Antes de que hubiera algo, cuando todo era incluso anterior a ese juntadero de horizontes que hacen a las variables posibles para empezar a escribir un nuevo material, Estatuas muebles y generales era el título tentativo que quedó descartado ante un impulso esencialista que terminó afinando escritura, dirección y sentido de mi nueva obra: La obra pública. Obra que escribí junto a Juan Laxagueborde, monté con la compañía La espada de pasto con Malena Schnitzer, Victoria Béhèran, Joaquín Sesma y Franco Calluso y en la que actúa Julián Cabrera.
Quizás la fuerza alegórica del título ganador no esté a la altura del sacrificio a asumir respecto a la imposibilidad de encontrar la pieza desde un buscador de Internet: antes de la obra, páginas y más páginas de ministerios y noticias rebosantes de escándalos que incluyen párrafos adherentes y apologías detractoras.
Pero volvamos al inicio, tras la escritura y el montaje de La madre del desierto, el artificio de volver a escribir desde ciertos usos formales de plasticidad sonora, enmarañados con ciertas apropiaciones/distorsiones literarias, me parecía una posibilidad remota de volver a intentar. Decidido a embaucar la costumbre salí a buscar referencias en un extraño modelo de literatura razonada: catálogos de siluetas imaginarias y compendios biográficos apócrifos. Esas extrañas y hermosas colecciones de vidas, en donde la invención y el exotismo toman partido para narrar la singularidad de grandes y secretos espíritus de un momento.
Los amigos Marcel Schwob, J.R. Wilcock, Roberto Bolaño y otros tantos me ayudaron a abrirme paso hacia aquello que los autores teatrales llamamos “arco dramático”. En este caso: en una Argentina pre centenaria, un escultor porteño, que nunca viajó a Europa y descree de todo lo que se viene, se propone ganar un concurso estatal para poner estatuas de colosos patrios por todo el país con motivo de fijar una memoria común. La grandilocuencia de su proyecto se ve saboteada por su propio devenir en un accidentado suceso que da lugar al nacimiento del arte experimental argentino.
Hasta ahí, el primer título, hasta ahí, el caballo de Troya aún sin polizones, buenas ideas sin desarrollo. A partir de ahí, el “cómo”; siempre, lo más difícil. El verdadero acto alquímico, como escribía el enorme Leónidas Lamborghini, “Vena mía poética susúrrame contracto, planteo, combinación y remate”.
Entonces probando y probando sucedió que la tercera persona de los referentes literarios cedió paso a un reflejo verbal, a un rito secreto y apartado que habilitaba traficar ideas, desarrollar derivas y sobre todo narrar. La escritura del diario íntimo de este escultor se ponderó como el soporte definitivo. El diario de un escultor pretérito con sus anhelos, sus ansiedades y sus terrores respecto a su condición de artista inmerso en el sistema de legitimación y solvencia por parte del Estado. Un diario que nos acerque a los intersticios de un proyecto público.
Finalmente, asumir que lo propio es también constituyente. Que la obra siempre está dentro de uno por más que se busque en el afuera, y en este caso, mi propia experiencia, mi biografía y lo que yo intuyo como a mi lugar dentro de la escena local, empezaron a operar como capital simbólico de dicho diario. No por pensar en los parámetros de la dramaturgia del yo, nada más alejado de eso, sino por asumir la trasmutación de lo privado hacia lo público de la ficción. En donde el oro en desgracia de hacer teatro independiente, las condiciones de producción cincelando la forma, los subsidios como lápiz, la miseria como motor, la idea del valor trabajo de los colaboradores y la mendicidad de los amigos ornamentan la celebración de este diario que narra la carencia y el tesoro de seguir escribiendo.
*Egresado de EMAD. Escribió y dirigió las obras Piedra sentada, pata corrida (2013), La piel del poema (2015), La madre del desierto (Teatro Nacional Cervantes, 2017), trilogía que fue publicada bajo el título La espada de pasto por la editorial Rara Avis en 2017, La obra pública se presenta los lunes, 20.30 h, en Espacio Callejón.