J. Cámpora, que asumió el 25 de mayo de 1973, recibió banda y bastón de manos del dictador Alejandro Lanusse: al general le cantaron la Marcha Peronista en la cara y le pasaron por el morro la V peronista, símbolo de la resistencia. Lanusse, un toro en rodeo ajeno, se bancó eso y mucho más: sus pares de la Fuerza Aérea y la Armada se fueron de la Casa de Gobierno en helicóptero (fue el poder militar el que inauguró la moda del raje en aspas y rotores), pero Lanusse dijo: “Yo no me escapo de nadie” y se fue caminando, escupido de arriba abajo.
La democracia recuperada en 1983 tuvo más fiesta que disturbios. Raúl Alfonsín recibió los atributos del mando de manos del general Reynaldo Bignone, un lobo con la piel de cordero, que hablaba de democracia y de paz y había dirigido el Comando de Institutos Militares de Campo de Mayo durante la dictadura. Pero aquel 10 de diciembre de 1983 no hubo ni reproches. Los radicales estaban de fiesta.
Cinco años y medio después, el país era otro: Alfonsín renunció (prefirió usar el eufemismo “resignar”) en medio del caos económico, la hiperinflación y los saqueos. Un escenario de guerra. Menem había ganado las elecciones del 14 de mayo y se encargó de dar dos mensajes: uno que estaba en condiciones de gobernar, y el otro, que le tiraban el gobierno por la cabeza. Así somos, también. Alfonsín le dio banda y bastón.
Durante todo el menemismo, el ex presidente hizo saber a quien quiso escucharlo una obsesión y un anhelo: que un presidente peronista entregara el mando a un presidente electo opositor. Eso pasó el 10 de diciembre de 1999, después de que la Alianza, que encabezaban Fernando de la Rúa y Carlos Alvarez se llevara el gato al agua frente a la fórmula del PJ, Eduardo Duhalde-Ramón “Palito” Ortega en las elecciones del 24 de octubre. Junto con el poder, Menem puso en manos de De la Rúa la bomba de tiempo de la convertibilidad, que estalló en 2001.
Después vino lo que vino: cinco presidentes en una semana. El Congreso designó a Ramón Puerta, quien renunció a las cuarenta y ocho horas. Fue presidente, también designado por el Congreso, Adolfo Rodríguez Saá, a quien ungió Puerta. El puntano renunció en San Luis el 30 de diciembre con una frase dirigida a sus pares gobernadores que cuenta parte de una historia que aún no fue contada del todo: “Bueno, muchachos, ahora consíganse a un De la Rúa porque yo no soy un forro de  ustedes”.  A Rodríguez Saá lo reemplazó el diputado Eduardo Camaño, que recibió 2002 triste y solitario en la Casa de Gobierno. El 2 de enero asumió Eduardo Duhalde, que recibió los atributos de manos de Camaño. Y llegaron los Kirchner. Las elecciones de 2003, que ganó Menem, llevaban de cráneo a la segunda vuelta, a la que el ex presidente renunció. Apañado por Duhalde, Néstor Kirchner asumió el 25 de mayo de 2003. Fue una ceremonia a lo Kirchner: Duhalde le dio el bastón, que el presidente tomó al revés, el regatón por empuñadura, lo zarandeó, como un director de orquesta a su batuta, con una mezcla siempre fatal de timidez y euforia y ante la mirada resignada de su mujer.
Fue su mujer, Cristina Fernández, quien asumió en 2007. Y Kirchner le entregó el bastón, también radiante con la puesta en marcha del plan con el que la pareja pretendía gobernar al menos por cuatro períodos consecutivos. Y será Cristina Fernández la que, el próximo 10 de diciembre, entregue los atributos del mando a su sucesor.
Sea quien fuere, Daniel Scioli o Mauricio Macri, será la primera vez en la historia política argentina que una mujer entregue el poder a un hombre. No digan que no es un cambio de época.