ESPECTACULOS
Un espacio artistico que continua

Apacheta se salvó gracias al apoyo en red

Final feliz. Guillermo Cacace, director artístico de la sala-estudio Apacheta, que luego de una larga lucha para que no los desalojaran siguen con Mi hijo sólo camina un poco más lento.
| Cedoc / Gza. Carolina Alfonso<br>

Adquirir, comprar, tener, propiedad... Son palabras difíciles de eludir en nuestra situación pero no son las que, en su literalidad, nos dan sentido. El sentido sigue puesto en la defensa de lo que creemos como un derecho ganado a seguir “estando allí”. Porque “estar ahí” viene dando sentido para muchos y hace mucho tiempo.

Finalmente, lo hemos logrado y la concreción de lo que parecía imposible produce una alegría que no está emparentada con la posesión de las paredes, la alegría es fruto de saber que el proyecto de gestión de un espacio artístico continúa.
Siempre habrá que inventar una manera, una vía para no declinar en nuestras expectativas. Como espacio cultural, esta lucha se inscribe en la multiplicidad de luchas que cada uno lleva a cabo desde su frente.

En nuestro caso, el Estado nacional prestó su oído al problema y, en lo concreto, el Instituto Nacional del Teatro fue el que atendió nuestro pedido de ayuda. Destacamos y agradecemos cómo se implicaron en el tema Marcelo Allasino (director del INT) y su grupo de gestión. No perdemos expectativas de un apoyo similar a nivel Ciudad, instancia que hasta la fecha tuvo una reacción más que tibia en relación con la cuestión. Ojalá seamos el inicio de algo que se convierta en una política.

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Son tiempos hostiles para sostener este tipo de emprendimientos sin fines de lucro. Máxime cuando pesan sobre nuestras espaldas hipotecas, deudas contraídas con terceros en función de salvar el espacio y sobre todo aumentos tarifarios exorbitantes como los de los servicios. Tema urgente. Tema de público conocimiento. Allí también tendrá que aparecer el Estado o muchas salas deberán cerrar sus puertas. Morirá parte de nuestra identidad cultural. Veremos quién firma el acta de defunción.

Que quede claro entonces: no hemos querido ni queremos ser dueños de nada, no juntamos esfuerzos y dinero para conquistar un terreno. Lo hacemos para expandir un territorio, una forma de pensar, de hacer, de sentir, de estar en el mundo, que no es dueña ni siquiera de una verdad. Queremos que las verdades se multipliquen. Que nazcan otros posibles.

No deseamos tampoco ser dueños de la identidad que nos otorgan desde afuera, esa identidad que nos nombra como atracción exótica de los márgenes y/o nos convierte en un conglomerado uniforme: el de “esas salitas de teatro independiente”. Cada sala tiene su perfil, su diferencia. Es este “todos juntos” el que nos interesa, el de un universo heterogéneo.

Nosotros intentamos ser morada de construcciones mutantes que se traman en el puro encuentro. Las formas jurídicas traducen mal nuestras intenciones y nos obligan a usar palabras ajenas a nuestras voluntades.

Este no es un movimiento con el que capitalizarse, en esa lógica podrían tildarnos de psicóticos o tarados por semejante inversión para instalar allí un emprendimiento no remunerable que claramente no responde a un negocio.

Algunos, sin mala voluntad, quieren identificar: ¿quién salvó a Apacheta? No fue el gesto de uno solo (no fue la contribución de Carlos Rottemberg, como se dijo en algún medio. Hombre de teatro, el único empresario que muy generosamente sumó su mano amiga y solidaria).

Quiero dejarlo bien claro: salvó a Apacheta el apoyo en red. La salvó la posibilidad de asociarnos con gente que respetamos, como la reconocida diseñadora de luces Eli Sirlin, con ella compartimos una ética y varios sueños.

Apacheta se salvó con préstamos de dinero que nos han hecho, se salvó con las donaciones en la caja de ahorro que abrimos, con la mano de obra de amigos, familia, estudiantes, con el apoyo unánime y valiosísimo de toda la prensa… Con colegas como Ricardo Bartís y Claudio Tolcachir, quienes fueron los primeros que se ofrecieron a alojarnos si quedábamos en la calle. Más tarde se sumaron muchos otros... Nos salvó estar cerca de la sensibilidad, el afecto y la inteligencia de personas como Ciro Zorzoli, quien a futuro se sumará al equipo de trabajo.

Nos salvó el riesgo asumido, un claro proyecto de gestión que junto a Romina Padoan hemos sostenido codo a codo. Nos salvó el entusiasmo colectivo. Nos salvó nuestra propia historia como sala que nos hizo confiables para otros. Estábamos en diciembre destruidos anímicamente con la noticia de que se vendía el lugar y el aluvión de adhesiones de todo tipo nos fortaleció e invitó a pelearla, a iniciar este desafío que hoy tiene final feliz.

*Director, adaptador, docente, director artístico de la sala Apacheta y ganador del Trinidad Guevara como mejor director por Mi hijo sólo camina un poco más lento.